CRÍTICA DE CINE DE ESTRENO

20.000 Especies De Abejas: Lucía, reina de la colmena

20_000_especies_de_abejas-806177067-large

20.000 especies de abejas

Cartelera España 21 de abril

Título original

20.000 especies de abejas
Año
Duración
129 min.
País
 España
Dirección

Estibaliz Urresola Solaguren

Guion

Estibaliz Urresola Solaguren

Fotografía

Gina Ferrer

Reparto

Sofía OteroPatricia López ArnaizAne GabaraínItziar LazkanoMartxelo RubioSara CózarMiguel GarcésUnax HaydenAndere Garabieta

Compañías

Gariza Films, Inicia Films, ETB, ICAA, Movistar Plus+, RTVE

Género
Drama | InfanciaTransexualidad / transgénero
Sinopsis
Cocó, de ocho años, no encaja en las expectativas del resto y no entiende por qué. Todos a su alrededor insisten en llamarle Aitor pero no se reconoce en ese nombre ni en la mirada de los demás. Su madre Ane, (Patricia López Arnaiz), sumida en una crisis profesional y sentimental, aprovechará las vacaciones para viajar con sus tres hijos a la casa materna, donde reside su madre Lita (Itziar Lazkano) y su tía Lourdes (Ane Gabarain), estrechamente ligada a la cría de abejas y la producción de miel. Este verano que cambiará sus vidas obligará a estas mujeres de tres generaciones muy distintas a enfrentarse a sus dudas y temores. 
 
CRÍTICA

Vacaciones de verano, maletas y bolsas a rebosar a la espalda y un largo viaje de tren a un muy deseado descanso en el pueblo natal abren el primer largometraje de Estibaliz Urresola Solaguren, directora, guionista y productora bilbaína. Con la sorpresa del Oso de Plata para la joven protagonista, Sofía Otero, durante la 73 edición de la Berlinale, la cinta logró reconocimiento en el panorama cinematográfico patrio.

Con la aprobación de la Ley Trans en España y la batalla campal provocada por discursos intolerantes, la historia de Lucía, temporalmente llamada Cocó y enterrando ese tan repudiado Aitor, significa un acercamiento a una realidad común, alienada por muchos, que comienza a salir a la luz, entre otras cosas, gracias a las salas de cine.

Como un Tomboy de Sciamma situado en los vastos campos vascos, el crecimiento corporal y emocional de los infantes, su visión de las relaciones familiares y la percepción de su propio cuerpo, tan cambiante como su entorno, hacen de 20.000 especies de abejas un retrato de la infancia transgénero, la confusión, la rabia, la ilusión, el aislamiento y el silencio que conlleva la exploración de la propia identidad a tan corta edad.

Con tan solo ocho años, la protagonista reniega de los cortes de pelo “de chico” que su tía y su abuela le ofrecen, rehuye las mañanas al sol en la piscina y el consecuente uso de bañador, y protesta incontables veces del nombre que aparece en su partida de nacimiento. Por otro lado, Patricia López Arnaiz en el papel de Ane equilibra la película personificando el esfuerzo y la labor de una madre incapaz de ver a su hija, incapaz de responder al “¿Por qué él puede saber quién es y yo no?”.

Los conflictos intergeneracionales y la influencia que una madre ejerce sobre la experiencia vital de su hija se palpa en la frustración de Ane ante los juicios que la abuela de Lucía hace sobre la permisividad y la falta de disciplina que ejerce sobre la niña. Con esta variedad de perspectivas, Solaguren denuncia el calvario que la infancia trans sufre a manos de un entorno cerrado, impotente e inmaduro.

La cineasta nos pone en la piel de Lucía cuando su abuela corrige a aquellos que se refieren a ella con pronombres femeninos, cuando es obligada a dar su nombre en el carnet de la piscina municipal y cuando cambia su vestimenta por la comodidad de sus familiares durante un bautizo. La madurez de la niña contrasta con la necedad de los adultos, sin dejar de lado la inocencia que aún posee cuando pregunta a su abuelo: “¿Qué es fe?”.

Con una preciosa fotografía naturalista a manos de Gina Ferrer (tras las cámaras en cintas como Libertad) se pinta un retrato de las zonas rurales vascas, con lagos, prados y bosques teñidos de un brillante color verde que, con la cálida luz del sol, arropan a la niña mientras disfruta de su tarea predilecta: la apicultura. Contradiciendo las palabras (o mejor dicho, los silencios) del resto de adultos, su tía abuela Lourdes es un refugio para la pequeña.

Entre panales de abejas Lucía experimenta sus momentos más tranquilos y felices, donde su tía le instruye en el proceso de producción de las abejas, mientras recogen la miel y la cera, para la artesanía de Ane. Con una gentileza novedosa para Lucía, Lourdes trata a la niña en femenino, atendiendo a sus juegos y preguntas, y escuchando lo que la pequeña tiene que decir sobre sí misma.

La percepción del cuerpo y el miedo a la desnudez que siente Lucía denuncia la disforia de género que padece a tan corta edad. Paralelo a este dilema, Ane trabaja incansablemente en el taller de cera de su padre, manipulando las extremidades, torsos y rostros derretidos bajo el calor del fuego y moldeados a voluntad de la artista. Utilizando una clara analogía entre la percepción corporal de la niña y la maleabilidad de la cera, Lucía muestra como quiere ser vista, como desearía poder cambiar su aspecto físico de una forma tan sencilla, natural e inmediata.

A pesar del cuestionamiento adulto, Lucía, como la imagen de Santa Lucía a los devotos, es un faro de esperanza para las nuevas generaciones. Para jóvenes y adultos, el cine tiene un fin didáctico en cintas como 20.000 especies de abejas en las que las realidades marginales entran, por fin, en escena.

El campo vasco y los paneles de abejas sirven como telón de fondo para esta denuncia de la desinformación y falta de compasión hacia las infancias transgénero a la vez que dibuja un inteligente y emotivo coming of age en el que la sensibilidad infantil persevera a pesar de las continuas agresiones de parte de la intransigencia adulta. Por ello, la importancia de Lucía, y su insistencia en ser nombrada de esta forma ya que como le enseñó Lourdes: “Lo que no tiene nombre, no existe”.