PEQEUÑA FLOR LLEGA A LOS CINES EL VIERNES 9 DE DICIEMBRE

Entrevistamos en exclusiva a Sergi López: "Coincido con mi personaje en la idea de embaucar profesionalmente, pero yo establezco un pacto con el público"

Sergi López 1

Es un lunes de otoño y nos reunimos con uno de los catalanes más internacionales de las últimas décadas: Sergi López. ¿El lugar? No puede ser otro que una de las embajadas ilustres del país donde más trabaja: el Instituto Francés de Barcelona. ¿El motivo? La presentación de Pequeña flor, una de las cinco películas que ha tenido en este 2022, un volumen de trabajo habitual que evidencia lo solicitado que está. La película es tan insólita como las condiciones en las que se rodó y propone una hibridación de géneros (comedia, terror, ciencia ficción) tan mezclada como el mejunje de nacionalidades que han trabajado en ella. Pero también la charla discurre por otros cauces como Albert Serra –de quien estuvo a sus órdenes este año en Pacifiction-, las cineastas con las que ha trabajado últimamente o un balance de una trayectoria que se extiende más allá de las tres décadas. El frío de fuera queda plenamente compensado por el calor que despierta la cercanía con la que el intérprete responde, derribando cualquier tipo de barrera protocolaria, como si un amigo te estuviera poniendo al día de sus novedades y anécdotas con bromas de por medio. Porque, a pesar del tiempo y el éxito, la raíz y la esencia de la flor sigue siendo la misma.

 

¿Cómo llegaste al proyecto? ¿Qué es lo que te llamó más la atención?

Llegué de una forma poco épica y bastante convencional. Santiago me envío el guion y no me dio mucho la lata, que es una cosa que siempre está bien. Él es muy cinéfilo (no como yo) y me dijo que me había visto en varias películas, sobre todo francesas. Leí el guion y lo que me impulsó a hacerla es que, como se acaba viendo en ella, es una película muy desacomplejada. Empieza con un estilo, parece que avanza hacia un sitio, pero oyes una voz en off un poco sarcástica que te hace preguntar qué pasa aquí. Luego, cuando empiezan a pasar hechos propios de ciencia ficción, te transporta a otro sitio. Tenía ese punto desacomplejado que, tal y como están las cosas hoy, le da valor. Cambiar de género, formato, hacer cosas con libertad está un poco más complicado y penalizado por parte de la industria. Por parte del público no, ya que este tiene ganas de ver películas algo diferentes. ¡Hasta a mi madre, que no es nada cinéfila, le gustó! Me dijo que era rara, pero que se había divertido y reído mucho. Pienso que el público está más preparado para aceptar formatos nuevos que la industria. La película tenía algo fuera del formato clásico que, de por sí, ya me gusta.

 

Si tú miras las otras películas que ha hecho Santiago Mitre, no tienen nada que ver con esta. ¿Te sorprendió que alguien como él viniera con este tipo de historia?

A mí, como no soy nada cinéfilo, me sorprendió al revés. Primero hacer esta película y luego ver Argentina, 1985 (2022) o La cordillera (2017). Vi sus películas luego de trabajar con él y descubrí que era un tío superconvencional. Él es un tío muy irónico y me admitía que era conservador, en broma, porque no lo es. Ha hecho películas de corte más clásico, bien hecho, como el de Argentina, 1985, y con peso social y político. A mí, precisamente, lo que me sorprende es que haga este tipo de películas más clásicas, porque yo le conocí mezclando géneros.

Yo conocí un tipo argentino que contrata a un actor uruguayo que no habla francés para hacer un personaje argentino que no habla francés. Y él mismo, el director, no habla francés (o solo un poco mejor del personaje de la película). Aun así, se va a rodar a Francia, con un equipo francés. Se tiene que estar un poco loco para hacer esto, pero lo hizo. Con los franceses hablaba en inglés. Entonces, cuando rodábamos las escenas, me preguntaba a mí si lo había dicho todo. Él no lo podía seguir todo, no leía el guion, sino que veía las escenas. Se tiene que ser un poco marciano para tener que hacer algo así.

 

Tenía que confiar plenamente en ti para que dijeras todas las líneas.

Eso es muy guay, y nos lo hizo sentir a todos. A mí, pero también a Daniel (Hendler) –que no hablaba muy bien-, a Vimala (Pons) -que es francesa, pero que no hablaba nada de español y tuvo que aprender a hablarlo con acento argentino-. Quien estaba más o menos tranquilo era yo, que tenía que hablar en francés, pero con mi acento. Santiago, desde un primer momento, me dijo: “López, ¡tú dale sin complejos!”. Que hiciera como mi personaje, que no tiene vergüenza. Nos alimentaba la cosa de jugar e improvisar. ¿Qué quiere decir improvisar? Sin tocar el texto, cambiando las pausas ya estás improvisando. También con las maneras de levantarte, andar...

Fue un rodaje muy efervescente, como la película. Depende de la persona, una situación así la puede vivir de una forma muy estresante: trabajar en el extranjero, en lengua que no conoces, con un uruguayo que no habla francés realmente... Toda esta mezcla podría ser una cosa tensa, pero fue una experiencia muy vitalista.

Sergi López 2

En el personaje que interpretas, ¿qué hay de ti?

La barba es mía, el pelo, la barriga también. Las manos... (ríe)

Hay algo de temperamento. Yo soy muy extrovertido como este tipo. Aunque yo soy muy tímido y él no lo es.

 

Es muy embaucador.

Sí, es un tipo que te imaginas en una playa nudista tranquilamente. En cambio, yo soy más bien tímido. (ríe) Pero sí que soy extrovertido, esta cosa más exuberante. Un tío que tiene talento para embaucar, al final todos somos un poco embaucadores. Yo lo reivindico, no se tiene que ser puro y entero en todo. Somos un personaje y navegamos entre lo que somos, lo que los otros piensan de nosotros, lo que queremos que piensen... Somos una mezcla de todo y, en este sentido, es un embaucador que lo hace bien porque va a tope y se lo cree mucho. Y ve que siempre hay gente con la necesidad de llenar un vacío. Es un personaje muy chulo y divertido de hacer. Aunque a mí la idea de manipular a la gente no me va. Coincidimos en la idea de embaucar profesionalmente. Yo me hago pasar, por ejemplo, por alguien que se llama “José Luis”, pero hay un pacto con el público, ellos saben que es mentira. Pero embaucar y manipular para beneficio propio lo encuentro feo. Quiero creer que no me parezco tanto en ello.

 

Preguntaba también por lo que había de ti porque, en la película, hay una revelación sobre los orígenes del personaje. Esto ya lo has hecho en otras ocasiones.

Te refieres a esa revelación comarcal, ¿no? (ríe) No sé si me gusta o me da vergüenza. Con el tiempo me doy cuenta de que ya en la primera en la película hice algo parecido. No dije que era de Vilanova i la Geltrú, pero sí que aclaraba que era catalán, que era distinto a ser español. Es algo que forma parte de mí, pero en las películas no soy yo. Frecuentemente en las películas te piden que seas natural y, por ejemplo, en Francia a menudo pasa que escriben cosas que no suenan naturales tipo “¡Hombre!¡Hay que ver!”, para mostar que uno está enfadado. Son cosas que no se dicen y, como yo sé más que ellos, me piden que diga lo que quiera, que lo haga mío. Y ya en la primera película me pasó que buscaban a un chico español. Pero yo, cuando hablo en español, tengo acento catalán. Me dijeron que daba igual, pero yo ya llegaba con mi complejo. (ríe) Esta cosa de incluir anécdotas locales de Vilanova i la Geltrú, el Garraf o Catalunya me ha sucedido más de una vez, pero siempre porque al director le hacía gracia, sobre todo cuando he trabajado en comedia. Ha salido varias veces, pero no por culpa mía. (ríe)

 

Dentro del espectro actoral, podemos decir que eres el embajador de la cultura catalana en Francia. Este año te has juntado con otro gran representante de Catalunya a nivel internacional como Albert Serra en Pacifiction. ¿Cómo ha sido trabajar con él? Porque has tenido el privilegio de ser uno de los pocos actores profesionales en rodar con Serra.

Como su película y él, ha sido incomparable. Por suerte, las cosas con él no se pueden medir en bien o mal porque no se puede comparar con nada. No hay claqueta, hace tomas de una hora, no sabes dónde está la cámara (luego está delante de ti), tampoco sabes si está rodando o no... Está en su búsqueda artística. Una vez dijo que los actores no le interesaban para nada y, en realidad, en el fondo es así, no le interesa la interpretación convencional. Nada que sea convencional le interesa. Puede sonar pretencioso, pero es un artista que hace objetos audiovisuales que no se parecen a nada.

En este sentido, el rodaje fue un poco igual. Yo estuve las seis semanas de rodaje en la Polinesia, donde rodé muchas cosas de las que salieron en la película. En ningún momento leí el guion. El primer día me dio una hoja donde ponía lo que íbamos a hacer en la siguiente escena, pero realmente al leerlo no entendías mucho lo que se tenía que hacer. No hablaba de acciones, sino de pensamientos que hay detrás de los personajes.

Como la película, que es más un estado mental que un film de trama.

Sí, es atmosférico. Y eso es lo que fue, un viaje atmosférico. El rodaje estuvo muy bien, con todo el equipo de Banyoles que siempre le acompaña.

 

Desde que empezó a trabajar con actores profesionales como Jean-Pierre Léaud, después de renegar de los actores, todos empezamos a pensar si el enfant terrible se estaba domesticando. Pero cuando uno ve la película, puede constatar que no.

La otra cosa es también intelectualmente defender un argumento, y seguramente él seguiría diciendo que los actores no le interesan para nada. En cambio yo, en Pacifiction, percibo un actor brutal, Benoît Magimel, que vehicula cosas. Aunque a Albert no le guste, Benoît es un hombre que sale y transporta algo, alimentado por lo que Serra le ha dado. Porque él en su vida normal viste con pantalones cortos y una gorra de béisbol, no trajeado como en la película. (ríe) Es un tipo de actores que me fascina, que no solo se limitan a defender un texto, sino que transmiten una cierta energía.

 

En los últimos años has trabajado con estas nuevas hornadas de directoras nacidas en los años 80 como Neus Ballús, Lucía Alemany, pero también extranjeras como Alice Rohrwacher, las cuales empiezan a copar más las pantallas. ¿Qué es lo que te aporta trabajar con ellas? ¿Crees que tienen una sensibilidad distinta?

Me aportan fascinación por la vida. Yo me considero un privilegiado por poder trabajar y vivir de esto, pero ver a mujeres cineastas, con lo complicado que es ser cineasta y, además mujer, como hemos visto a lo largo de los siglos, me llena mucho. Escuchar nuevas voces femeninas y que se consoliden es una tendencia que me gustaría que se quedara. Al final se mezclan muchas cosas, pero en el mundo, no solo el cinematográfico, necesitamos una alternativa a la testosterona. Estamos todas necesitadas de este cambio, y solo pasa por dar oportunidades a mujeres.

Yo me siento un privilegiado. Y que yo trabaje en cine no depende exclusivamente de mí, sino de alguien que te ha visto en algo y le has inspirado. Y esto es lo que ha pasado con Neus, Lucía o Alice. Alice, que vive en la Italia remota y no nos habíamos visto. Pero ella, como cinéfila, ha visto muchas películas, y de ese modo ha llegado a mí. En todos los casos ha sido de forma supersencilla: llamarme y decirme que te mandan un guion. Siempre intento tomar las decisiones valorando si merece la pena o no. Porque puede pasar que te manden un guion y que no te guste. Por mucho que lo haya firmado una mujer, no lo elijo si no me gusta. Pero lo que me ha pasado es que muchas mujeres me han enviado libretos que son una pasada, como Neus o Alice, con las que he cogido confianza. Alice me contó que estaba rodando una película y le pregunté que por qué no me había llamado. Me dijo que no había un papel para mí, pero yo le comentaba que podía hacer un papel de fondo. (ríe) Yo siempre hago la broma, pero, por supuesto, que pase depende de ellas. Y cuando pasa, es un privilegio. Lo vivo en como un regalo.

 

Sé que lo vives así, porque varias veces has comentado que aún te sorprendes de interpretar en el cine francés. Me dediqué a contar tu filmografía y cifré en más de 50 títulos tus trabajos francófonos. Es un número más alto que las películas que hayas podido hacer en Catalunya o en España. Me choca que sigas teniendo esta visión tan humilde cuando llevas muchos filmes a tus espaldas.

A mí también me sorprende. No hace mucho, un colega mío también las contó y me dijo que no le cuadraban porque con los años que hacía que trabajaba le salían como cuatro películas al año, y consideraba que el tiempo no daba. Le aclaré que sí que era posible, porque hay veces que una sólo son dos días de rodaje. La duración es variable, pero como máximo son 30 días, ¡así que caben seguro!

Tengo siempre esta impresión porque, así como el teatro es más responsabilidad tuya y te lo puedes hacer tú -escribir, ensayar con alguien...-, el cine no. Te tiene que llamar alguien. Por eso, esta relación casi de amor de alguien que tiene ganas de trabajar contigo me parece guay y me sigue pasmando. Nunca se muy bien de qué depende, se te escapa lo que han visto exactamente. Tú haces cosas, lo puede ver alguien de Rumanía, y llamarte para luego hacer un personaje diametralmente opuesto al que te han visto.

Era sobre todo eso, que siendo una persona consolidada, todavía había sorpresa.

Al tener esta suerte, no puedo hacer todo lo que me proponen. Y tengo que decir que no. Si digo no a todo, me quedo sin trabajo. (ríe) A veces me equivoco, pero cuando dices “no” lo haces muy rápido. No siempre todo te sorprende, hay cosas que a las dos páginas ya no te convencen, aunque casi siempre procuro acabar los libretos, o por lo menos llegar a la mitad. En ocasiones cuesta encontrar cosas, aunque no todo tiene que ser original. Muchas veces, coger algo clásico y que esté bien contado ya es suficiente.

 

Tengo que admitir que eres uno de mis no-ganadores de premios favoritos.

¡Bien!

 

Lo digo porque, por ejemplo, cuando Alberto San Juan ganó el Goya en 2021, tú estabas quejándote desde tu casa, en tono de broma, que era tongo. Y me hizo mucha gracia.

Sí, ¡es muy colega mío!

 

También me has fastidiado unas cuantas porras de los Gaudí porque pensaba que ya te tocaba, y no ha sido así.

Últimamente me decían que ahora ya toca. Yo les preguntaba por qué (porque yo soy muy patata). He estado 8 veces nominado, siempre me dicen que me toca, pero yo nunca lo sé. Y siempre me quedo sentado. En los Goya he estado 4 veces nominado, pero he ido pocas veces porque casi siempre estoy trabajando. Recuerdo que, una de las veces que fui, pensé que me lo iban a dar, porque era por El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), una película que había visto todo el mundo. Porque al final acaban votando lo más visto. Esto también me pasó en los Premios del Cine Europeo (EFA), donde gané por Harry, un amigo que os quiere (Dominik Moll, 2000).  Ese año estaba también nominado el señor Bruno Ganz, pero por un film (Pan y tulipanes, de Silvio Soldini), que habían visto cuatro gatos. Ganó Harry... porque toda Francia la había visto. Y aquí, en el caso de El laberinto del fauno, se rompió esta tónica porque se lo dieron, muy justamente, a Juan Diego por Vete de mí (Víctor García León, 2006), que no había ganado nunca un Goya como actor principal. Eso fue justicia divina.

 

Hablando de no-ganadores icónicos, el otro día vi en el teatro Una noche sin luna, con Juan Diego Botto, un monólogo espectacular. Tú estuviste muchos años interpretando un monólogo, Non solum. ¿Te gustaría volver a hacer un monólogo sobre las tablas?

Lo volveré a hacer. Esto es muy reciente y lo sabe poca gente. Por culpa de unos amigos míos argentinos, estoy volviendo a reactivar Non solum en francés.

 

Ya lo habías hecho en francés, ¿no?

Sí, en francés, catalán y castellano. En Francia lo hice al acabar El laberinto del fauno, en 2007, en París y luego una pequeña gira. Los argentinos me preguntaron por qué no lo hacía, e insistieron. Yo tardo 5 años en hacer una obra, pero ellos son unos máquinas muy activos, y pasan muy rápidamente de una cosa a otra. Me preguntaron si lo podía hacer, si podría estar listo, y les dije que sí. Me comentaron que trabajaban en Francia, que me buscarían cosas y podrían representarme el espectáculo allí. Son muy amigos míos y muy buenos en su trabajo, por eso les dije que para adelante. En menos de una semana me comunicaron que actuaría en Aviñón en julio, y otros bolos más. A partir de esto, es posible que se reactive aquí, o en Madrid, en el Teatro del Barrio de Alberto San Juan, donde ya he actuado otras veces. Además, estamos empezando a dar vueltas a la escritura de un nuevo espectáculo.

 

Ahora que se acerca la temporada de premios, ¿tienes algún consejo para tu doble de la plana de Lleida? (Nos referimos a Jordi Pujol Dolcet, recientemente nominado al Goya por su interpretación en Alcarràs, de Carla Simón).

¡Hasta mi madre me dice que me parezco a él! Mi madre, que tiene 86 años, fue con su hermana, de 84, a ver Alcarràs y me contó que, mientras la veían, mi tía le dijo que ese chico era igual que Sergi. Entonces mi madre lo admitió y que lo había pensado también, pero no quería decirlo. Coincidieron en que me pasaba el día renegando como él. (ríe) Mucha gente me lo ha dicho. Yo he visto la película y, efectivamente, me doy cuenta de que es una versión mía un poco más joven. Hay parecidos en el cuerpo, pero también en el carácter rural.

¿El consejo? Que todo eso es una broma y que un premio no cambia nada. Es como cuando de pequeño si ganas un campeonato futbol sala parece que seas la hostia, pero si quedas segundo parece que seas una mierda. Y al principio puede ser así, pero al cabo de dos semanas da absolutamente igual. Es raro que los premios te cambien la vida, y si te tienen que cambiarla es mejor que no te los den. Sabe mal ver cómo la gente que empieza le pone todo el corazón en ganar el premio, pero yo creo que no es donde se tiene que poner el acento.