TÁR: la mujer en el alTAR
TÁR
Próximos estrenos España 27 de enero
Título original
- TÁR
- Año
- 2022
- Duración
- 158 min.
- País
- Estados Unidos
- Dirección
- Guion
-
Todd Field
- Música
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Hildur Guðnadóttir
- Fotografía
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Florian Hoffmeister
- Reparto
-
Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Sam Douglas, Sydney Lemmon, Murali Perumal, Diana Birenyte, Vivian Full, Amanda Blake, ver 7 más
- Compañías
-
Focus Features, Emjag Productions, Standard Film Company
- Género
- Drama | Música
- Sinopsis
- La mundialmente famosa Lydia Tár está a solo unos días de grabar la sinfonía que la llevará a las alturas de su ya formidable carrera. La notablemente brillante y encantadora hija adoptiva de Tár, Petra, de seis años, tiene un papel clave en la tarea. Y cuando los elementos parecen conspirar contra Lydia, la joven es un apoyo emocional importante para su madre en apuros.
- CRÍTICA
En su corta pero notable filmografía como director, Todd Field se ha erigido como un cineasta del alma humana, retratista del sentimiento en su vertiente más natural y de la miseria moral que supura en situaciones que ponen a uno contra la pared. Después de la radiografía de un matrimonio tocado por la desgracia en En la habitación (2001) y del fresco coral plagado de luces y sombras de un vecindario medio americano en Juegos secretos (2006), Todd Field cierra el objeto de análisis y se focaliza únicamente en una protagonista desbordante y las relaciones que derivan de ella, con la que bien es capaz de llenar dos horas y media de metraje.
Ya desde su título, TÁR, nos avisa que el centro de atención del metraje es ella, Lydia Tár, una célebre y virtuosa directora de orquesta, de currículum impecable y frenética actividad: realizando una grabación histórica, presentando su libro de memorias, ofreciendo clases magistrales en escuelas de artes como Juilliard o gestionando la reputada filarmónica de Berlín, de la cual ella es la máxima responsable creativa. Paralelamente, cuando el tiempo se lo permite, recala en casa de su pareja –la violinista de la misma orquesta que dirige- y cuida con cariño a la hija de esta, a la que siente como propia. Desde esta figura y su entorno, Field ramifica una multitud de temáticas con las que abordar los males y cuestiones de nuestro tiempo, muchos de ellos permanentemente preexistentes y asimilados pero que, ahora, empiezan a confrontarse. El abuso de poder, el ascenso profesional a cualquier precio, la cultura de la cancelación o la desvinculación de imágenes de su contexto en la era del máximo bombardeo de contenido aparecen en TÁR al afectar de lleno a su protagonista. No obstante, Field tiene claro que lo suyo es un (fascinante) estudio de personaje y huye de toda denuncia panfletaria para inscribirlo todo afinadamente en la vida de Lydia (¿o Linda?).
Porque quizás de no ser una mujer perfeccionista, altiva, de creencia moralmente superior, manipuladora a su antojo o individualista que establece vínculos con la mayoría de personas por interés, todos estos asuntos de estricta actualidad no saldrían tan fácilmente a colación. Pero lo cierto es que Lydia Tár es un producto construido en el pasado que empieza a darse de bruces con un presente reivindicativo y en busca de la reparación. Aun así, no deja de ser una figura marcada por el crecimiento en un ambiente sumamente patriarcal como es la dirección musical clásica, donde para llegar a lo más alto ha debido adoptar prácticas usualmente asociadas y legitimadas por hombres, a la postre transformándose en uno de ellos. Porque ella vive ajena a las liturgias y códigos feministas (reforzados y ampliados por el #MeToo), mientras se ampara en argumentos cómodos del calibre de “separar la obra del autor” o la mercantilización de nexos.
Field no juzga a su personaje, sino que se limita a plasmar en toda su complejidad las múltiples capas de este en una pieza pausada pero de intensidad constante, como una suite donde los distintos movimientos van sumando y latiendo hasta explotar en un clímax que, nada más lejos, acaba siendo la misma realidad. La descripción paulatina de Tár y el cauce que toman los acontecimientos resultan claros, pero Field no se apoya en el subrayado, guiándose ligeramente por el simbolismo y confiando más en los detalles y gestos de la rutina que en mostrar hechos explícitos. El horror que hay en TÁR se representa en fuera de plano o desde la elipsis, apostando más siempre por la reacción o la consecuencia, que es donde acaban llevando siempre los actos que uno comete. Entretanto, Field también contribuye a la caracterización y situación a través de algunas escenas, la mayoría ubicadas en su primera mitad para asentar inteligentemente al espectador en el entorno y la materia, construidas a base de diálogos ricos en referencias que los admiradores de la clásica adoraran, pero igualmente disfrutables para los profanos, con varios guiños envenenados (esa referencia a Plácido Domingo no es para nada inocente).
Sería punible no mencionar el otro pilar que hace de TÁR la elevada obra que es. Firme cómplice del material de Field, una Cate Blanchett superlativa llega a sitios donde antes no había llegado como actriz, pero también recuperando un savoir faire que remite a otras composiciones anteriores: la tiranía de Elizabeth, la fragilidad de Sheba Hart, el delirio de Jasmine French, la ternura distante de Carol Aird... Un mejunje sofisticado y repleto de ideas nuevas donde la intérprete está todo el rato en su tempo llevando la batuta mano a mano con Field, sosteniendo la sinfonía sin ningún desliz y llegando a lo más profundo de un caleidoscopio de emociones sin afectaciones fuera de tono. Verdaderamente, un monumento actoral preciso que Field, acertadamente, acompaña con otros grandes valores del cine europeo como Nina Hoss o Noémie Merlant, quienes armonizan perfectamente con la australiana.
Si TÁR logra remover e inquietar al público no es únicamente por la soberbia Blanchett o un guion que da con las tecas adecuadas, sino también por la gélida puesta en escena de Field, en concordancia por el frío del invierno en Berlín y Nueva York, asimismo como la frialdad del personaje principal. A la palabra e interpretación se les dota de una atmosfera de poso extraño y turbador, sugiriendo en todo momento que bajo la fachada del éxito y reconocimiento existe una cara oscura y perversa, la cual tan duramente puede elevar a uno al olimpo como tirarlo del pedestal cuando salta el escándalo. La inestabilidad, lejanía y amenaza de la quiebra están presentes todo el rato desde la mirada de Field –deudora del Stanley Kubrick de Eyes wide shut (1999), con quien trabajó como actor-, amplificada desde un montaje que emplea el salto en el tiempo, la elisión o el onirismo apropiadamente, así como esa fotografía que alterna el reposado plano fijo con el seguimiento reposado para que, sobre todo, la tensión aflore. Sin lugar a dudas, un trabajo descomunal que conjuga maravillosamente la investigación de carácter, el debate social y la creación de una atmosfera que potencie su discurso, que bien merece ponerse en un altar.