Ayka: Moscú no cree en las lágrimas
Ayka
- My Little One (Ayka)
- Año
- 2018
- Duración
- 100 min.
- País
- Kazajstán
- Dirección
- Guion
-
Sergei Dvortsevoy, Gennadi Ostrovsky
- Fotografía
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Jolanta Dylewska
- Reparto
- Productora
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Coproducción Kazajstán-Rusia-Alemania-Polonia; Pallas Film, Otter Films, Kinodvor
- Género
- Drama
- Sinopsis
- Ayka acaba de dar a luz, pero no puede permitirse tener un hijo. Es ilegal en Moscú, no tiene trabajo y tiene que pagar demasiadas deudas. No tiene ni siquiera un lugar donde dormir. Y sin embargo, la naturaleza pone todo en orden. Después de dar a luz a su hijo, lo deja en el hospital. Sin embargo, algún tiempo después, su instinto maternal le lleva a intentos desesperados de encontrar al niño abandonado.
- CRÍTICA
Tratar a Ayka (2018) como un estudio sobre la vida y costumbres de las mujeres inmigrantes en Rusia sería hasta cierto punto un aspecto limitativo. La película en cuestión es esto y muchas cosas más. Su crudeza y sinceridad narrativa le puede llegar a quitar el aliento al público más acostumbrado a ver los problemas de la civilización en la pantalla. El escenario elegido para mostrar a una mujer que escapa de la maternidad después de dar a luz, sin llevarse a su bebé, es un Moscú impersonal, donde no hay edificios, plazas o calles que sean fáciles de identificar. La nieve es un personaje más que hace que todos los lugares sean blancos y opresivos. Todo es agobiante para la protagonista: desde las órdenes de los usuarios del metro hasta la cámara en sí, que en metáfora se adhiere a la cara y al cuerpo de Ayka (muchos han comparado el estilo de filmar con las primeros trabajos de los hermanos Dardenne). La cámara que expone es la misma que empuja, que asfixia...
Como parte de una encrucijada circular, la sufrida heroína del film ni tendrá paz ni contará con el apoyo de nadie, si exceptuamos unas pocas mujeres que le prestarán cobijo. Los guionistas son los mismos que atrajeron la atención de público y crítica en la premiada Tulpan (2008), Sergei Dvortsevoy (también director) y Gennadiy Ostrovskiy. Su depurado trabajo de escritura muestra que no es necesario ser mujer para ser sensible al sufrimiento de una mujer, pero sí que lo es tener inteligencia emocional y ser solidarios. Dvortsevoy ha tardado la friolera de una década en poder llegar a estrenar su segunda obra filmada. Sin embargo, mientras que en Tulpan nos llevó a conocer la difícil vida nómada en las estepas, las piruetas del personaje solo se centraron en explicarnos las coloristas peripecias de quien buscaba afanosamente una novia para casarse. En Ayka, al contrario, una conciencia social y humanitaria abandona lo exótico para erigir un monumento a los supervivientes.
Samal Yeslyamova, coronada como mejor actriz en Cannes, y a quien también pudimos ver en Tulpan, nos presenta una actuación repleta de matices; ella es una víctima indiscutible, pero también quiere ser dura porque eso es lo que palpa a su alrededor. Aunque no de manera muy convincente, amenaza a una joven que toma su lugar en el trabajo con un "Te voy a matar". Sin embargo, su comportamiento siempre se basará en el sufrimiento. El dolor físico siguen ahí, como su desesperación por escapar de los acreedores y el intento de conseguir un trabajo estable.
Proveniente de Kirguistán, Ayka es una de las muchas inmigrantes que intentan trabajar en la rica Rusia, un país que explotó sus repúblicas durante la era soviética y hoy apenas disfraza su falta de preparación y su desprecio por los expatriados. Las humillaciones son constantes en las calles y en el metro, perpetradas por una policía orgullosa de su misericordia. A través de la película, también sabemos como la corrupción campa a sus anchas en el gremio policial. Después de la perestroika y un crecimiento económico liderado por Putin, basado en el capitalismo salvaje absoluto, los inmigrantes se transforman en la cara más visible de los efectos de este sistema que enriquece a algunos sobre la explotación de los más frágiles.
Por último es necesario hacer hincapié sobre el cuerpo de Ayka: toda la opresión que la cámara termina imponiéndole, al pegarse a su cara, tiene otro tratamiento cuando se trata de la sangre resultante de las consecuencias del parto y el escape de la maternidad. Solo podemos ver lo que es necesario. En los momentos en que Ayka necesita ordeñar con fuerza el seno para que no haya infección en los senos, nunca vemos el pecho de la actriz, después de todo, el dolor profundo se expresa en el agotamiento de su rostro. La excepción es cuando este seno significa algo más grande, la única vez que Ayka amamanta al bebé. Allí, la película adquiere otra perspectiva y el espectador construye su continuación de la historia.