Bittersweet Days: Días desaboridos
Bittersweet Days: se trata de un cuento de verano a caballo entre Barcelona y Mallorca en el que los asuntos del corazón, el intercambio cultural y las penurias que debe afrontar la juventud, fruto del contexto social, se juntan.
Comedia | 72 min. | España 2016
Título: Bittersweet Days.
Título original: Bittersweet Days.
Directora: Marga Melià.
Guión: Marga Melià..
Intérpretes: Esther González, Brian Teuwen, Joan Miquel Artigues, Patricia Caballero.
Estreno en España: 02/06/2017
Productora:
Distribuidora: Con un Pack.
Sinopsis
Cuando el novio de Julia tiene que trasladarse temporalmente a Londres, ella se ve obligada a compartir piso con Luuk, un extrovertido fotógrafo holandés. Su convivencia hará que los dos se replanteen su manera de afrontar la vida.
Crítica
Es innegable el arraigamiento que ha experimentado la comedia independiente americana del siglo XXI, un género ya en si misma, en las cinematografías del mundo. Pero es particularmente destacable la influencia ejercida en los cineastas españoles durante este último lustro.
Desde la concepción más clásica de Leticia Dolera hasta el fluir improvisado del Jonás Trueba de Los exilados románticos (2015), el universo español se ha impregnado del colorido visual, de los montajes musicales a ritmo de pop-folk y de historias sentimentales protagonizadas por espíritus inquietos culturalmente que representan un modelo de juventud que traspasa las fronteras. Obras, por lo general, ilustrativas de un presente en el que la globalización y la importación tienen un papel destacable.
El material es conocido, pero cada creador suele imprimir un sello propio.
La clara universalidad de las historias es una de las claves del éxito de este tipo de comedia actual y, precisamente, Marga Melià es con lo que juega en Bittersweet Days: con un cuento de verano a caballo entre Barcelona y Mallorca en el que los asuntos del corazón, el intercambio cultural y las penurias que debe afrontar la juventud, fruto del contexto social, se juntan.
El material es conocido, pero cada creador suele imprimir un sello propio, ya sea a través de la sorpresa en el desarrollo dramático, de la agudeza en el diálogo, del juego con el montaje o desde la experimentación formal. Señas de identidad que consiguen hacer destacar el film y aportarle ese concepto que parece estar permanentemente pegado a la definición de este género: “frescura”. Previendo las intenciones de Melià con el film que nos ocupa, lo esperable y óptimo sería describirlo con el adjetivo asociado a dicho concepto. Pero no será el caso, por desgracia.
Porque si cada vez que alguien acude a una exposición de arte contemporáneo, se debe repetir el gag de la perplejidad ante la exhibición de una “mierda”, literalmente, ¿dónde queda la supuesta frescura en dicho film? Porque si para caracterizar un personaje como un “cultureta” cosmopolita se tiene que mostrarlo leyendo un libro de Paul Auster, ¿dónde queda la frescura? Porque si periódicamente se recurre al montaje musical para plasmar una Barcelona de postal, con el ya trasnochado estilo de anuncio de cerveza, ¿dónde queda la frescura? Porque si a un film que debe depositar su ingenio en sus diálogos y este no ofrece nada más que conversaciones artificiales, con una prosa cercana a Mr. Wonderful, ¿dónde queda la frescura?.
Porque si para caracterizar unos personajes se debe recurrir a la explicación mecánica a través del diálogo, en lugar del deleite y la sutileza visual, ¿dónde queda la frescura? Porque si la encarnación de dichos personajes se lleva a cabo desde la irregularidad interpretativa, ¿dónde queda la frescura? Porque si el espectador es capaz de adivinar todos y cada uno de los giros de la trama, ¿dónde queda la frescura? Porque si la historia es narrada a través del encadenado de fundidos a negro pretendidamente sugerentes, pero que más bien transmiten incapacidad para resolver escenas, ¿dónde queda la frescura? Porque si en lugar de fluidez y dinamismo, uno encuentra encorsetamiento y torpeza, ¿dónde queda la frescura?.
En este aspecto, Bittersweet Days está más cerca de una macedonia rancia que de una refrescante ensalada veraniega. Y eso se debe a que, en su constante afán de agradar, no arriesga en ningún aspecto y bucea interminablemente en los lugares comunes desde una ejecución falta de inspiración.
Es de agradecer, pero, que pese a su presumible reducido presupuesto –ya un imprescindible en el joven cine español- posee un acabado visual funcional, pero decente, aunque esté al servicio de la intrascendencia. Superficial, anodina y bochornosa por momentos, una oportunidad perdida de intentar hacer crecer el género en el cine español.