CRÍTICA DE CINE

Los Caballeros Blancos: ¿El fin justifica los medios?.

Los Caballeros Blancos se inspira en el caso del Arca de Noé, un grupo de humanitarios empeñados en que unas familias francesas adoptaran a "huérfanos". 

Drama | 112 min | Bélgica 2015

Título: Los Caballeros Blancos. 
Título original: Les chevaliers blancs.
Director: Joachim Lafosse.
Guión: Zélia Abadie, Bulle Decarpentries.
Actores: Vincent Lindon, Louise Bourgoin, Tatiana Rojo, Reda Kateb.
Estreno en España: 19/08/2016 
Productora: Versus Production / Les Films du Worso

Distribuidora: Golem.

 

Sinopsis

Jacques Arnault, presidente de la ONG 'Move for kids', planea una gran operación: él y su equipo piensan sacar del Chad a 300 huérfanos, víctimas de la guerra civil, y entregarlos a parejas francesas que han tramitado solicitudes de adopción. La periodista Françoise Dubois los acompaña para cubrir la información. Inmersos en la brutal realidad de un país en guerra, los miembros de la ONG empiezan a desmoralizarse y empiezan a preguntarse cuáles son los límites de una intervención humanitaria.

Crítica

Los Caballeros Blancos se inspira en el caso del Arca de Noé, un grupo de humanitarios empeñados en que unas familias francesas adoptaran a "huérfanos". La palabra empeño, que bien se puede asociar a lo largo de todo el desarrollo argumental a cabezonería e incluso a testarudez extrema, es el leitmotif que motoriza las acciones de los protagonistas de esta singular y por desgracia veraz peripecia, la de unos hombres y mujeres que no dudaron en tirar de corrupción e ilegalidad para llevar a cabo su bienintencionado propósito.

Digamos ya de entrada que el gran acierto de la película estriba en su protagonista absoluto, un Vincent  Lindon cuya mirada es de esas que podrían llegar a atravesar paredes. La fuerza que este actor transmite en pantalla es brutal, y todo fluye para bien cuando la cámara se fija en sus marcados rasgos y en sus calculados gestos. Como ya ocurriera en la reciente La ley del mercado, donde el intérprete buceaba en un agónico ejercicio de supervivencia bajo las surrealistas condiciones en las que se mueve el mercado laboral europeo, aquí también se coloca en una posición privilegiada desde la que puede  palpar de primera mano la situación caótica en la que se hallan países como el Chad en cuanto a materia de huérfanos víctimas de la Guerra Civil que asola su país.

el gran acierto de la película es sin duda su protagonista absoluto, Vincent  Lindon.

Pero ¿qué hacer cuando te presentas sobre el terreno con un objetivo claro y te das cuenta de que lo podrido del asunto ejemplificado en constantes trabas administrativas y corruptelas varias te impiden llevar a cabo tu propósito altruista?. Pues que hay que tomar una drástica decisión en la que o bien te amoldas a lo que hay o bien abandonas aquello por lo que llevas luchando tantos años. 

Estamos ante un film necesario para entender los límites del compromiso.

Ni que decir tiene que estamos ante un film necesario para entender los límites del compromiso y de las convicciones tanto individuales como colectivas. A los hacedores de esta producción belga no les duelen prendas a la hora de plantearnos cuestiones tan básicas como si se debe separar a una madre de sus hijos o se debe pasar al lado oscuro cuando te sumerges en el desatino y el disparate generalizado. Que la ONU sirve para bien poco en conflictos de carácter local donde no existen intereses inmediatos de las grandes potencias ya quedó patente en títulos tan imprescindibles como En tierra de nadie, de Danis Tanovic (2001) o la más actual e igualmente cínica Un día perfecto de Fernando Leon de Aranoa (2015). 

El director de la propuesta que nos ocupa, Joachim Lafosse, vuelve a hurgar en los conflictos mundanos que se producen en pequeños grupos que buscan el bien común, tal y como hiciera en aplaudidos títulos de su biografía como Propiedad Privada (2006) o Perder la razón (2012). Todas son familias con problemas. A unos les unen y desunen los lazos familiares, mientras que a los héroes que se adentran en zona hostil al rescate de los desamparados les asocia la necesidad imperiosa de sentirse útiles racionalizando lo que se les escapa de las manos.

Las escenas finales, que aquí no desvelaremos, alcanzan un grado de tensión y angustia que desembocan en una conclusión de aplastante lógica. Todo explicado sin ánimo de cebarse en secuencias de un dramatismo exacerbado ni queriendo imponer ningún tipo de ideología panfletaria. Lafosse, tal y como ha manifestado en alguna entrevista concedida con motivo del estreno del film, se muestra apasionado por plasmar en pantalla el tema del infierno lleno de buenas intenciones, y su trabajo se centra simple y llanamente en explicar una historia local que invita al espectador a reflexionar sobre un tema global.

Como siempre suele ocurrir con este tipo de producciones no le quedará más remedio que someterse a la dictadura implacable de los blockbusters veraniegos, pero para todos aquellos que todavía no hayan sido lobotomizados del todo les recomendamos que hurguen en la cartelera y vayan a ver a estos Caballeros Blancos con (o sin) licencia para salvar.