Clímax: Bajar a los infiernos para rescatar lo humano
El cineasta Gaspar Noé (Love, Enter the Void) dirige este filme que protagonizan Sofia Boutella (La momia), Romain Guillermic (Elektro Mathematrix) y Souheila Yacoub (Plus belle la vie), junto a un reparto formado por bailarines que debutan en la pantalla grande con esta película.
Título: Clímax.
Título original: Clímax.
Director: Gaspar Noé.
Guión: Gaspar Noé.
Intérpretes: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile.
Estreno en España: 11/10/2018
Productora: arte France Cinéma / Rectangle Productions / Wild Bunch
Distribuidora: Avalon.
Sinopsis
Son los años 90. La película sigue a un grupo de jóvenes bailarines que se reúnen para ensayar una coreografía. Después, decidirán festejarlo con una fiesta alrededor de una gran fuente de sangría. Conforme avanza la noche, la atmósfera se vuelve eléctrica y una extraña locura los atrapará. Será un viaje hipnótico y brutal al final de la noche.
Crítica
Sin perder su gusto por el color rojo —en este caso muy unido al blanco y al azul de la bandera francesa— y tampoco por la cámara viva, Gaspar Noé vuelve a la gran pantalla con un filme repleto de los elementos que tanto caracterizan su cine. Esta película ha sido tachada con la etiqueta de terror musical, pero lo cierto es que pertenece a un género único, o mejor dicho, a un estilo único: el del propio Gaspar Noé.
Y es precisamente de todo ese encorsetamiento de lo que Noé huye. Hoy en día nos preocupamos por clasificar absolutamente todo, en lugar de vivirlo. Nos hemos impuesto unas normas sociales para dirigir nuestra existencia, muchas de las cuales son absurdas e ilusorias. En el cine, y en el arte, también pasa: ¿por qué las películas tienen que contar una historia? ¿Por qué los créditos tienen que ir al principio o al final de la obra? ¿Por qué se enseñan el plano / contraplano y el eje como reglas universales en las escuelas?
No sabemos si existe lo absoluto, pero sí lo relativo. Nadie parece poseer la verdad, sino que cada uno de nosotros tenemos la nuestra.
«Nacer es una oportunidad única», pero desde que lo hacemos estamos sujetos a condicionamientos. Los de nuestra familia, nuestra capacidad económica, nuestra escuela, nuestra ciudad, nuestro país, nuestra cultura, nuestro sexo, nuestra raza... Despojarnos de todas estas influencias es prácticamente imposible.
No sabemos si existe lo absoluto, pero sí lo relativo. Nadie parece poseer la verdad, sino que cada uno de nosotros tenemos la nuestra. El problema es que tratamos de convencernos unos a otros de que lo nuestro es lo bueno, lo correcto. En ocasiones incluso llegamos a imponer nuestra mentalidad —usando medios físicos o psicológicos— como individuos, colectivos, instituciones o naciones. Nos comemos unos a otros, nos hacemos daño: «Vivir es una imposibilidad colectiva».
Y tenemos miedo, miedo a la muerte. Algo que no conocemos lo llenamos de connotaciones negativas. Lo ocultamos, lo encerramos muy dentro de nosotros, nos hacemos insensibles a ello, hasta que llega el momento. Y cuando llega, no nos hemos preparado, no hemos conseguido nada, no sabemos que «Morir es una experiencia extraordinaria» (imposible no remitir aquí a otro filme del mismo Noé, Enter the void).
Nacer, vivir y morir, el ciclo de la vida, ¿principio y fin? Todo ello contado de una forma dantesca, es decir, siguiendo un camino que baja a los infiernos más profundos. La diferencia es que en Clímax el averno se encuentra en nuestra realidad, en nuestra propia humanidad. Noé es conocido por su retrato de ambientes sórdidos y decadentes. A través de ello saca lo peor de nosotros, el horror: un niño gritando y llorando, solo, encerrado.
Destruir para construir. Ser pesimista para lograr el optimismo. Provocar para despertar reflexiones. Muchos son los medios del cineasta para transmitir sus pensamientos, para conseguir su objetivo. No se debe confundir la visión de una obra con la de su autor, quien puede tener su perspectiva en una meta mucho más lejana, en un bien mayor.
Si que se nota un afán por parte de los hacedores del film de búsqueda de lo más essencial, pasando por alto cualquier otro elemento disuasorio que descentralice el tema principal. Eso se traduce por un lado en que el resultado final sea más directo y contundente, aunque a la vez el conjunto adolezca de profundidad, repitiendo uno tres otro todos los clichés del género siendo a la postre una obra demasiado convencional y repetitiva.
Y todo ello acompañado de una experiencia sensorial espectacular. La forma acompaña al fondo. La cámara viva se vuelve más agresiva a medida que el metraje avanza. Empieza segura, con movimientos limpios, termina loca, aberrante, con giros violentos y desgarradores. Lo mismo sucede con la luz, con un predominante uso del neón y las luces discotequeras verdes, azules, moradas y rojas. Hacia el final el rojo se come la pantalla para representar un submundo terrible y abismal.
El sonido y la música también son usados en esta dirección. Con el correr de los minutos aumentan los gritos, las risas desesperadas y otros ruidos infernales. Esto último liga a su vez con la danza, la cual se torna más y más extravagante. Hacia el final vemos extrañas figuras en posturas grotescas que emiten incómodos crujidos. Los actores-bailarines se desviven por sus papeles y se meten de lleno en ellos.
Seguramente Gaspar Noé no sea uno de los directores de cabecera de muchas personas, pero es sin duda un gran cineasta. No solo hemos de ver aquello que nos reconforta y pertenece a nuestra burbuja, sino que también hemos de buscar experiencias contrarias, opuestas a nuestra visión de la realidad. Solo así conoceremos otras realidades. Solo así nos completaremos como personas. Pepe Sapena Revista Encadenados