La ley del mercado: Bocados de realidad
En La ley del mercado se puede mascar la verdad, y se describe de manera pormenorizada una situación, la de los resultados de la crisis económica galopante que todavía a día de hoy nos acucia, desde un punto de vista tan sereno como riguroso en su exposición.
Drama | 110 min. | Francia
Título: La ley del mercado.
Título original: La loi du marché.
Director: Stéphane Brizé.
Guión: Stéphane Brizé, Olivier Gorce.
Reparto: Vincent Lindon, Yves Ory, Karine De Mirbeck, Matthieu Schaller, Xavier Mathieu,Noël Mairot, Catherine Saint- Bonnet, Roland Thomin.
Estreno en España: 12/02/2016
Productora: Arte France Cinéma / Nord-Ouest Productions.
Sinopsis
Thierry es un hombre de 51 años que, tras 20 meses de desempleo, comenzará un nuevo trabajo donde pronto se enfrentará a un dilema moral: ¿puede aceptar cualquier cosa con el propósito de mantener su trabajo?
Crítica
Que el cine francés trata la realidad social de su país desde todos los puntos de vista posibles es algo que ya no sorprende a nadie. La cantidad de obras filmadas destinadas a meter el escarpelo en las distintas problemáticas derivadas de la mala gestión de las políticas de gobierno en general y de la administración pública en particular se acentúan un año sí y otro también. Desde España tan solo podemos alabar su tenacidad y capacidad de crítica interna desde la envidia sana y la ilusión de que algún día aquí también se rodarán ese mismo tipo de películas, aunque por ahora nos seguiremos conformando con más de lo mismo, ese costumbrismo entendido tan solo como comedia bufa, tan lleno de folclore patrio como vacío de contenidos.
En La ley del mercado se puede mascar la verdad, y se describe de manera pormenorizada una situación, la de los resultados de la crisis económica galopante que todavía a día de hoy nos acucia, desde un punto de vista tan sereno como riguroso en su exposición. El protagonista de la historia, o mejor dicho de la tragedia, es un hombre que podría ser cualquiera de nosotros. Una persona que abraza su madurez desde la desesperanza y el cansancio ante la lucha infructuosa tras dar vueltas y más vueltas sin sentido: Thierry lleva casi dos años en el paro y se da cuenta de que los logros obtenidos después de años de trabajo empiezan a esfumarse debido a la aplicación de unas políticas carentes de justicia social. Los remiendos a modo de cursos subvencionados no sirven absolutamente para nada y el mundo laboral no admite a nadie que no esté dispuesto a dejarse pisar por los de arriba.
Cuando empieza la película está a punto de arrojar la toalla. Para una persona que acaba de entrar en la cincuentena se le hacen muy cuesta arriba las entrevistas por Skype, el desarrollo de perfiles para caer bien a los entrevistadores, y a duras penas puede redactar un currículum con cara y ojos. La maquinaria estatal actúa sin piedad contra los menos preparados y los va aislando hasta ahogarlos en sus propias miserias. Los bancos solo te atienden si llevas un fajo de billetes por delante; las empresas solo te contratan si eres joven y te aplican unas condiciones laborales deplorables…Tan solo encuentra algo de consuelo en el apoyo que recibe de su mujer, con la que comparte el hobby de aprender a bailar, y su hijo, que padece una disminución aunque tiene el objetivo de llegar a estudiar la carrera de biología.
El protagonista de la historia, o mejor dicho de la tragedia, es un hombre que podría ser cualquiera de nosotros
Vincent Lindon, quien ya había trabajado anteriormente con el director Stephane Brizé en Mademoiselle Chambon (2009) y Quelques Heures de Printemps (2012), se ha especializado en papeles de condición humilde y comprometida con el cine social y político, y lo cierto es que aquí borda el rol de hombre corriente superado por el sistema (no en vano se alzó con el Premio al mejor actor en la pasada edición del Festival de Cine de Cannes). El actor francés dota a su personaje de una sobriedad apabullante; su mirada profunda y triste traspasa la pantalla, y sus prolongados silencios denotan la impotencia de quien no puede hacer nada más que intentar salvaguardar su dignidad. Ante los poderes fácticos no queda más remedio que amoldarse hasta que el cuerpo y la mente aguanten, y él observa, se acopla y cumple su cometido en la rutina diaria de la mejor manera que puede. Los únicos momentos en los que se le ve enervado son aquellos en los que se enfrenta a sus iguales. Es el caso de la magnífica escena del regateo entre el comprador que quiere conseguir un inmueble a un mejor precio que el que se había acordado inicialmente y el vendedor que no está dispuesto a dejarse pisotear por la necesidad. Siempre desde la mesura y la contención atendemos a unos diálogos certeros que no hacen más que reflejar que todos somos hijos y a la vez testimonios de la crisis que nos obliga a luchas por la supervivencia.
Para finalizar también vale la pena destacar otros dos momentos álgidos de la trama: aquel en el que los trabajadores del supermercado despiden a una compañera que se acaba de jubilar y en el que el jefe recién llegado resume su vida laboral con dos frases lapidarias, y el momento en el que el protagonista toma una determinación ante una serie de situaciones que le harán plantearse si vale la pena el precio a pagar por las consecuencias de sus acciones.