Cuando los ángeles duermen: ¡Jo, qué noche!
Escrito y dirigido por Gonzalo Bendala (Asesinos Inocentes), este drama está protagonizado por Marián Álvarez (La herida, Lo mejor de mí), Julián Villagrán (Grupo 7, El Ministerio del Tiempo), Ester Expósito (Vis a vis, Estoy vivo), Marisol Membrillo (Magical Girl, Apaches) y Adolfo Fernández (B&b, de boca en boca, Pieles), entre otros.
Thriller | 91 min. |España| 2018
Título: Cuando los ángeles duermen.
Título original: Cuando los ángeles duermen.
Director: Gonzalo Bendala.
Guión: Gonzalo Bendala.
Intérpretes: Marián Álvarez, Julián Villagrán, Marisol Membrillo, Adolfo Fernández.
Estreno en España: 07/09/2018
Productora: Áralan Films.
Distribuidora: Fílmax.
Sinopsis
Germán lleva una vida ejemplar como un honrado padre de familia de conducta intachable. Sin embargo, un día, conduciendo de vuelta a casa casa, todo su mundo se desmorona después de que atropelle accidentalmente a dos chicas adolescentes. A partir de ese momento, el protagonista tendrá que hacer todo lo posible para evitar que el terrible suceso acabe destrozando su vida y la de los que están a su alrededor.
Crítica
Gonzalo Bendala debutó como director de cine en el año 2015 con Asesinos inocentes, un thriller que, entre el drama y ciertos toques humorísticos, reflexionaba sobre la moralidad y el oportunismo. Ahora en 2018 vuelve a ponerse tras las cámaras para escribir y dirigir otro thriller, Cuando los ángeles duermen. Un filme que frente a su ópera prima, con la que tiene algunos puntos de contacto, se mueve en un terreno oscuro y donde ya no hay espacio más que para el drama y el pesimismo.
Reflexiones sobre la culpa que quedan esbozadas (la presencia de crucifijo, las miradas frente al espejo) pero que no se interiorizan por esa necesidad de construir el propio artificio del suspense basado en la persecución reiterada y constante.
Germán (Julián Villagrán) es un hombre normal. Sometido a las obligaciones de su trabajo se define como un hombre bueno y tiene que lidiar entre las presiones de un jefe un tanto déspota y la necesidad de atender a su mujer y a su hija; en esta balanza parece que la vida profesional se termina imponiendo a la familiar.
La narración se articula a partir de una anécdota. La hija de Germán celebra su cumpleaños y éste no puede acudir porque está fuera en una reunión de trabajo y pierde el avión. Decide en ese momento que regresará en coche y durante ese viaje nocturno se producirá un incidente grave que derivará, cual efecto mariposa, en una serie de circunstancias dramáticas que afectarán al conjunto de personajes del filme.
Sin entrar en más detalle para no desvelar aspectos de la trama, el filme retrata cómo la reacción ante un hecho dramático, con sus errores y equívocos, puede transformar a las personas de tal manera que las hace irreconocibles. Desvela también la miseria humana capaz de elevarse por encima de cualquier concepto moral con tal de mantener el estatus y la zona de confort.
Frente a la inmadurez y la temeridad de los personajes jóvenes (los dos chicos, la amiga de Silvia) encarnado por el personaje de Silvia (Ester Expósito), la pareja adulta formada por Germán y su mujer (Marian Álvarez) terminan comportándose de una manera mucho más fría para defender aquello que es suyo (la familia).
Para escenificar esta tesis, Bendala, que también se encarga del guión, propone un relato que empieza con el acotamiento temporal pues, salvo el prólogo y el epílogo, toda la acción transcurre en una noche. Una noche en donde los acontecimientos se precipitan a un ritmo vertiginoso que implica a una decena de personajes y que se convierte, esa noche, en un símbolo de oscuridad, de verdadera pesadilla, donde cada personaje saca aquella parte que parecía escondida.
No hay respiro y el ambiente asfixiante que atrapa a Germán, y que provocará su transformación, es uno de los elementos más destacables del filme. La cámara en mano, los exteriores, el esfuerzo físico (persecuciones, peleas) y el montaje contribuyen a esa sensación de pesadilla en la que Germán y Silvia terminan por asumir un rol que al que no parecían destinados en origen.
El problema para el filme es que precisamente la mecánica para poner en marcha ese ambiente opresivo y tenso se lleva también por delante la recreación de los personajes (fundamentalmente de los secundarios) e incluso la verosimilitud del relato. No significa esto que los argumentos tengan que ser reales, sino que el espectador debe asumirlos como tales. El cine de Hitchcock tiene ejemplos de ficciones forzadas (Los pájaros, Marnie la ladrona) pero que terminan siendo creíbles. Un cine, el de Hitchcock, al que Bendala cita en su filme en pequeños detalles como son la corbata para asfixiar (Frenesí), la conducción nocturna y la fatalidad de encontrarse en el peor sitio en el peor momento (Psicosis), el macguffin (la fiesta de cumpleaños), así como el apunte a la temática de la culpabilidad y el juego con la moralidad.
Reflexiones sobre la culpa que quedan esbozadas (la presencia de crucifijo, las miradas frente al espejo) pero que no se interiorizan por esa necesidad de construir el propio artificio del suspense basado en la persecución reiterada y constante.
Para sostener este relato de violencia in crescendo y canalizar las emociones de sus personajes el filme cuenta con las esforzadas interpretaciones de sus actores principales, Julián Villagrán (que vuelve al tono dramático) y Ester Expósito (en su primer papel como protagonista). Y queda desaprovechado el talento de una actriz como Marian Álvarez, un ejemplo de ese descuido en la escritura de los personajes secundarios.
Nos queda al menos un filme tenebroso y pesimista, que no juzga a sus personajes, y que manifiesta en un seco epílogo lo que las personas normales, las que nos rodean, nosotros mismos, podemos ser capaces de realizar o aceptar para sobrevivir y conservar el modo de vida establecido, una representación del egoísmo y la hipocresía que aflora en ocasiones en la condición humana. Luis Tormo. Revista Encadenados.