CRÍTICA DE CINE

Déjate Llevar: Mens insana in corpore sano

Cinco años después del drama Cosimo y Nicole (película que no gozó de distribución en España) el realizador turinés Francesco Amato nos trae Déjate llevar (Lasciati andare, 2017), una comedia que juega con los opuestos solitarios. 

Comedia | 105 min. | Italia 2017

Título: Trío. ¡Déjate llevar!.
Título original: Lasciati andare.
Director: Francesco Amato.
Guión: Francesco Bruni.
Intérpretes: Toni Servillo, Verónica Echegui, Carla Signoris, Luca Marinelli.

Estreno en España: 02/02/2018
Productora: Cattleya / Rai Cinema.

Distribuidora: Adso Films.

Sinopsis

¿Qué sucede cuando un rígido psicoanalista enfocado al estudio de la mente se junta con una joven dedicada al culto al cuerpo? Con barba y gafas al más puro estilo de Sigmund Freud, el Dr. Elia Venezia (Toni Servillo) es un rígido psicoanalista con una vida tranquila y predecible. Está separado de su exmujer Giovanna (Carla Signoris), pero aún sigue enamorado de ella y tienen un hijo en común. Para más inri, son vecinos.
Elia vive una vida confortable centrada en su autocomplacencia hasta que un día es alertado por su médico y se ve obligado a cambiar su dieta y a practicar ejercicio diario. Es entonces cuando el rumbo de Elia cambiará drásticamente al conocer a Claudia (Verónica Echegui), una jovial entrenadora personal más preocupada por el culto al cuerpo que de la mente. Este soplo de vitalidad hará que Elia se replantee su existencia y vea la vida de un modo diferente (y algo más despreocupado) a lo que estaba acostumbrado.

CRÍTICA

Cinco años después del drama Cosimo y Nicole (película que no gozó de distribución en España) el realizador turinés Francesco Amato nos trae Déjate llevar (Lasciati andare, 2017), una comedia a rato brillantes y en ocasiones un tanto ramplona que juega con los opuestos solitarios y  que intenta dar una pátina de lustre a la un tanto denostada comedia italiana contemporánea.

Para ello cuenta con la inestimable participación de Toni Servillo, grande entre los grandes desde que nos diera una auténtica lección de actuación en la monumental La gran Belleza, de Paolo Sorrentino, al que acompañan nuestra Verónica Echegui, en un rol que viene a emular a la Penélope Cruz de Vicky Christina Barcelona (con tacos en español incluídos) y que a los que peinamos canas también nos puede recordar a la mítica Eva Nasarre y sus clases de gimnasia catódica. Completan el cuarteto protagónico el emergente Luca Marinelli (no hay que perdérselo en la reivindicable Le llamaban Jeeg Robot) y la veterana Valentina Carnelutti, vista hace poco en Locas de Alegría, de Paolo Virzi.

Servillo da vida a Elías, un psicólogo judío de mediana edad que se hincha a comer pasteles en su consulta mientras atiende de forma holgazana y narcoléptica a sus desequilibrados pacientes.

Servillo da vida a Elías, un psicólogo judío de mediana edad que se hincha a comer pasteles en su consulta mientras atiende de forma holgazana y narcoléptica a sus desequilibrados pacientes. Hierático y severo a partes iguales, pero con un sentido del humor ingenioso e implacable, Elías mantiene a todos a una distancia segura, incluso su ex esposa Joan, que vive en el piso de enfrente, y con la que continúa compartiendo algunas labores domésticas y puntuales salidas nocturnas. Lo que se llama existencia miserable de las emociones, vamos. Debido a sus excesos con los dulces se ve obligado a seguir una dieta estricta y apuntarse a un gimnasio. Y así, en su vida irrumpe Claudia, una entrenadora personal divertida y excéntrica, para nada sesuda y con una capacidad innata para arrastrar al desorden a cualquiera que se cruce en su camino, caso del héroe de la función.

Todo el desarrollo argumental se cimenta en los caracteres opuestos de los dos protagonistas: uno es viejo y la otra joven; uno es juicioso y la otra descerebrada, uno está fofo y la otra está estupenda (físicamente hablando)… y como no puede ser de otra manera porque estamos en Italia y la sombra de Anna Magnani, Sofía Loren y Marcello Mastroianni sigue siendo muy alargada aquí se habla hasta por los codos (los guionistas tienen que haber quemado más de un cartucho de toner de la impresora, porque la catarata de palabras ametralladas por segundo es para agotar al más paciente). 

Mientras que en la primera mitad, más teórica y pausada, priman las conversaciones entre dos personajes para irnos poniendo en situación, en la segunda, más despendolada y con una trama cómico-criminal bastante traída por los pelos, el jolgorio verbal pasa a ser colectivo, con multitud de situaciones que rozan el slapstick. Al protagonista ya le viene bien ir cogiendo la forma con su “personal trainer”, porque le va a tocar sudar la gota gorda entre persecuciones, asaltos y peleas varias…

Desde un punto de vista productivo, el cuerpo de película parece estar destinado a una gangrena progresiva (y de las agresivas), debido a la repetición infinita de los mismos patrones, la elección de las situaciones cada vez es más difícil de identificar, una narrativa estandarizado y en la que se usa (y abusa) demasiado de la voz en off. A pesar de todas las restricciones que estrangulan y sofocan el potencial cómico, el director tiene el mérito de procurar algunos chistes mordaces y puntiagudos que le hacen mucho bien al conjunto.

En definitiva, un divertimento sin pretensiones cuyo simple y efectivo  mecanismo gira en torno al encuentro aleatorio entre dos figuras en su antítesis. Un poquito de Woody Allen, otra pizca de “commedia all´italiana” al uso y algunos paisajes urbanos romanos que siempre son bienvenidos…y ya tenemos cine “al dente”.