CRÍTICA DE CINE

El Lodo: Enfangados

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El lodo

Cartelera España 10 de diciembre

Título original

El lodo
Año
Duración
111 min.
País
 España
Dirección

Iñaki Sánchez Arrieta

Guion

Iñaki Sánchez Arrieta

Música

Xema Fuertes, Amadeo Moscardó

Fotografía

Guillem Oliver

Reparto

Raúl ArévaloPaz VegaRoberto ÁlamoSusi SánchezJoaquín ClimentEnric JuezasSusana Merino

Productora

Sunrise Pictures Company, Vertice 360

Género
Thriller
Sinopsis
Una fuerte sequía castiga las vastas extensiones de arrozales en el Levante español. Ricardo, un prestigioso biólogo, después de viajar por todo el mundo, tiene la oportunidad de volver a sus raíces para cumplir una misión, proteger el paraje natural donde vivía de niño. Las medidas que debe tomar le enfrentarán radicalmente a los lugareños, que ven atacada su forma de vida y subsistencia, un enfrentamiento que tendrá consecuencias inesperadas.
 
CRÍTICA

Iñaki Sánchez Arrieta estrenó su primer largometraje, Zerø (2019), en la 34ª edición de la Mostra de València - Cinema del Mediterrani. Ahora regresa a la Mostra con El lodo participando en la Sección Oficial del Festival y siendo el filme elegido para la inauguración del certamen especializado en el cine mediterráneo.

Tras una larga experiencia como ayudante de dirección, Sánchez Arrieta accedió a la dirección de Zerø cuando el proyecto ya estaba en marcha, adaptando el guion original para llevarlo a su terreno, añadiendo una línea dramática que completaba el relato fantástico en el que se inscribía el filme originalmente.

Con El lodo (2021), el director valenciano —que esta vez firma el guion en solitario— apuesta por el componente dramático que aquí adquiere un absoluto protagonismo. Ricardo (Raúl Arévalo) es un prestigioso biólogo que, tras viajar por todo el mundo, regresa con su mujer y su hija a sus raíces, al paraje natural donde vivía de niño, con la misión de protegerlo para garantizar su sostenibilidad.

El relato más externo se asienta en una estructura que oscila entre el thriller y el western moderno, con un personaje que viene de fuera —nació allí, pero se fue del lugar siendo niño— y al que le cuesta ocupar su lugar.

El debate entre ecología y economía se hace patente poniendo en primer término la sostenibilidad del ecosistema frente a la necesidad imperiosa de los lugareños de sobrevivir de su trabajo (el cultivo de arroz, la caza, etc.).

En esta primera capa se acentúa la dicotomía entre el mundo moderno y desarrollado encarnado en el biólogo que persigue con firmeza obsesiva sus objetivos de defensa de la naturaleza  y el modo de vida tradicional, agrícola, asentado en la experiencia cotidiana basada en hacer las cosas como siempre se han hecho de generación en generación.

Al igual que ocurría en Zerø, donde las localizaciones desérticas se convertían en un protagonista más de la historia, en El lodo el paisaje de la Albufera va más allá de ser un simple contenedor para los personajes. La gran laguna de agua dulce, los laberínticos marjales y la inmensidad de los arrozales generan un valor añadido en cada escena, pues representan un modo de vida que depende de esas tierras. Las actitudes de las personas se justifican por la pertenencia a ese lugar.

Los personajes reflexionan frente a ese paisaje, los recorridos en barca que aíslan a los protagonistas y los empequeñecen mediante esos planos aéreos que ya se visualizan desde el principio (un plano cenital en el que un coche avanza por la carretera entre la laguna), la presencia constante de las aves sobrevolando el lugar (libertad) o el pequeño pueblo agrícola son necesarios para entender y comprender su actuación.

Ese relato externo, de enfrentamiento entre dos formas de entender el progreso y la sostenibilidad de un ecosistema,  cohabita con el drama interior de la pareja protagonista. El biólogo y su mujer (Paz Vega) viven atenazados por el dolor de un acontecimiento trágico ocurrido en sus vidas y que el filme va desvelando capa a capa.

El pasado se convierte así en un elemento discordante que va destruyendo poco a poco a la familia. La presencia constate de la culpa regresa una y otra vez; el personaje de Raúl Arévalo encarna la dureza de quien se niega a aceptar los hechos, mientras su mujer muestra el deterioro psicológico de una forma más visible (sigue un tratamiento médico), aunque ambos están impregnados de ese pasado doloroso del que deben desprenderse para continuar sus vidas.

Este planteamiento se traslada también a otros personajes a través de las tramas secundarias (la perdida que también alcanza al personaje del guarda interpretado por Joaquín Climent o los celos que oprimen al personaje de Roberto Álamo).

De esta forma,. El lodo se convierte también en una historia de redención. La familia tendrá que sufrir en ese microcosmos cerrado para comprobar su capacidad de adaptación, su propia supervivencia. El enfrentamiento entre unos y otros, entre la férrea actitud del biólogo frente a las necesidades básicas de los agricultores, eleva la tensión del relato creando un ambiente de violencia (la presencia de las armas, las amenazas, las discusiones) que se poco a poco se va interiorizando en los personajes.

Deudora de referencias fílmicas como Perros de paja, de Sam Peckinpah (el personaje discordante que viene de fuera, el matrimonio con problemas, la tensión que se va generando, la violencia), referencias que el propio director también amplía también a títulos como La caza, de Thomas Vinterberg, o El bosque de sombras, de Koldo Serra, lo que en principio parecía un refugio para sanar las heridas emocionales de los protagonistas termina saltando por los aires y la película se abre y se cierra a modo de círculo vivencial en el que ya nada será igual para ellos.

Asistimos a una transformación personal a través de una narración que se va volviendo más oscura —la fotografía inicial en tonos cálidos y anaranjados deja paso a una estética más fría conforme avanza el metraje—.

La parte más endeble de El lodo es la adopción de un patrón escasamente original para estructurar la narración y la dificultad de encajar todas las piezas en el conjunto final con un relato que va creciendo en intensidad, con cierta falta de ritmo, pero que se precipita de manera acelerada en los instantes finales.

En este segundo largometraje de Iñaki Sánchez Arrieta nos quedamos con el recurso dramático de las localizaciones; el estilo visual y la forma de plantear las escenas (son destacables el paseo en barca donde el guarda relata el dolor por la pérdida de su mujer o el plano en el que el personaje de Paz Vega confiesa su trágica historia, planteado con un elegante movimiento de cámara que muestra a los dos personajes); y el formidable casting actoral.

Escribe Luis Tormo Revista Encadenados