Gauguin, viaje a Tahití: Epopeya sensorial
Edouard Deluc (Boda en Mendoza) dirige este biopic que protagoniza Vincent Cassel (El cuento de los cuentos, Una semana en Córcega) dando vida al pintor post-impresionista. Completan el reparto Marc Barbé (La religiosa), Samuel Jouy (Zone Blanche), Pernille Bergendorff (Bedrag) y la debutante Tuheï Adams en el papel de Tehura.
Drama| 101 min. |Francia| 2017
Título: Gauguin, viaje a Tahití.
Título original: Gauguin - Voyage de Tahiti
Director: Edouard Deluc.
Guión: Etienne Comar, Edouard Deluc, Sarah Kaminsky, Thomas Lilti.
Intérpretes: Vincent Cassel, Malik Zidi, Sarah Kaminsky, Pernille Bergendorff.
Estreno en España: 05/10/2018
Productora: Studiocanal.
Distribuidora: Ver Cine.
Sinopsis
1890. Para romper con la civilización occidental, Paul Gauguin (Vincent Cassel) se exilia a Tahiti, en la Polinesia francesa. Su objetivo es encontrar una motivación para su pintura, más libre y alejada de los códigos morales de la Europa civilizada. Durante su estancia conoce a Tehura (Tuheï Adams), una joven indígena de la que se enamorará perdidamente y que inspirará un buen número de sus obras mayores. Será entonces cuando se produzca su verdadera búsqueda de la libertad y lo absoluto.
Crítica
Efectivamente, apenas tres o cuatro cuadros y media docena de esbozos aparecen en esta biografía de los primeros dieciocho meses que Paul Gauguin vivió en Tahití, en pésimas condiciones económicas y enfermo hasta el punto de que fue repatriado por el estado francés, y su no está claro si amor, aunque seguro empecinamiento en la joven nativa Tehura. Ya sabemos que un tiempo después regresó a la Polinesia, esta vez a Marquesas, donde acabó sus días, siempre en la pobreza, y donde los turistas visitan su tumba.
A El propio Gauguin contó este viaje de 1891 en el relato “Noa Noa” (editado en Francia en 1901), y en él se ha basado el realizador Edouard Deluc (“¿Dónde está Kim Basinger?”, “Boda en Mendoza”) para esta especie de biopic modelo reducido que protagoniza Vincent Cassel .
El drama, me atrevería a llamarlo dramón, del postimpresionista Gauguin quien, ante la mala acogida de su obra en París, decide abandonar a sus compañeros del París bohemio y del Salón de Artistas Pintores, heredero del creado en el siglo XVII por el ministro Colbert para el Rey Sol, y viajar a Polinesia, en esta ocasión a Tahití, en búsqueda de inspiración y de algo más que quizá era el gusto de vivir. Quiere pintar en un entorno salvaje, lejos de los códigos morales, políticos y estéticos de la Europa civilizada y de la pintura clásica. Durante año y medio vive en la aldea de Mataiera, se adentra en la jungla y conoce la soledad, la pobreza y la enfermedad. Y también a Tehura, la joven de 13 años que se convertiría en fugaz compañera de cama y modelo de sus obras más memorables. Atrás deja una esposa danesa, que se niega a seguirle en la aventura, cinco hijos y decenas de cuadros que teóricamente deberían servir a la familia para tirar adelante.
El propio Gauguin contó este viaje de 1891 en el relato “Noa Noa” (editado en Francia en 1901), y en él se ha basado el realizador Edouard Deluc (“¿Dónde está Kim Basinger?”, “Boda en Mendoza”) para esta especie de biopic modelo reducido que protagoniza Vincent Cassel (“Mi amor”, “Solo el fin del mundo”), al que secundan la debutante tahitiana Tuheï Adams y el francés Malik Zidi (“Marie Curie”, “Objetivo París”). “Es una aventura increíblemente poética, sobre los misterios de la creación, el amor por tierras lejanas, la dedicación absoluta al arte, la necesidad para crear una obra. –ha explicado el director- Pero también es una historia sobre el amor y la libertad···”.
Muy acertadamente definido por algún crítico (cuyo nombre no recuerdo) como “epopeya sensorial”, la película “Gauguin, viaje a Tahití”, que decepcionará a quienes esperen ver el grueso de su obra en la pantalla, es un paseo poético y hedonista por la selva y por el cuerpo y el ánimo de un artista genial, precursor del arte contemporáneo. Durante aquellos dieciocho meses Gauguin dibujó y pintó sobre todo a Tehura, modelo de mujer entregada, pero también trabajó para comer, pescando y descargando en los muelles.
Pero, dicho lo anterior, la película llega difícilmente al espectador, que se pierde en la naturaleza exuberante. Quizá un poco más de contexto, relativo a la época y al arte, ayudarían a meterse en la piel del artista que el guión ha relegado para destacar al hombre; un hombre de escasas palabras y silencios prolongados que le dejan casi en éxtasis, celoso de otro más joven hasta el punto de encerrar a la mujer con llave, una figura histórica trágica que Vincent Cassel interpreta con barba enmarañada y largos cabellos sucios, pero igualmente con convicción y maestría.
También, como me ha recordado el comentario de una internauta, se echa en falta algo más de “verdad” sobre el hombre imperfecto como todos que fue Gauguin, sus dos uniones con nativas polinesias menores (la segunda, Vaeho, de 14 años) y recordar que el genio padecía sífilis y no diabetes como se menciona de pasada.