El monstruo de St. Pauli: El horror
El monstruo de St. Pauli
Filmin (últ. incorporaciones) 5 de marzo
Título original
- Der Goldene Handschuh aka
- Año
- 2019
- Duración
- 110 min.
- País
- Alemania
- Dirección
- Guion
-
Fatih Akin (Novela: Heinz Strunk)
- Música
-
FM Einheit
- Fotografía
-
Rainer Klausmann
- Reparto
-
Jonas Dassler, Margarete Tiesel, Katja Studt, Martina Eitner-Acheampong, Hark Bohm, Jessica Kosmalla, Tilla Kratochwil, Uwe Rohde, Marc Hosemann, Philipp Baltus, Dirk Böhling, Lars Nagel, Adam Bousdoukos, Tristan Göbel, Victoria Trauttmansdorff
- Productora
- Co-production Alemania-Francia;
Bombero International, Warner Bros. (Distribuidora: The Match Factory)
- Género
- Thriller. Terror. Drama | Crimen. Años 70. Alcoholismo. Comedia negra. Asesinos en serie. Basado en hechos reales
- Sinopsis
- Un despiadado asesino en serie siembra el terror entre los habitantes de la ciudad de Hamburgo a principios de la década de los 70.
- CRÍTICA
En el año 2004, a raíz del Oso de Oro como mejor director y mejor filme por Contra la pared, descubrimos a Fatih Akin. La confirmación de este cineasta alemán de origen turco vino con su siguiente trabajo, Al otro lado (2007). A partir de ahí, Akin ha ido modelando una carrera coherente muy apegada a sus raíces.
El monstruo de St. Pauli (Der Goldene Handschuh, 2019) pone en imágenes la historia de un asesino en serie real que en los años 70 perpetró sus fechorías en Hamburgo —la ciudad en la que nació Akin— y que el escritor Heinz Strunk noveló, convirtiéndose el libro en un éxito de ventas en Alemania.
Los primeros diez minutos definen el planteamiento del filme. Sin palabras, solo con el sonido ambiente y unos rótulos que identifican el año y la localización geográfica, nos encontramos ante un universo de terror hecho realidad encarnado en Honka (Jonas Dassler), un asesino que descuartiza a sus víctimas; una realidad que muestra un feísmo en el que los monstruos existen, y que se plasma en una significativa escena donde una niña abre la puerta de su casa sorprendiendo al protagonista que está bajando un cadáver, y éste la asusta para que cierre la puerta.
Es la simbiosis entre la inocencia infantil y la monstruosidad hecha realidad, de hecho el propio director ha explicado que siendo niño, Honka era una especie de hombre del saco para ellos, una figura amenazante.
Tras un salto en el tiempo que nos lleva a 1974, Akin nos sumerge en el universo claustrofóbico de El Guante Dorado, un antro del barrio de St. Pauli —uno de los barrios rojos de Europa conocido por su ambiente nocturno, sus prostitutas y que en los años 60 fue el lugar donde The Beatles estuvieron formándose en su primera etapa antes de alcanzar el éxito—, poblado de personajes decrépitos, muertos en vida, donde se mezclan alcohólicos y prostitutas y del que Honka es un elemento más de ese entorno, un submundo que parece pertenecer a otra época alejado de la luz del sol.
La película se centra en ese periodo de cinco años en el cual Fritz Fiete Honka comete sus crímenes. No hay explicaciones sobre su pasado, su deformidad ni de su vida posterior. El director de Contrala pared asume un punto de visto neutro utilizando la cámara como soporte para describir ese universo sin entrar a justificar las razones que han conducido a Honka a convertirse en lo que es. Apenas unas vagas referencias al pasado histórico de la II Guerra Mundial con el personaje del antiguo soldado del ejército nazi o las menciones de la vieja prostituta y el padre de Honka sobre su paso por un campo de concentración.
En esa descripción asistimos a una puesta en escena centrada en la recreación explícita de los acontecimientos que, aunque en determinados momentos hay un hábil juego con el encuadre y el fuera de campo, la mayoría de las veces se muestra la violencia —acrecentado por el contraste que crea el uso de las canciones melódicas de la época— con toda la crudeza posible, por lo que la visión de El monstruo de St. Pauli se convierte en un ejercicio desagradable, molesto y que requiere del espectador un aguante considerable para no girar la vista ante lo que se nos muestra en la pantalla —muchos espectadores abandonaron las sesiones en el festival de Berlín donde se proyectó en su momento—.
Por lo tanto, aquí no encontramos una explicación que justifique los actos del protagonista, hay un retrato de un asesino (con evidentes traumas y problemas psicológicos), pero el objetivo es la representación de la inmundicia que rodea a unos personajes que hace tiempo dejaron de pertenecer a la sociedad, unos personajes al margen de la normalidad, donde el hedor físico y metafórico se hace reconocible hasta la nausea.
La existencia de dos mundos, dos universos, es un elemento que Fatih Akin ha mostrado a lo largo de su filmografía. Empezando por la separación basada en el origen geográfico, pues la inmigración siempre está presente en su cine —aquí se apunta con los vecinos griegos que viven en el piso de debajo de Honka— o la desigualdad por la pertenencia a diferentes clases sociales.
Aquí se acentúa esa separación clasista, esa diferenciación entre la normalidad, representada por los dos personajes de los jóvenes estudiantes, y ese microcosmos que gira alrededor de El Guante Dorado y el barrio siempre rodeado de restos de basura. La película es muy pesimista y el intento de reforma de Honka, tras un accidente catártico, se ve abocado al fracaso al comprobar que su reinserción, abandonando la bebida y encontrando trabajo en el centro comercial —ejemplo del nuevo modelo económico—, no es más que un espejismo.
La mirada final de Honka hacia el espectador es una mezcla de incredulidad, impotencia y toma de conciencia de la terrible realidad en la que ha estado viviendo. Un ruego, una demanda de explicación, que sabemos inexistente, y por ello se nos antoja imposible ir más allá de la simple observación de la monstruosidad descrita.
Una descripción en la que podemos rastrear referencias que apuntan a películas que van desde el clásico Freaks (La parada de los monstruos), de Tod Browning, pasando por la claustrofobia y el feísmo que acompañaba el retrato social de la Alemania de los 70 a través del cine de Fassbinder o la violencia pesimista de Haneke, siempre dispuesta a sacar el lado más oscuro de las personas.
El cine de Fatih Akin nunca ha sido complaciente, aunque se haya revestido en alguna ocasión de cierta amabilidad o sentido del humor, pero en este caso nos encontramos ante un retrato del horror, con una escalofriante puesta en escena, cargada de una violencia explícita en la que es imposible encontrar cualquier rasgo de humanidad ante unos personajes decadentes. La descripción de un asesino repugnante, en el que hay que destacar la actuación de Dassler, tiene la habilidad de sacudir al espectador, aunque sea difícil de soportar.
Escribe Luis Tormo Revista Encadenados