Perdidos en París: París bien vale una risa
Dominique Abel y Fiona Gordon, responsables de los filmes La fée (2011) y Rumba(2008), escriben y dirigen este largometraje, que también protagonizan junto a Emmanuelle Riva (Amor) y Pierre Richard (Mi familia del norte).
Título: Perdidos en París.
Título original: Paris pieds nus.
Director: Dominique Abel, Fiona Gordon.
Guión: Dominique Abel, Fiona Gordon.
Intérpretes: Emmanuelle Riva, Pierre Richard, Dominique Abel, Fiona Gordon.
Estreno en España: 21/12/2018
Productora: CG Cinéma / Courage Mon Amour / Moteur S'il Vous Plaît.
Distribuidora: Good Films.
Sinopsis
Fiona (Fiona Gordon) es una bibliotecaria canadiense que llega a París para ayudar a su anciana tía Martha (Emmanuelle Riva) con problemas, ya que amenazan con internarla en una residencia de ancianos. Pero Fiona pierde su equipaje y además descubre que Martha ha desaparecido. Comienza entonces una persecución por París, con una cadena de alocados enredos, a la que se apuntará Dom (Dominique Abel), un vagabundo seductor y entrometido con el que surge un extraño encanto.
Crítica
En su cuarto largometraje, los actores y directores de teatro Dominique Abel y Fiona Gordon dejan a Bruno Romy, quien los había acompañado detrás de la cámara en trabajos anteriores inéditos en nuestros cines (L’Iceberg, Rumba, La Fée). El film es una comedia de payasos (en el buen sentido de la palabra) recomendada para todos aquellos culturalmente legitimados que gustan de la ligereza en el cine untada de "look poético” inteligente.
El belga Abel y la canadiense Gordon, además, han confesado en multitud de ocasiones que para llevar a buen puerto sus obras se inspiran en los grandes comediantes del pasado como Keaton, Chaplin y sobre todo Tati.
El belga Abel y la canadiense Gordon, además, han confesado en multitud de ocasiones que para llevar a buen puerto sus obras se inspiran en los grandes comediantes del pasado como Keaton, Chaplin y sobre todo Tati (una operación mucho más exitosa en Rumba) para realizar sus números slapstick y sus divertidas maquinaciones de puesta en escena. Personajes inadecuados, gafes incorregibles y tipos extraños. La forma de llevar a los actores al escenario, partiendo de sí mismos, sin duda es uno de los aciertos más grandes del film, y ciertamente hay que aplaudir el cuidado por los detalles de los que surgen los gags, desde el encuentro / choque con objetos hasta lo extraño.
Así, todos los personajes se van moviendo por el espacio limitado de la gran ciudad (todo tiene lugar alrededor de la isla Swan, entre la Estatua de la Libertad de París y la Torre Eiffel), en una serie de descacharrantes encuentros y desencuentros en los que los silencios ganan por goleada a las palabras. Da gusto encontrarse con una propuesta que se base más en los gestos que en la cháchara constante. Es arriesgado dejar al público con la palabra en la boca, y aquí la apuesta es la del humor mímico, acompañado de vez en cuando de algún que otro sonido que sirve en bandeja el gag. Se trata de disfrutar de un visionado sin que te trepanen el oído, y aunque solo sea por eso ya vale la pena pagar la entrada.
También se agradece que, de vez en cuando, entre ternura y chiste blanco, los guionistas hayan optado por añadir algunas gotitas de irrreverencia, llegando incluso a flirtear con escenas a lo Little Britain, como aquella en la que el protagonista y Emmanuelle Riva, en el que fue su último papel en el cine antes de morir, flotan literalmente después de haber “consumado” su amistad. Poética (sublimando lo romántico), ingeniosa (tiene un par de momentos insuperables, uno de ellos justo al inicio) y colorista (Demy revisitado), también se muestra un tanto crítica tratando temas como la marginalidad, la diversidad y la disconformidad de los ancianos, hallándonos así ante una auténtica “rara avis” de nuestra cartelera.
En la biblioteca de un pueblo del Canadá más profundo, Fiona recibe una carta de su tía Martha, quien ahora tiene 93 años y que un buen día se marchó a París para hacer carrera como bailarina y nunca regresó. Martha no quiere que la encierren en una residencia y pide ayuda a Fiona que puede así cumplir su sueño de ir a París, vestida de verde con una mochila roja y la bandera canadiense ondeando sobre ella.
Pero cuando llega a París, Fiona se cae al Sena, pierde su equipaje y comprueba que Martha ha desaparecido. Fiona, que habla un pésimo francés, la busca incansablemente ayudada por Dom, una especie de clochard poético, junto al cual recorre los puentes del Sena, sube a la Torre Eiffel, visita el cementerio del Père Lachaise…y vive una historia que es un poco reproducción de la historia de amor que Martha tuvo con Norman.
Todo se cuenta en una sucesión de gags llenos de gracia que, sin embargo, no crean ningún contrapunto entre ellos, por lo que todos producen el mismo efecto. Entre una cita de El último Tango en París, una llamada fugaz a René Clair, un guiño a Amélie (más que a Tati ...) y un toque inicial de Wes Anderson, Perdidos en París ( o como reza el título original, París con los pies desnudos), se revela como un elogio a la marginalidad, desde la persona sin hogar que se convierte en una industria, a los ancianos (también Pierre Richard, antiguo amor de la tía) que no quieren terminar en hogares de ancianos, los desconfiados de buen corazón que toman valor, devolviendo una imagen dulce. De hecho, esta buena y amigable marginalidad en realidad no se opone a nada, ni siquiera a las autoridades establecidas que ocasionalmente se asoman, porque en general es tierna y llena de poesía inmoral y elegante. El resultado es una película de postal sostenida por mecanismos narrativos que rozan el surrealismo. Un ejercicio nervioso y vital, aunque también una comedia tranquilizadora repleta de equívocos.