Scott en la Antártida, nuevo lanzamiento de Impulso
Si alguna vez hubo una película más adecuada y ejemplificadora sobre la firmeza y el pundonor británicos, aparte claro está de aquellas películas que narraban el inquebrantable coraje en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la historia de Robert Falcon Scott y su gloriosa expedición a la Antártida, tan meticulosamente detallada en este clásico en blanco y negro.
Si alguna vez hubo una película más adecuada y ejemplificadora sobre la firmeza y el pundonor británicos, aparte claro está de aquellas películas que narraban el inquebrantable coraje en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la historia de Robert Falcon Scott y su gloriosa expedición a la Antártida, tan meticulosamente detallada en este clásico en blanco y negro que ahora nos ocupa, sería un excelente ejemplo. La película se complementa además con una actuación igualmente sólida de John Mills (Grandes esperanzas, La vida manda) como el protagonista absoluto de la historia.
La película cuenta la historia de la expedición Terra Nova de Robert Falcon Scott en la Antártida entre 1910 y 1912. La propia expedición sufrió pronto algunas desgracias que dificultaron los trabajos durante la primera temporada y entorpecieron los preparativos para la principal marcha polar. En su viaje de Nueva Zelanda a la Antártida el Terra Nova quedó atrapado en el hielo durante veinte días, mucho más tiempo que otros barcos, por lo que llegaron a finales de la temporada y tuvieron menos tiempo para los preparativos previos al invierno antártico. Uno de los trineos motorizados se perdió durante el desembarco al hundirse bajo el mar helado. El empeoramiento de las condiciones meteorológicas y los ponis débiles y mal aclimatados afectaron al despliegue inicial del viaje, por lo que el principal punto de suministro, One Ton Depot, hubo de situarse a 56 km al norte de su ubicación planeada en 80° S.
Cincuenta años después de su muerte, Scott fue considerado un héroe en su país de origen, honrado en toda Gran Bretaña con innumerables estatuas conmemorativas. Los restos de su expedición fueron consagrados en iglesias, como se solía hacer en la época de la Edad Media cuando las partes del cuerpo de los supuestos santos fueron preservados y adorados en relicarios.
Salvados los primeros minutos, una vez que llegan a la Antartida, se narra el duro viaje de exploración de los héroes con un desarrollo que consigue que no apartes un segundo la mirada de la pantalla. La trama está aderezada con unas imágenes espectaculares con excelentes planos largos (que acentúan la soledad que vivieron) que se contraponen con los planos cortos, excelentemente resueltos, de las escenas dentro de la tienda de campaña (que acentúan el compañerismo).
Durante la mayor parte del metraje, el estilo documental gana terreno a la ficción, con lo que se gana en meticulosidad y precisión, aunque los espectadores que primen la aventura sobre el dato exacto pueden llegar a encontrar esta apuesta algo excesiva e innecesaria. Para otros será un auténtico hallazgo, dado que se aparta de convencionalismos y pone el énfasis en los detalles que hicieron de la expedición una de las más duras de la historia. El sonido de las ventiscas que abofetean las tiendas de campaña, la chispa de la estufa y las irreconocibles caras de los protagonistas, acurrucados unos junto a otros medio congelados, ya valen por sí mismas el visionado de esta “rara avis” del cine norteamericano de la década de los 40.
El encargado de dirigir el film fue el londinense Charles Frend, un cineasta a reivindicar desde ya que conoció su mayor momento de reconocimiento en el mundo del celuloide en esa misma década con títulos recordados como El retorno de los vikingos, Mar cruel o San Demetrio London, y que en esta ocasión se apoyó en un guion escrito a cuatro manos por Walter Meade e Ivor Montagu.