CRÍTICA DE CINE

Seis en la sombra: Michael Bay, de La Roca al vacío más absoluto

Esta película que dirige Michael Bay está basada en una idea original de los guionistas de las dos películas de Deadpool.

6 en la sombra

6 Underground
Año
Duración
128 min.
País
 Estados Unidos
Dirección
Michael Bay
Guion
Rhett Reese, Paul Wernick
Música
Lorne Balfe
Fotografía
Bojan Bazelli
Reparto
Ryan Reynolds, Mélanie Laurent, Dave Franco, Adria Arjona, Ben Hardy, Manuel García-Rulfo, Corey Hawkins, Lior Raz, Peyman Moaadi, Ikumi Yoshimatsu, Hélène Cardona, Sebastian Roché, James Murray, Yuri Kolokolnikov, Bahara Golestani, Kim Kold, Sitara Attaie, Shubham Saraf, James Carroll Jordan, Ryan Baumann, Remi Adeleke, Daniel Adegboyega
Productora
Skydance Productions / Bay Films. Distribuida por Netflix
Género
Acción. Comedia
Sinopsis
Conoce a un nuevo tipo de héroe de acción. Seis agentes imposibles de rastrear, totalmente fuera de la red. Han enterrado su pasado para poder cambiar el futuro.

Estrenada en Netflix el pasado 13 de diciembre, era una de las grandes bazas navideñas. Pero podría haber sido estreno masivo en cualquier cadena de minicines. Es un producto idéntico al que ha venido haciendo Michael Bay en sus 25 años de carrera.

Para ser más precisos: casi parece un resumen de todos los defectos y virtudes (es un decir) de su filmografía, desde su debut con Bad Boys (1995) hasta su décimotercer título estrenado en cines, el quinto episodio de la saga Transformers: El último caballero (2017).

En este costoso juguete audiovisual no hay un control sobre casi nada: todos los tics de Bay campan a sus anchas por la (pequeña) pantalla. Enumeremos algunos ejemplos, sin ánimo de ser exhaustivos:

a) Ralentíes por doquier, saltos en el tiempo, imágenes impactantes, pero aisladas de cualquier narración coherente, empalmadas con un montaje epiléptico…

b) Es una cinta caprichosa: llena de escenas alargadas y saltos que evitan explicaciones difíciles de justificar en el guion, no importa la coherencia de lo narrado, sólo que las imágenes sean bonitas y la banda sonora «potente».

c) Ha contado con un presupuesto de 150 millones de dólares para destrozar todos los coches imaginables y añadir retoques digitales de primer orden. Nada de ello aclara la trama, ni mejora el guion, ni, por supuesto, eleva el nivel de la función. Es decir, un buen catalogo para exponer los recursos de su productora de efectos digitales Digital Domain (aquella que compró a James Cameron y Stan Winston allá por 1996)… aunque aquí también se ocupa de los efectos la ilustre ILM (Industrial Light & Magic).

d) Se basa en escenas larguísimas (como la persecución inicial con un Alfa Romeo: casi 20 minutos destrozando coches en Florencia, entre otros lugares la galería Uffizi) y luego incoherencias de guion que ni se explican ni responden a ninguna lógica interna. No le interesa contar una historia coherente, solamente divertirse rodando largos spots publicitarios de coches, viajes, edificios de lujo… es decir, lo mismo que viene haciendo a través de su productora The Institut: carísimos spots para primeras marcas mundiales.

e) Saltos en el montaje donde se olvida la lógica de la narración. Bay da paso a sus momentos fuertes sin importar la coherencia en el paso del tiempo, en la lógica de lo narrado ni en la claridad de la exposición: si necesita un detalle, un personaje lo cuenta; si no le parece suficientemente claro, inserta un par de planos aclaratorios; y si aún duda, pues la voz en off lo aclara. Y a seguir con las balas de fogueo.

f) Y en el fondo, lo narrado tampoco es original: volvemos al caso de Thomas Crown, pero no como desafío personal de un ricachón (un juego en el fondo), sino que aquí tenemos al ricachón vengador justiciero… que al final pretende eso, ejercer su propia justicia.

¿Entonces, de qué va la película?

A nivel de, llamemos, primera lectura es sencillo: un ricachón desaparece del mundo, aparentemente ha muerto, y desde la clandestinidad monta un equipo de matones —también «muertos oficialmente»— para arreglar el mundo. Y lo arregla, claro, matando a los malos… aunque al final no son tantos, sólo un dictadorzuelo de tres al cuarto.

¿Cuál es el problema con esa trama?

Tras el deslumbrante aspecto no es más que otra peli de justicieros, más elegante en el envoltorio que las de Charles Bronson de los 70 y 80, pero con la misma ideología detrás: yo soy la justicia y decido a quién matar.

Pero siendo Bay no puede tratarse de un justiciero de tres al cuarto, sino a lo grande: cambian el gobierno de un país porque el actual es un dictador, así que nos lo cargamos y ponemos a su hermano que es mejor persona. Simple, ¿verdad?

¿Sólo es un simple problema ideológico?

No necesariamente. Uno puede estar de acuerdo con que los «malos» de la peli son realmente malos. Lanzarlos desde un rascacielos o desde un helicóptero para que la plebe lo descuartice, bueno, es algo distinto.

El problema es que estos guapos, ricos y simpáticos miembros del equipo de «operaciones especiales» no atienden a ningún juez, a ninguna ley, a ningún control. Ellos son jueces, jurados y verdugos.

¿Veis? Lo que decíamos, en el fondo como Charles Bronson. Pero con aires de grandeza.

¿Y no tiene ningún mérito si tenemos en cuenta que Bay es un brillante realizador?

Claro, Bay sabe cómo filmar imágenes atractivas de cualquier producto: es un gran publicitario, no lo olvidemos.

Pero no sabe resolver escenas, simplemente las «ilustra». Para entendernos: si uno ve un episodio de la saga Transformers, podrá advertir que el planteamiento de cualquier escena (sea de acción o no) es siempre similar: multitud de ángulos de grabación, cambio de plano rápido y si hay que subrayar un momento, acudir a la cámara lenta o a la repetición de ese plano. Y pasamos a otra escena filmada exactamente igual.

En el cine de Bay, exceptuando La Roca —revisada hoy es el único film suyo que ha mejorado con el tiempo—, no se da valor al lenguaje cinematográfico, sino a la imagen en sí misma y a la acumulación de «planos bonitos». Que nadie espere un primer plano contenido o un travelling como «cuestión moral» —que diría Godard—. Esas tomas forman parte del menú en la sala de montaje y se usan igual que cualquier otra, con otros ángulos, lo importante es la variedad visual y epatar al espectador con planos apabullantes… pero sin valor narrativo.

Como en cualquier spot publicitario.

Y así, con estas premisas, este «equipo A» va haciendo el bien a su antojo. Seis expertos repartidos de forma políticamente correcta (con porcentaje femenino, oriental, mejicano…) que se reconocen entre ellos únicamente por un número —aunque ello no impida alguna escena de sexo light, con refregón de altura entre macho y hembra—, y que cuando uno fallece, pues entra en el grupo el número 7… y sigue la fiesta.

Que en mitad de ese panorama, en sus ratos de ocio justifiquen las ventajas de «estar muerto» y hacer lo que uno quiere podría tener gracia… pero no es un gag. Lo dicen en serio.

Si eso lo disfrazan con afirmaciones lapidarias del tipo «Lo mejor de estar muerto es la Libertad». En fin, depende de los millones que tengas, supongo.

Que, además, haya una voz en off para «subrayar» aquellas cuestiones que no quedan claras resulta también lamentable. Ni Bay confía en la claridad de su guión, en gran medida por los numerosos saltos en el tiempo con que monta su film, pensando que así ofrece algo más «profundo» o, por lo menos, más «intelectual».

Para finalizar, unas palabras sobre el guion…

¿Palabras? Casi todas son altisonantes.

Mejor un ejemplo: para justificar por qué se cargan al dictadorzuelo de Turquistán mediante un golpe de estado, necesitamos mostrar que este tipo es muy, muy malo. Solución: mostramos el ataque a un hospital en la frontera, un campo de refugiados que es atacado con armas químicas por los aviones del dictador cuando regresan a casa; así, por capricho. La función se completa con abundantes planos de niños destrozados… y ya tenemos claro que es malo y hay que liquidarlo.

Brochazos de este calibre se repiten casi en cualquier escena. Ni capacidad de sugerencia ni de síntesis: a bocajarro afirmaciones lapidarias para justificar atentados terroristas disfrazados por nuestros «héroes» de acción justiciera para devolver la ¿dedocracia? al Turquistán dichoso.

Y mejor no pensar en la capacidad de sugerencia del guion y del director, porque casi es peor.

¿Se imaginan al dictadorzuelo este delante de un cuadro de Napoleón mientras todo el mundo critica su uso de armas químicas? Pues aquí lo tenemos.

¿Se imaginan un encuentro de dos dictadores, en un duelo dialéctico por ver quién es más chulo de los dos, mientras asisten a la ópera en París? Aquí lo tenemos también.

¿Imaginan cómo sabemos que los generales del dictador son también malos? Porque están en Las Vegas, follando con prostitutas, torturándolas, gastándose el dinero de los pobres… hasta que llegan estos «6 en la sombra» y se los cargan a todos.

Pues así de sutiles son los brochazos del libreto.

Y lo peor es que ya se anuncia la 2ª parte. Netflix quiere tener su propia franquicia de juguetes: sus propios Transformers.

Escribe Mr. Kaplan Revista Encadenados