CRÍTICA DE CINE

Todos los caminos de Dios: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Aunque algunos puedan llegar a pensar que el cine “low cost” pueda ser más una opción autoral de quien quiere apuntarse a una tendencia en boga, lo cierto es que muchos realizadores siempre han querido dejar claro en sus declaraciones que si se atienen a las condiciones de ese tipo de cine barato es simple y llanamente por obligación y no por elección.

Drama | 70 min. | España 2014

Título: Todos los caminos de Dios. 
Título original: Tots els camins de Déu.
Directora: Gemma Ferraté.
Guión: Gemma Ferraté, Eduard Sola.
Actores: Jan Cornet, Marc Garcia Coté, Oriol Pla.  
Estreno en España: 04/03/2016 
Productora: Niu D´Indi.

Distribuidora: Compacto.

 

 

Sinopsis

Cuenta la historia de los últimos tres días en la vida de un Judas contemporáneo, un hombre que huye de su propia culpa después de traicionar a su mejor amigo. Ahogado por su culpabilidad, entra en el bosque donde se reunirá con un joven misterioso que lo acompañará en su arrepentimiento, lo cual le ayudará a lidiar con sus sentimientos, con la comprensión de su culpa y cómo finalmente confrontarlo. 

Crítica

Aunque algunos puedan llegar a pensar que el cine “low cost” pueda ser más una opción autoral de quien quiere apuntarse a una tendencia en boga, lo cierto es que muchos realizadores siempre han querido dejar claro en sus declaraciones que si se atienen a las condiciones de ese tipo de cine barato es simple y llanamente por obligación y no por elección.

En su mayoría se trata de jóvenes realizadores recién salidos de una escuela de cine que se las ven y se las desean para poder levantar sus proyectos personales, en un país con unas políticas culturales indignas donde se penaliza cualquier acto de creatividad original y por el contrario se premia a cualquier alarde manufacturado. 

Es una suerte contar con productoras como Niu D´Indi y distribuidoras como Compacto que den cobijo y apuesten por estos talentos emergentes sin pensar en los réditos económicos que puedan obtener a la corta. El año pasado, sin ir más lejos, una película como El camino más largo para volver a casa recibió el aplauso de crítica y público y consiguió entre otros alzarse con el Premio Gaudí en la categoría de mejor película. Ahora lo vuelven a intentar, tres años después de haber sido rodada, con Todos los caminos de Dios, que ya se pudo ver en Festivales de Cine tan importantes como la Seminci de Valladolid o el Festival Internacional de Cinema d´Autor de Barcelona.

La sola presencia de Al Pacino hace que el interés por lo contado suba muchos enteros.

Gemma Ferraté, en la que es su primer proyecto como directora en solitario después de haber firmado uno de los segmentos de la coral Puzzled Love, se atreve a revisitar el pasaje de la Biblia dedicado a Judas Iscariote, aquel apóstol señalado por haber traicionado a Jesús delatándole de mala manera a la guardia romana que acabó arrepentido, carcomido por la culpa de su acto y a la postre colgándose de un árbol. 

El film se inicia con un gesto, el del beso en la mejilla que sirve al delator para señalar al que va a ser condenado. La directora lo retrata como un momento íntimo entre dos personas, con un acercamiento progresivo de quien sabe va a cometer un acto vil disfrazado de falso amor. 

Es un movimiento silencioso, despojado de cualquier elemento externo que pudiera alterar la armonía de la premeditada conspiración. Esa misma desnudez de lo superfluo no dejará de acompañar al mínimo desarrollo argumental de esta singular propuesta.    

Un hombre que lo ha conseguido todo en la vida a base de traicionar su propia esencia.

Hay que aplaudir la valentía por intentar que vean la luz trabajos tan diferentes como este, historias que son mínimas en cuanto a presupuesto pero máximas en capacidad talentosa. Optar por el silencio en épocas de ruidos atronadores (la ausencia casi total de diálogos); por el individuo en tiempos de borreguismo colectivo (analizando sentimientos abstractos como la culpa o el arrepentimiento) y por la desnudez formal (y también física y emocional) de los personajes en estos momentos de saturación explícita bien merece el elogio. Y en este aspecto Todos los caminos de Dios se rev(b)ela como el estandarte de un cine contemplativo decididamente a contracorriente de propuestas maniqueas. 

Quizás lo moroso de su duración (apenas poco más de una hora) nos deje con ganas de más, aunque se trate de una señal inequívoca de que los hacedores del film han dispuesto de escasos medios para llevar a buen puerto su obra. Pero ahí demuestran tener una capacidad nada común de convertir lo exiguo en virtud, y esquematizando al máximo el desarrollo argumental consiguen sumergirnos en una atmósfera determinada donde se concentra lo más esencial y puro de las relaciones humanas.   

Una película como Todos los caminos de Dios puede correr el riesgo de servir de caldo de cultivo para todos aquellos analistas sesudos que gusten de desgranar cada mínima secuencia como si se tratara de un “bigger tan life”. La imaginación al poder, y no hay nada como una exposición tan sencilla y desprovista de todo artificio como la que se nos plantea en este largometraje para provocar a los que sufren de elefantiasis crítica.