CRÍTICA DE CINE

Tres Pisos: Catálogo de ausencias

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Tres pisos

Cartelera España 10/12/2021

Título original

Tre Piani aka 
Año
Duración
119 min.
País
 Italia
Dirección

Nanni Moretti

Guion

Nanni Moretti, Federica Pontremoli, Valia Santella. Novela: Eshkol Nevo

Música

Franco Piersanti

Fotografía

Michele D'Attanasio

Reparto

Riccardo ScamarcioAlba RohrwacherNanni MorettiMargherita BuyAlessandro SperdutiStefano DionisiAdriano GianniniDenise TantucciAnna BonaiutoElena LiettiPaolo GraziosiTommaso Ragno

Productora
Coproducción Italia-Francia; 

Sacher Film Rome, Fandango Produzione, RAI Cinema, Le Pacte

Género
Drama | Familia
Sinopsis
Relato sobre los miembros de tres familias cuyos apartamentos están en el mismo bloque de clase media. Se trata de un joven matrimonio, Lucio y Sara, que sospecha que su vecino Renato, ha abusado de su hija; una madre, Monica de dos hijos cuyo marido Giorgio está siempre fuera trabajando; y una juez jubilada, Dora que ejerce el mismo trabajo de su marido Vittorio. 
 
CRÍTICA

El cine de Nanni Moretti se revistió desde el principio con una marca identificativa que lo hacía inconfundible. El propio director protagonizaba sus películas y asumía un rol entre la interpretación, la confesión y la reflexión en voz alta que no eludía interpelar directamente al espectador. Apoyándose en la ironía y el humor, sus obras estaban impregnadas de una posición ideológica muy definida que, ya desde sus comienzos, aparecía traspasada por el desencanto. Inolvidable ese D’Alema, di algo de izquierdas, di algo aunque no sea de izquierdas… di algo, de Abril.

Pero el paso del tiempo, ya se sabe, es implacable, y aquellas veleidades rupturistas han dejado paso a un cine más convencional en sus formas y más seco, duro y contundente en sus contenidos. La avanzadilla fue La habitación del hijo, y sus últimas obras, Mía madre y ahora Tres pisos, confirman el nuevo enfoque.

Tres pisos está basada en la novela homónima del escritor israelí Eshkol Nevo, trasladando la acción, que en la fuente original se desarrollaba en Tel Aviv, a Roma. Allí encontramos un edificio habitado por cuatro familias que dará lugar a tres historias que transcurren en paralelo sin apenas contacto entre sí (el único momento en el que comparecen juntos todos los personajes es en el entierro de uno de los protagonistas), una especie de 13 rue del Percebe dominado por la amargura.

El comienzo es inapelable. Casi en un único plano una mujer sale de la casa sola arrastrando una maleta, y pronto sabremos que se dirige a un hospital a dar a luz, y en ese momento un automóvil descontrolado atropella a una transeúnte (que morirá) y acaba estrellándose en una casa, desde la cual una niña contempla la acción, hasta que sus padres la llevan con sus vecinos. Y todo con una frialdad emocional impropia de la intensidad de lo que se ha vivido.

Nanni Moretti ha puesto toda la carne en el asador y todos los conflictos han quedado planteados desde las imágenes iniciales. A partir de ese momento asistiremos a los entresijos de esas vidas, una mirada que trasciende la anécdota para apelar a la sociedad en su conjunto, una mirada a la época en la que nos hallamos inmersos.

A esta generalización de lo particular contribuye la estructura temporal elegida por la narración. Los saltos hacia adelante, cada uno de ellos de cinco años, lejos de dar un nuevo enfoque al relato, reiteran lo planteado desde el inicio. No asistimos a una resolución de las situaciones personales de los personajes, sino que tan solo se insiste en su persistencia, y al hacerlo se generaliza lo particular. Más allá de la narración, escasa, anecdótica incluso, nos encontramos ante el retrato, casi impresionista, de un modo de ser y de actuar que trasciende lo inmediato.

La película funciona como un cuchillo que rasga sin piedad la pantalla. En breves secuencias yuxtapuestas va apareciendo toda la mezquindad de los protagonistas. También su desamparo. Con descarnada precisión emerge el egoísmo de quien quiere salvar su pellejo sin atender a las consecuencias de sus actos, como ese hijo malcriado a quien poco le importa el dolor causado; la falta de empatía de quienes son incapaces de trascender su estrecho mundo, aliñado además con obsesiones enfermizas que impiden apreciar con ecuanimidad lo que les rodea (en este punto Nanni Moretti desarrolla un sutil juego metalingüístico.

Su triple papel de director, personaje y juez es quien llama a las cosas por su nombre, quien deja constancia de la realidad más allá de los intereses egoístas de su hijo, cuando le dice a su hijo, sin ningún rodeo, que estaba borracho y ha matado a una mujer. Investido por la autoridad que le confiere ser el responsable de la película, además de su papel de juez, destinado a establecer culpabilidades, proclama la verdad de lo ocurrido, aunque eso, y ahí está la paradoja, le suponga recibir la paliza, el descrédito, de quien no está dispuesto a aceptarlo y prefiere vivir, o reconstruir, su mundo inventado y confortable). O el abandono de la mujer que vive sola, dispuesta a imaginar lo que no existe con tal de ser rescatada de su situación.

Hasta el amor está impregnado de amargura. El de Dora por Vittorio, condicionado por el ultimátum que le aleja de su hijo, o el de Mónica, con el marido ausente, sólo accesible a través de la pantalla del ordenador. Incluso las relaciones familiares, destruidas, que no admiten ningún atisbo de reconciliación, hasta el punto de rechazar el regalo que el hermano de Giorgio ofrece a su recién nacida hija.

Y también el sexo, abrupto y precipitado, es algo frío, interesado, desprovisto de toda sensualidad. Las consecuencias que de él se derivan, el adulterio descubierto y denunciado, lejos de suscitar pasiones desgarradas, tiene la misma gelidez que el hecho mismo. Ni siquiera la infidelidad es ya capaz de causar heridas en un mundo del que parece que los sentimientos están cada vez más ausentes, y, si no lo están, se los rechaza o coloca bajo sospecha, como ocurre con Renato y su devoción por la niña.

Todo ello dibuja un mosaico de personajes solitarios, quienes, lejos de intentar establecer lazos entre ellos, parecen querer cortar los pocos que les conectan. El edificio que comparten no crea una comunidad, sino que testimonia el aislamiento social que no se aplaca con la mera cercanía.

La película es además la historia de la ausencia. Uno tras otro los personajes van desapareciendo, bien porque mueren, bien porque se van. De una forma u otra los que quedan van experimentando de forma cada vez más intensa su desamparo. Y recuperar lo perdido se antoja, cuando no media la muerte, casi imposible.

Es por eso que la resolución no hace justicia al planteamiento que se nos ha presentado. Comenzando por el oasis de solidaridad y cercanía que se descubre entre los inmigrantes. Es una propuesta tan ingenua que empobrece el conjunto. Sirve además para dar un giro al guion que resulta muy voluntarista, pero poco creíble, pues no deja de ser sorprendente la facilidad con la que Dora consigue contactar con su hijo tras tanto tiempo ignorando su paradero.

Incluso la explicación final resulta contradictoria. La apelación a las calles que cada cual debe transitar, sin que vengan determinadas por otros, remite a una individualidad que debiera ser recuperada, como si la comunidad estuviera asfixiando al individualismo. Es cierto que Dora se vio obligada a renunciar a su hijo, pero no lo es menos que esa fue su decisión.

La atomizada sociedad que se nos muestra no requeriría la elección de caminos propios por parte de sus integrantes, sino más bien la construcción de puentes que permitan el encuentro con el otro. La asfixia que la mujer del juez apunta es más un intento, como la visita de su hijo al viudo de la mujer que atropelló, de ofrecer una conclusión reconfortante que una consecuencia fundamentada y coherente de lo que la película nos ha ofrecido hasta ese momento, que queda mucho más palmario en el viaje de la niña a estudiar en España, dejando frente a frente a unos padres cuya relación está irremediablemente derruida.

Escribe Marcial Moreno  Revista Encadenados