LA PRÓXIMA EDICIÓN DE 2018 SE CELEBRARÁ DEL 26 DE ABRIL AL 6 DE MAYO

Crónica del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona (D’A) 2017

Otro año más el Festival de Cinema d’Autor de Barcelona (D’A) ha vuelto a congregar, en una mimada selección, las miradas de las jóvenes promesas y los sospechosos habituales del cine de autor actual, pasando por aquellos que ya alzaron su voz y buscan su consolidación.

Festival D’A 2017

 

Otro año más el Festival de Cinema d’Autor de Barcelona (D’A) ha vuelto a congregar, en una mimada selección, las miradas de las jóvenes promesas y los sospechosos habituales del cine de autor actual, pasando por aquellos que ya alzaron su voz y buscan su consolidación. 

Diez días en los que, a través de sus distintas secciones (“Direccions” –escaparate de trabajos de directores reconocidos-; “Talents” –óperas primas o trabajos revelación de abasto mundial; “Un Impulso Colectivo” –dedicada a primeras películas y joyas ocultas del cine iberoamericano actual; y “Transicions” –films de corte más accesible que funcionan como puente entre la autoría y un público más mayoritario-), referencias como Assayas, Bonello o Joao Pedro Rodrígues han satisfecho las expectativas; mientras que otras figuras como Guiraudie, Grandrieux o Côté han desconcertado. Y, entre el talento ya de sobras conocido, han irrumpido valores como Elena Martín, Pedro Aguilera o Nele Wohlatz. Del amplio surtido, un par de  mujeres han acabado llevándose el gato al agua. Por un lado, la israeliana Hadas Ben Aroya ha ganado el Premi Talents D’A 2017 con People are not me, seguimiento de las relaciones de una chica de Tel Aviv, con el cual se dibuja un cuadro del papel de la mujer en Israel y nos muestra la vida y la nocturnidad de la ciudad mencionada.

Por otro lado, El futuro perfecto, de Nele Wohlatz, ha recibido el premio de la Crítica dentro de la secció “Talents” por su original retrato del choque de culturas y de la integración social llevado a cabo por una china en Buenos Aires. Otro debutante, Enrique Baró por La película de nuestra vida, ha sido reconocido con la mención especial de la crítica gracias a su propuesta sobre el choque intergeneracional narrada a través de las imágenes familiares y los recuerdos. Finalmente, Lav Díaz se apunta otro éxito en el palmarés de la mastodóntica The woman who left mereciendo el Premio del Público de la edición. En medio de la novedad cinematográfica, ha habido tiempo para revivir la trayectoria –desde Sangre hasta la aún inédita en España La región salvaje- de uno de los cineastas hispanoamericanos más notorios del panorama presente: Amat Escalante.

 

Fantasmas de carne y hueso

Los espíritus y su manifestación en la realidad actual constituyeron una pequeña línea discursiva del corpus fílmico de la edición. Kiyoshi Kurosawa ofreció una lectura con una voluntad eminentemente narrativa del asunto en Le secret de la chambre noire, su debut cinematográfico fuera de las fronteras niponas. Un cuento gótico de corte clásico ya desde el material con el que brega: los daguerrotipos captados por un fotógrafo y su joven ayudante. Kurosawa consigue crear una atmosfera inquietante de aroma añeja en una entretenida y efectiva historia de fantasmas del presente, constantemente jugando con la duda y la certeza sobre la existencia de lo vivo y lo muerto. Una envolvente primera mitad que se desequilibra ligeramente en una segunda parte donde la afectación emocional agotan un poco el conjunto, además de no acabar de cuadrar las reglas de su naturaleza.

Por otro lado, Olivier Assayas apuesta y gana con su Personal Shopper, el retrato del duelo de una chica que ejerce la profesión del título, quien se encuentra sumida en la desazón y el desencanto mientras aguarda la aparición de su hermano, fallecido recientemente a causa de enfermedad congénita. Assayas, bajo esta premisa, habla de la (re)construcción personal en un clima de desorientación vital, dentro de una historia de espectros en pleno siglo XXI, en el que lo espiritual se manifiesta de forma material, como efecto de la dictadura de la fisicidad y la hipervisibilidad como pruebas irrefutables. Magistralmente dirigida, con una Kristen Stewart que sabe sacar partido a su inexpresiva seña de identidad interpretativa, Personal Shopper es un thriller sobrenatural con tintes de drama laboral que deja que el espectador saque sus propias conclusiones sobre un tema que jamás podrá ser esclarecido del todo. No hasta que los muertos regresen realmente.

Si la protagonista de Personal Shopper pierde a su hermano en París, la de The Levelling lo hace en una nada bucólica campiña inglesa. Apeándose en los parámetros de la tragedia familiar, pero con una sutileza y frialdad alejadas de cualquier sensiblería susceptible de tener lugar, Hope Dickinson Leach habla de padres, hijas y hermanos (todos ellos firmemente defendidos por sus intérpretes) sin caer en la evidencia. Es solvente, a pesar de contar con una trama que, por desgracia, no es novedosa y resulta conocida. Bebiendo de fuentes como el realismo social británico o el reciente cine independiente americano, The Levelling es una satisfactoria carta de presentación de una directora que aspira a destrozarnos el corazón en sus venidas futuras.

 

El torbellino familiar

Descomposiciones familiares también llegan de Croacia con Goran (Nevio Marasovic´), esta vez disfrazadas de comedia negrísima de aires coenianos. Pese a su potencia final y a su válido discurso sobre la incomunicación social en un país aún en transición de valores y modelos, la película hace aguas por su irregularidad en el tono, cierto estancamiento rítmico y unos personajes poco definidos.

La turbiedad fraternal se instala en la voyeurística Demonios tus ojos, de Pedro Aguilera, acerca de la fascinación de un director de cine con su retrobada hermana, notablemente menor que él. El film de Aguilera se nutre del Michael Powell de El fotógrafo del pánico (1960), el embeleso de Polanski y toma un punto de la sordidez de Paul Verhoeven, conformando una obra efectiva a la que se le puede reprochar una falta de sutileza en ciertos momentos. Demonios tus ojos explora nuevas visiones del amor o del (no)amor, en el que la mirada ejerce un poder importante, entre el voyeur de Julio Perillán y la lolita de Ivana Baquero, ambos estupendos.

El inevitable tópico de la crisis de pareja es el leitmotiv de Teesklejad (Pretenders), de Vallo Toomla, una mala copia del Haneke de Funny Games (1997) o del Polanski más primerizo. En ella, una pareja sometida a la rutina que, durante su estancia vacacional en la casa del lago de unos amigos acoge a una pareja desconocida. Personajes desdibujados (sobre todo, los invitados especiales), diálogos funcionales desprovistos de chispa, y un desarrollo aburrido y sin interés –cuyo culmen se da un final pretendidamente impactante, pero insatisfactorio por inverosímil- conforman esta aportación estoniana que, realmente, no aporta nada.

 

El amor volátil

Porto (Gabe Klinger) concurre con la nota romántica, tanto en su temática como en su glorioso formato de 35 mm. Precisamente, la nostalgia que imprime su apuesta estética concuerda con su evocación del recuerdo de dos amantes de una noche esporádica para no olvidar. La película, con claras reminiscencias a Richard Linklater, Éric Rohmer o Jim Jarmusch (no en vano, productor ejecutivo), establece un juego de memoria entre los dos involucrados que, aunque de estructura compleja e incuestionable hermosura visual, no deja de ser un dejà vù que se diluye en sus referentes y termina resultando fría.

En su incursión en los Estados Unidos, pero sin dejar de lado su Argentina, Matías Piñeiro nos habla en Hermia & Helena del amor fluctuante, citando ya desde su título al Shakespeare de El sueño de una noche de verano. Con la historia de una dramaturga y traductora que se traslada a Nueva York, el entorno y el tono del film hacen inevitable la alusión e inspiración en Woody Allen, quien ya trató el mismo texto en su vodevil La comedia sexual de una noche de verano (1982). Piñeiro, con gran sensibilidad y, a la vez, sentido del humor, nos habla de amor, desamor, deseo y (re)ubicación personal en una historia donde el legado familiar tiene relevancia. Este cuento moral, con ingredientes también propios del maestro francés del formato, es sin duda una de los cúlmenes de la programación.

Igual de volátil, pero mucho más tormentoso, es el amor a tres bandas que nos narra Philippe Grandrieux en la pretenciosa Malgré la nuit. Innegablemente bella en su forma, atmosféricamente heredera de la extrañeza de Lynch, el film se pierde en una historia poco interesante, plagada de lugares comunes propios del cine de los tortuosos bajos fondos y de una verosimilitud discutible. Su poderoso envoltorio acaba resintiéndose a su tedio y gratuidad, dejando una obra completamente polarizada.

 

Viajeros y viandantes

Notablemente presentes en los films de la selección han estado los personajes con crisis de identidad que tratan de encontrarse con su verdadero yo. Es el caso del protagonista de Boris sans Béatrice, de Denis Côté, quien, tras una acomodada vida llena de éxitos y privilegios, su situación marcada por la depresión de su esposa tambalea su rutina y sus múltiples relaciones. Con momentos de lucidez, el film cae, sin embargo, en el estereotipo del ejecutivo sin escrúpulos que redirige su vida. La exposición de su tema de fondo es poco sutil y su lección moral resulta de manual, rozando el conservadurismo. Côté, más narrativo de lo habitual, firma una película irregular, medianamente entretenida, pero que no ahonda en su potencial.

Quien también sufre una crisis existencial fruto de su bloqueo creativo es el director de cine de Rester Vertical, nueva provocación de Alain Guiraudie tras la excelente El desconocido del lago. Propuesta como una fábula absurda que evidencia la impulsividad propia del ser humano, la película tiene en todo momento una sensación de dispersión que viste el conjunto en una desigualdad que puede resultar agotadora. Sin embargo, su libertad de prejuicios cuanto a la caracterización de personajes y su innovadora reflexión sobre temas como la paternidad hacen de esta comedia, más negra que el chocolate, una propuesta que es imposible que deje indiferente a nadie, para bien y para mal.

A mejor puerto llega el viaje de Joao Pedro Rodrígues en O Ornitólogo, una original relectura  queer en pleno siglo XXI de la hagiografía de San Antonio de Pádua. De marcado acento pasoliniano por su desacralización de la religión y con reminiscencias a la pasión desenfrenada en entornos naturales de Guiraudie, O Ornitólogo es la odisea para volver a casa del personaje homónimo y sus encuentros peculiares con individuos bien reconocibles en nuestro presente, como lo pueden ser esas peregrinas japonesas que llevan en una mano un palo selfie y, en otra, cuerdas para maniatar a sumisos. Con este panorama, el film no está exento de un humor negro que entronca con el tono de los referentes impresos, pero también se ofrece un retrato acerca del hombre y su relación con la naturaleza, esta tratada como enclave que propicia el autoconocimiento de uno mismo e impulsa los instintos más primarios. Amena, fluida, con cierto descaro y de atractivo visual, O Ornitólogo ha sido una de las propuestas más sólidas del certamen, llevada a cabo por un autor cuyo imaginario necesita más visibilidad en las pantallas españolas.

Uno de los viajes que ha aterrizado en el D’A pisando fuerte ha sido el de la Júlia que da nombre a Júlia ist, carta de presentación en el nuevo cine español de Elena Martín, la actriz protagonista de la sensación de hace un par de años Les amigues de l’Àgata (Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius, Marta Verheyen, 2016), junto a sus compañeros de Trabajo de Final de Grado de la Universitat Pompeu Fabra Maria Castellví, Marta Cruañas y Pol Rebaque. No en vano, estamos ante la secuela espiritual de aquella obra punk y naturalista sobre el desapego de las viejas relaciones y el descubrimiento como nuevo ser. Ágata, ya asentada en la universidad, muta en Júlia y se marcha de Erasmus a Berlín. Con el mismo corte realista y desnudo de Les amigues de l’Àgata, pero con mayor direccionalidad de tramas, Júlia ist es la desmitificación de la aventura del Erasmus desde una óptica madura, en la cual el desasosiego que ocasiona la descolocación en un ambiente nuevo y la desesperada necesidad de integración se superponen a la frivolidad y la ligereza que miles de panfletos y fotografías de Instagram venden. El film es el proceso de maduración y transformación de una chica corriente, el cual repercute y trastorna sus enlaces, tanto conocidos como nuevos. Narrada con serenidad, sin adornos, y con un entusiasmo moderado que se acentúa únicamente en su parte final (por otra parte, coherente con la evolución de su protagonista), Júlia ist es una muy acertada estampa no sólo de una considerable juventud catalana, sino de una generación europea que ha crecido en la globalización y vivirá plenamente en ella. Una película fresca, cotidiana y sobrecogedora que pone en el mapa a Elena Martín, sólido valor delante y detrás de la cámara, y a sus fieles escuderos.

 

La ventana social

Ventanas que miran a la realidad social de nuestra era han sido abiertas con efectos desiguales durante estos días. Tras su polémica omisión en el pasado Festival de Cannes y su paso de puntillas por la cartelera francesa debido a su controvertido tema de flamante actualidad, Bertrand Bonello nos ha brindado una joya sintomática del mundo en el que vivimos con Nocturama. Injustamente relegada en un segundo plano en el palmarés del último Festival de Cine de San Sebastián, Nocturama es una sabia mirada al terrorismo del siglo XXI. Con un inicio fragmentado que se zambulle en las calles de París de un modo de lo más godardiano, y con una segunda parte gestada como una pieza de cámara en la que confluyen y chocan los múltiples y varios caracteres humanos, Nocturama no estigmatiza la figura del terrorista y, realmente, la extrapola a cualquier condición y motivación humana. Plural y desprejuiciada, la película es una crítica al capitalismo salvaje y la materialidad de nuestra era, pero también una oposición a la violencia indiscriminada e irracional que ejercen no sólo los grupos terroristas que pueblan las naciones del planeta, sino también las fuerzas de la autoridad. Un film impactante y de interés global destinado a convertirse en obra de culto definitoria de un tiempo.

Más ligera y obvia resulta la crítica de Los decentes, cinta de Lukas Valenta Rinner en el que una resignada empleada doméstica entra en contacto con la libre y anárquica comunidad nudista que hay tras los muros de la casa que sirve. El film tarda en fijar un objetivo concreto, el cual rompe con el tono cómico inicial basculante entre la ridiculez y el costumbrismo. En su desenlace, se propone una apología de la rebelión como defensa de los principios, tanto individuales como colectivos, pero esta voluntad de resultar punzante de un modo radical y extremo provoca el empobrecimiento del conjunto global. Esto se debe a la inverosimilitud que se establece y del cierto atropello narrativo en el que se deriva al venir de un estilo más ligado a la observación de costumbres repetitiva que al desarrollo puramente dramático. Buenas intenciones en una premisa prometedora que son lastradas por una ejecución desmesurada.

También apunta alto The Student, de Kirill Serebrennikov, sobre el fanatismo que ciega a un adolescente ruso y la confrontación que genera con su racional maestra de biología. El director tiene clara su intención al plasmar la perenne batalla entra la fe y la ciencia, encarnada en sus dos personajes principales, y la consigue transmitir gracias a ciertas escenas de incontestable potencia dramática y su sentido del ritmo, demostración de una buena sintonía entre el discurso moral/científico y el interés por entretener. No obstante, los tópicos que sobrevuelan ciertos pasajes, la vaguedad de algunas subtramas (por ejemplo, la relación de la profesora con su pareja), la injustificada presencia de escenas oníricas desentonadas  y, sobre todo, un final al que le falta contundencia, más parecido a la antesala de un clímax que a un desenlace sólido en sí, desvirtúan una obra que aspiraba a ser magna y se queda en una atrayente radiografía de la sociedad rusa, anclada en la tradición (fe) y hostil con el progresismo (ciencia). Necesita pulirse y rematarse bien.

 

La diversión genérica

Tampoco se ha dado la espalda al cine más ligado a la cuestión del género cinematográfico, representado en forma de divertimentos que, o bien siguen al pie de la letra los patrones, o bien los dinamitan. En el terreno de la comedia romántica, se mueve como pez en el agua La prunelle de mes yeux, de Axelle Ropert, simpática cinta que se inscribe en los límites de la screwball comedy clásica, cercana al escapismo y alejada del afán del realismo. A pesar de su esquemático desarrollo y no ofrecer nada innovador, la película se beneficia de un tono ácido, muy presente en su primera parte, y de unos diálogos rápidos y directos que la convierten en un goloso pasatiempo que no se recrea en la lástima a la hora de hablarnos de la ceguera. Precisamente, en su optimismo y ligereza reside su encanto y, en su falta de pretensiones y su carta de amor a maestros como Leo McCarey, consigue el éxito.

Ben Wheatley, por su parte, hace su particular homenaje al cine de acción más setentero con la loca Free Fire. Pero, a diferencia de Axelle Ropert, Wheatley dinamita el género y lo depura a la mínima esencia: el movimiento. Por eso, Free Fire es, únicamente, un tiroteo entre dos bandos –encarnados por intérpretes de primera línea como Brie Larson, Cillian Murphy, Armie Hammer o Sharlto Copley- con pretextos rápidamente dibujados en una trama consagrada a la acción más física. Con ello, Wheatley parodia sus referentes y, además, le añade un punto cómico absurdo marca del director en sus diálogos pragmáticos pero efectivos. Tras la presuntuosa High-Rise, Wheatley firma una tremenda tontería que autoconscientemente no se toma en serio a si misma y, en esa liviandad, constituye un gran divertimento y una obra más honrada y agradecida que su antecesora.

Como se ha podido observar, tanto la vanguardia, como el realismo, la introspección y el género se han dado la mano en las pantallas de los cines Aribau Club, el Centro de Cultura Contemporánea y la Filmoteca, donde han evidenciado que, pese a las voces discordantes, el cine aún sabe como hablar de nuestro presente desde un variopinto conjunto de formas y propuestas, augurando un fructífero porvenir, tanto de nombres propios como de nuevos talentos.