XXIII Festival de Málaga (2): transcurso
Cine sin adornos y con mascarillas: Málaga, más híbrida y cercana que nunca.
Se hace raro pasar a media tarde, en pleno Festival de Málaga, por la plaza del Teatro Cervantes y encontrar, en lugar del habitual barullo de jóvenes y no tan jóvenes esperando la alfombra roja, un leve trasiego, mascarilla en rostro y móvil o cámara en mano, de periodistas y fotógrafos, miembros de la organización y cinéfilos, comprando sus entradas en una taquilla que, también por motivos de seguridad, se ha sacado a plena calle.
En este escenario, tropezarse de cerca y sin aglomeraciones, con rostros conocidos en plena calle recuerda a los inicios del festival malagueño. Fuera del centro, los flashes de la prensa inmortalizan posados de los protagonistas en los photocalls que, junto al mar o en medio del Gran Hotel Miramar, han perdido quizás algo de glamour (atuendos incluidos) frente a la alfombra, pero han ganado, como el propio certamen, brillo, tal vez por ser más cine y menos espectáculo.
Refrigerios y tentempiés aparte (cierto que el centro de la ciudad y sus bares se ven más ambientados que a inicios del verano), redactores y cinéfilos están, sobre todo este año, en las salas donde estos días se están proyectando las cintas que entran a concurso en las distintas secciones y otras de las que ya os hablábamos en el previo que compartíamos hace unos días.
Con aforo y precio reducido, las entradas de las proyecciones al público han vuelto a agotarse, lo que resulta esperanzador para la industria en medio de un verano de salas casi vacías ante la pandemia.
Es digno de mencionar, antes de hablar de las cintas, el esfuerzo que está haciendo la organización, con un sistema de reserva previa por email para pases de prensa, photocall o galas, sistema que funciona de forma ágil y eficiente y la posibilidad de seguir gran parte del festival a distancia, con ruedas de prensa virtuales, contenido continuo en web y redes sociales, y parte de los títulos disponibles tras su estreno en el festival en la plataforma Veomalaga.com.
La tecnología acerca el festival a quienes por elección u obligación no puedan seguirlo tan de cerca. Para quienes sí, los encuentros y momentos de tertulia con colegas y compañeros que se producen estos días antes y después de los eventos, se valoran, aun mediados por mascarilla y por la distancia social, más que nunca tras meses para muchos de confinamiento y teletrabajo. El festival está suponiendo en este sentido un punto de encuentro esperado y recordándonos el valor de lo humano y las personas.
En Málaga se están exhibiendo cintas, algunas mejores y otras peores, como es lógico (tampoco culpemos de esto a la Covid 19); pero sobre todo se está mostrando cómo, mediante la innovación tecnológica y de gestión es posible, también en cultura, adaptarse y sobrevivir al contexto. Y seguro que este modelo, en parte híbrido o semipresencial, sirve de inspiración a próximos certámenes cinematográficos este otoño.
En tiempos líquidos y de pandemia, estamos, se puede decir, a mi juicio, ante una edición que permite a cada profesional y espectador seguirla, si no totalmente, sí en parte, de la forma escogida, y quizás los próximos pasos sean habilitar plataformas de visionado digitales abiertas también al gran público, quién sabe.
Títulos destacados
Entre los estrenos de los primeros días, al margen de La boda de Rosa de Icíar Bollaín, sobre la que Encadenados publicó una crítica ya a cargo de Luis Tormo, y que abrió, fuera de concurso, esta 23ª edición, han pasado ya por la sección oficial de largometrajes otros directores españoles consagrados.
Entre ellos, Achero Mañas, con Un mundo normal, cinta inspirada en la catarsis que él mismo sufrió tras la muerte de un familiar y que, protagonizada por su hija, Gala Amyach, y Ernesto Alterio, se afrontó con un guion abierto; o Daniel Calparsoro, con Hasta el cielo, thriller de acción basado en robos reales que, con Miguel Herrán y Carolina Yuste como actores principales, habla de amor y sueños imposibles en el mundo del crimen organizado en España.
Otro de los pases más destacados (eso sí, desde la distancia a causa de la pandemia) ha sido el del realizador mexicano Arturo Ripstein, que además de presentar, con éxito, El diablo entre las piernas (deseo y sexo en la vejez, realidad versus apariencia…), ha sido homenajeado, como decíamos, esta edición.
La sección Málaga Premiere ha brillado este año con luz propia gracias a títulos como La mort de Guillem, de Carlos Marques-Marcet, con una segunda proyección «extra» para prensa, el 26 de agosto, ante la gran demanda, o Eso que tú me das, documental sobre Pau Donés, grabado por petición de éste unas semanas antes de su muerte y que los propios Jordi Évole y Ramón Lara han presentado, con lleno absoluto, el 27 de agosto en Málaga.
De La mort de Guillem, que comparte con 10.000 kilómetros y Els dies que vindran, presentadas y premiadas en ediciones anteriores, esa mirada tan peculiar de Marques-Marcet, homenajeado, recordemos también, hace unos días por el festival como talento joven. La cinta recuerda, en plenos tiempos de polarización política en España, una historia real, sucedida en 1993: el crimen del joven Guillem Agulló, del municipio valenciano Burjassot, a manos de un neonazi, tratado en su día para muchos, también a efectos judiciales, como mera pelea entre jóvenes.
Lo hace a modo de docuficción, con un enfoque realista —rebajando los elementos dramáticos de la historia, contaba su director hace unos días al presentarla—, un arduo trabajo de documentación —incluida la comunicación permanente con la familia de Guillem— y localizaciones reales.
Escribe María Sánchez | @cibermarikiya Revista Encadenados