Paraíso perdido
Basada en el poema épico Paraíso perdido de John Milton
Texto Helena Tornero
Dramaturgia Helena Tornero y Andrés Lima
Dirigida por Andrés Lima
CRÍTICA
"Y el hombre creó a Dios. Y Dios creó al Diablo. Y el Diablo creó al Actor". Este es el texto que recibe al espectador nada más entrar en el patio de butacas del Teatro María Guerrero. Una frase que deja bastante claro el tono agnóstico y profundamente rebelde con el que Helena Tornero y Andrés Lima pretenden homenajear a John Milton y a su famoso Paraíso Perdido. Un poema épico escrito en 1667 (contiene más de 10 mil versos) con el que el poeta inglés nos contaba la caída de Adán y Eva al tiempo que reflexionaba sobre el bien y el mal de la mano de un Satanás profundamente carismático y persuasivo. No hace falta decir que fue una obra profundamente controvertida que tardó años en ser aceptada por determinadas comunidades religiosas.
Todo esto está muy presente en el texto que Helena Tornero, bajo la dirección de Andrés Lima, ha presentado en el Centro Dramático Nacional de Madrid. En términos teológicos y filosóficos, podríamos decir que esta versión del Paraíso Perdido está contada desde la falta de fe y desde el ateísmo y escepticismo propio de nuestro siglo. La pregunta es clara: ¿Se puede hablar de teología desde el descreimiento? ¿Se puede entender una obra sobre la Creación Divina desde una sociedad influida por lo inmediato, atea, y cuya base principal de datos es Twitter? Helena Tornero y Andrés Lima responden que sí y lo hacen ofreciendo una versión poderosa, visualmente abrumadora y llena de poesía y magia, en la que se introducen cambios muy interesantes y sugerentes respecto al texto original.
Por un lado, el papel de Satanás aquí está interpretado por una mujer, Cristina Plazas, que es capaz de darle a su personaje un tono mucho más irreverente y seductor que en la obra original. Es un demonio con el que es fácil identificarse y que desde los primeros minutos sabe conectar con el público. Por otro lado, a Dios le da vida Pere Arquillué, que desde su voz melódica y sonora construye a un Creador caduco y maquiavélico que mueve con frialdad los hilos de lo que ocurre y que acaba convirtiéndose en el auténtico Diablo de la función. Entre medias nos encontramos con Laura Font (Culpa) y Maria Codony (Muerte), dos personajes que buscan dar a la obra el tono místico y poético de la obra de Milton y que en manos del texto de Helena Tornero se convierten en unas criaturas celestiales que estarán presentes en todas las escenas.
No obstante, el punto más rompedor de la obra es la creación que se hace de Adán (Rubén de Eguía) y Eva (Lucía Juárez), personajes que inicialmente aparecen como peleles de Dios pero que acabarán cuestionándose y enfrentándose a todo lo que les rodea. La obra los hace evolucionar en escena con un claro homenaje al 2001 de Kubrick que, si bien no es demasiado ingenioso, sí es un recurso estético que funciona muy bien en escena y que mantiene el tono místico del texto.
De esta manera, Eva acaba siendo poderosamente defendida en escena por una Lucía Juárez que, totalmente desnuda y sin ningún pudor, acabará realizando un demoledor alegato en favor del empoderamiento femenino y contra el injusto trato que se ha dado a la mujer a consecuencia de comer del fruto prohibido. Un discurso que, aunque tiene algo de oportunista y forzado, es totalmente necesario que se escuche y se difunda en teatros de toda índole.
Más cuestionable es cuando Satanás hace un alegato en favor del teatro en el que se dice que los actores han estado cuestionados y juzgados durante años. Aunque posiblemente tiene razón, es un momento excesivamente diseñado que rompe con los planteamientos ideológicos y lógicos que hemos estado viendo en escena. Quizás falta algo de tijeras en un texto que tiene demasiadas pretensiones narrativas.
No obstante, es de ley felicitar a todo el reparto por el gran trabajo que hacen y por el buen compromiso que ponen en escena. Un ejemplo de este talento ocurrió cuando un fallo técnico obligo a parar la escena y a que los actores tuvieran que retomar todo un cuadro escénico. Lejos de perder los nervios, lo hicieron con tanta naturalidad que acabó siendo una anécdota sin importancia.
En definitiva, Paraíso perdido se aleja del texto original y nos ofrece una obra totalmente nueva que reflexiona sobre el bien y el mal y sobre qué es el pecado. Se trata de una obra seductora que incluso con sus fallos acaba triunfando y convenciendo al espectador. La influencia de Milton acaba evaporándose a favor de una visión muy moderna y contemporánea de la creación. Dios al servicio del teatro.