CRÍTICA DE CINE DE ESTRENO

Tar: Crónica de la grandiosidad derrumbada

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TÁR

Cartelera España 27/01/2023  

Título original

 

TÁR
Año
Duración
158 min.
País
 Estados Unidos
Dirección

Todd Field

Guion

Todd Field

Música

Hildur Guðnadóttir

Fotografía

Florian Hoffmeister

Reparto

Cate BlanchettNina HossNoémie MerlantMark StrongSam DouglasSydney LemmonMurali PerumalDiana BirenyteVivian FullAmanda Blake, ver 7 más

Compañías

Focus Features, Emjag Productions, Standard Film Company

Género
Drama | Música
Sinopsis
La mundialmente famosa Lydia Tár está a solo unos días de grabar la sinfonía que la llevará a las alturas de su ya formidable carrera. La notablemente brillante y encantadora hija adoptiva de Tár, Petra, de seis años, tiene un papel clave en la tarea. Y cuando los elementos parecen conspirar contra Lydia, la niña es un apoyo emocional importante para su madre en apuros.
 
CRÍTICA

Estudio certero sobre la naturaleza humana pone en reversa concepciones feministas; organiza el poder en torno a lo que es, y no a una mera cuestión de género. Field aguza el ojo, traslada la crudeza del abuso en medio de una omnipotencia serena, estratégica, discreta y manipuladora.

Firme candidata al premio de la Academia, Tar nos introduce en el mundo del secreto a voces aplastado por la complacencia de los espacios ocupados. Un equilibrio donde todos tienen o esperan obtener su tajada a la luz de un éxito que trastabilla ante el más mínimo descuido.

Lydia Tar es una excelsa directora de orquesta con amplia experiencia en el mundo de la música, su alcance llega hasta el trabajo etnográfico, donde experimenta con diferentes etnias, y llega a importantes conceptualizaciones dentro de la musicología. Un personaje que, por la presentación que recibe y la soltura con que se expresa, podríamos llegar a pensar que es real.

Tar es pura ficción, una profesional cuasi perfecta que, en su momento cumbre, es acusada de abuso de poder. Tendrá problemas que afectarán su prestigio y, por ende, la permanencia en su cargo de dirección en la Orquesta Filarmónica de Berlín.

Un guion sutil que exige el máximo de atención; planos breves y contundentes nos sitúan a cada paso en las intenciones de Lydia, un personaje tan verborrágico como discreto, capaz de hacerte decir lo que no dijiste para justificar una acción de poder en su favor.

Cate Blanchet exuberante, metida de lleno en la interpretación, un vigor que ni  en los peores momentos decae, define una personalidad a prueba de toda clase de embates. Tar es la hiperracionalidad que trastabilla en el deseo por jugar con la admiración y transformarla en dependencia.

Personaje magníficamente confeccionado y desarrollado, eje absoluto de toda la historia, fuente que irradia la construcción del resto de los sucesos que se topan con su existencia.

La muerte oficia de límite en la contención de la culpa agobiada por el suicidio. Es referencia para una reacomodación de fichas en el tablero. El quitarse la vida por causa ajena redobla su carácter de inaceptable categoría en las relaciones humanas.

Quienes están al acecho aprovecharán la oportunidad: Mr. Kaplan, la mediocridad expresa se hace del tan anhelado poder. Irrumpen los desacomodos, la armonía se destruye; incalculables oportunidades resurgen en medio de un alboroto que la película no exacerba, no hay intención de menoscabar al personaje, no es una caza de brujas al mejor estilo feminista, sino un sobrio análisis sobre los mecanismos del poder en su versión más abstracta, excluida de contaminaciones ideológicas (si esto es posible).

Una versión humana que hace a una organización social donde no hay talento sin habilidad manipulativa.

La maestría en hacerse del poder permite la expresión del éxito tanto a quien tiene talento como a quien no; una visión muy foucaultiana que nos sitúa de cara al concepto de circulación, en tanto mejor posicionamiento de cada quien, en función de las propias posibilidades.

Field no abre juicios sobre Tar, es una pieza privilegiada en el juego, sus aptitudes despuntan en medio de una gran capacidad de resistencia que la llevará a recomenzar sin alardes ni quejas. Es acción pura, contracara de una Krista de quien, si bien poco sabemos, podemos pensar que en algún punto del juego falló y se desplomó. Su fuera de campo persiste más allá de la muerte y genera efectos que afectan al sistema.

El hacer es trascendente, mantiene un tiempo en los resultados, la prueba escrita compromete, el descuido no es opción; un error de cálculo transforma la diplomacia en sinsentido.

Es lo que sucede cuando alguien de confianza escapa del control. Las armas de Tar serán menguadas, darán cuenta de una falsa apariencia de perfección, las oportunidades circulan todo el tiempo, pueden cambiar de manos; ya no es solo un asunto de talento musical.

De lo más interesante del filme son las pistas que el guion va sembrando en cuentagotas.  Dosificaciones necesarias que ofician de conectores en momentos clave. Un ensayo, tres miradas alternan primeros planos, todo queda sobreentendido: la admiración de Olga, la complacencia de Lydia y el descubrimiento de Sharon.

Nada más hace falta para develar el triángulo, con uniones y exclusiones inferidas, más nunca directamente explicadas. La película cuida mucho el detalle; la estrategia y el deseo  se expresan en miradas. Los diálogos guardan la compostura en un aparente, “como si” nada pasara. Lo mismo ocurre con nosotros espectadores, nos damos cuenta de lo que ellos también se dan cuenta, pero callan.

Mientras la cinta se oculta de conservar las formas y cuidar el equilibrio, un sofisticado mundo huele a podrido desde las bases. La funcionalidad asigna pleno sentido a vivencias distorsionadas por la grandilocuencia de diálogos y puestas en escena de sofisticación artificial.

Existen, como tal, para albergar un mundo subterráneo, jamás colocado sobre el tapete, salvo en el momento de la muerte, donde la opinión pública se desboca, y las autoridades accionan resortes de poder obturados por la presión moral.

Es allí donde las formas se desploman, el momento es automático, son los límites del poder; no los sucesos en sí, sino su ser público: no está bien mirar para otro lado cuando no hay más remedio que darse cuenta. Lydia Tar caerá en la redada, su omnipotencia le proporcionó un error de cálculo, en algún punto podía haber un desliz, pero la falla no consiste en el suicidio, sino en su connotación de hecho público, firme cimiento que dará acogida a la catástrofe.

Clara denuncia siempre apegada al tono de la película. Conserva la discreción en la objeción ante sucesos mostrados con mesura; el escándalo tiene que serlo, encierra un secreto que continuará perpetuando la formulación del abuso en mecanismos de poder aceitados en las sombras, la hipocresía jamás se delata a sí misma.

Field nunca recurre al sexo, nada es directo, solo diálogo y gestos. Una mirada de Francesca frente a una conversación entre Lydia y Olga, capturamos las intenciones y, más aun, la frecuencia de comportamiento. Un algo así como: “otra vez, como siempre”, se trasluce en la mirada. La alternancia en los planos es la referencia.

Un filme plagado de sutiles detalles que desafían la atención y comprensión del espectador, una tendencia en “secretos a voces” es la fórmula que marca un estilo y coherencia a lo largo de toda la producción.

Retrato de una artista que  va opacando sin deslucir, mantiene una hidalguía que contrabalancea cualquier posibilidad de censura moral. Lydia Tar saldrá airosa, será capaz de continuar a pesar de la caída. Field respetará a su personaje hasta el final, la intención no es denostarlo, sino destacar su accionar en un sistema responsable que lo avala.