Abracadabra: Un sinónimo de libertad
Con paciencia y cuidado ha llegado el cine de Pablo Berger hasta nuestra contemporaneidad, tras los viajes temporales a las Españas de los años 70 y de los 20 que supusieron Torremolinos 73 (2003) y Blancanieves (2012), respectivamente.
Comedia| 96 min. | España 2017
Título: Abracadabra.
Título original: Abracadabra.
Director: Pablo Berger.
Guión: Pablo Berger.
Actores: Maribel Verdú, Antonio de la Torre, José Mota, Josep Maria Pou.
Estreno en España: 04/08/2017
Productora: Arcadia Motion Pictures / Atresmedia Cine / Movistar+.
Distribuidora: Sony Pictures.
Sinopsis
Carmen (Maribel Verdú), un ama de casa del barrio madrileño de Carabanchel, descubre un día que su marido, Carlos (De la Torre), parece estar poseído por un espíritu maligno. Ahí empieza una exhaustiva investigación, entre terrorífica y disparatada, para intentar recuperarlo.
Crítica
Con paciencia y cuidado ha llegado el cine de Pablo Berger hasta nuestra contemporaneidad, tras los viajes temporales a las Españas de los años 70 y de los 20 que supusieron Torremolinos 73 (2003) y Blancanieves (2012), respectivamente. Distintas en su fondo y forma, en ellas tenía lugar un retrato costumbrista que contribuía a la construcción de la identidad del carácter español. Unas actitudes y modos de vida que han traspasado décadas y que llegan al presente con Abracadabra.
Aunque el contexto ha evolucionado y ha conllevado cambios de posturas, la esencia del carácter sigue prolongándose en el tiempo. Para darse cuenta, solo con observar los roles que interpreta Josep Maria Pou, en Blancanieves y el film que nos ocupa, es suficiente: el mismo pícaro vendedor de humo, primero en calidad de explotador circense, y luego como hipnotista de medio pelo. Abracadabra, por lo tanto, es otro capítulo más en esta descripción de la identidad nacional, filtrada a modo del cóctel de géneros más explosivo que Berger ha ideado hasta la fecha.
Agudos golpes de humor y locura se mezclan con situaciones estereotipadas o bromas previsibles.
La comedia es el nexo de unión de una diversidad de pasajes que van desde el costumbrismo que el director conoce tan bien hasta el terror, pasando por el thriller sobrenatural de fantasmas o el melodrama. Esta hibridación genérica, de ejecución similar a la de su paisano vasco Álex de la Iglesia, es un arma de doble filo, puesto que de la misma manera aporta frescura y desinhibición, también es una fuente de irregularidad rítmica. La película sufre altibajos porque no todas las escenas tienen el mismo grado de lucidez.
Agudos golpes de humor y locura se mezclan con situaciones estereotipadas o bromas previsibles (¿cuántas veces hemos visto ya alguien en una boda/ceremonia escuchando un partido de fútbol a través de unos auriculares?). Precisamente, la proliferación del tópico en repetidas circunstancias deja el poso al espectador de estar ante su obra menos genuinamente auténtica. Esto, junto a una cierta indefinición en algunos personajes, como puede ser el de José Mota –de quien se espera un desarrollo más activo en la trama que, al final, no se da-, y pequeños deslices arbitrarios en el transcurso de la historia, palidecen un conjunto que parte de unos buenos fundamentos.
El trance, así pues, resulta intermitente, oscilando entre momentos algo perezosos y otros de pletórica inspiración, la mayoría ligados a la sátira social más perspicaz o a sus referencias intertextuales (ese taxista scorsesiano con aire de la Meseta interpretado por el omnipresente en el universo bergeriano Ramón Barea), con las que Berger demuestra un gran entendimiento del contexto vital de los personajes.
En relación a las susodichas citas, Abracadabra interpela diegéticamente a una cultura popular y castiza socialmente devaluada. Fuera de la historia, esta es apelada con un estilo muy similar al del Woody Allen observador de la clase trabajadora, jugando con las propuestas genéricas y de forma irónica, pero sin el contrapunto de la alta cultura. En este aspecto, la película resulta una inmersión reconocible en la vida de barrio, aderezada por el mestizaje de tonos en el relato.
En relación a las susodichas citas, Abracadabra interpela diegéticamente a una cultura popular y castiza socialmente devaluada. Fuera de la historia, esta es apelada con un estilo muy similar al del Woody Allen observador de la clase trabajadora, jugando con las propuestas genéricas y de forma irónica, pero sin el contrapunto de la alta cultura. En este aspecto, la película resulta una inmersión reconocible en la vida de barrio, aderezada por el mestizaje de tonos en el relato. En su visión de una realidad reconocible, es inevitable no establecer paralelismos con el Almodóvar más suburbial de Volver (2006) –con la que también comparte elemento fantasmagórico-, y especialmente ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984). Maribel Verdú hereda el papel de esposa abnegada y sometida a su marido de Carmen Maura, pero actualizándola al siglo XXI.
Su depresión, en esta ocasión, es aliviada mediante su culto a la imagen, en un claro efecto de la importancia de lo visual en nuestro presente. Con esto, la hipnosis en Abracadabra también funciona como metáfora del estado de esa mujer, hipnotizada por su marido y una rutina que parece inexorable. Con este horizonte, la película está bañada por un trasfondo feminista coherente, sin dogmatismos, que resulta necesario para comprender el ahora de la causa y dibujar un panorama en el que las barreras genéricas se difuminen (como, también, lo hace Berger con otro tipo de géneros, los cinematográficos).
La cara más “choni” de Verdú viste un traje a medida que defiende con soltura y brío, mientras que Antonio de la Torre encarna al conyugue patán, imagen del machismo cavernario persistente. De la Torre lidia con un rol que conoce en profundidad de vidas pasadas vividas en pantalla, pero aquí tiene un añadido en forma de desdoblamiento de personalidad que le permite volver a hacer gala de su versatilidad interpretativa, fluctuando entre la antipatía y la terneza. Y Mota, pese a su ya aludido desdibujado personaje, cumple con su misión de showman ordinario y frustrado. Una línea destacada también merece ese trabajador de inmobiliaria estrambótico e inquietante interpretado por un alocado Julián Villagrán que parece sacado del Javier Fesser de El milagro de P. Tinto (1998).
Como en todo espectáculo de variedades, Abracadabra es una obra en la que algunos números lucen mucho más que otros, en los que el efecto es malogrado por una elaboración vaga y ya vista. Aunque desigual, el conjunto sale airoso gracias a su incontestable virtud técnica; a su buena mano con los actores, y a su, en general, bien planteada premisa y correcto avance. Y, por supuesto, gracias a los vientos de libertad creativa que sobrevuelan el film, fruto de la audacia de un creador que percibe el valor del entretenimiento del cine, sin aparcar la implicación artística y social del medio. Un truco de magia que, en plena sequía veraniega, se antoja refrescante, ameno y ligero en sus formas, pero no en su contenido, afortunadamente.