Drama | 91 min. | España 2017
Título: Brava.
Título original: Brava.
Directora: Roser Aguilar.
Guión: Roser Aguilar, Alejandro Hernández.
Intérpretes: Laia Marull, Sergio Caballero, Francesc Orella, Emilio Gutiérrez Caba.
Estreno en España: 07/07/2017
Productora: SETMAGIC AUDIOVISUALS / TV ON PRODUCCIONES / TVC
Distribuidora: World Line Cinema.
Sinopsis
La vida de Janine parece ir muy bien hasta que sufre un asalto en el metro y todo se desmorona. Tratando de huir de su tormento interior, escapa al pueblo donde ahora vive su padre, oculta a todos sus heridas e intenta relajarse. Pero allí, lejos de encontrar la paz, se acercará a su lado más oscuro.
Crítica
No sabemos de primer mano la causa de que Roser Aguilar haya tardado casi diez años en levantar su segundo proyecto cinematográfico, aunque podemos llegar a suponer que se ha topado con los mil y un obstáculos que acucian a todos aquellos realizadores españoles que despuntan en su debut y luego son condenados a una larga travesía del desierto. Roser acaparó críticas positivas y multitud de premios con su primer film: Lo mejor de mí, un drama sobre la convivencia en pareja que supuso el descubrimiento de la talentosa actriz Marían Álvarez.
La trágica situación que abre el film sirve como excusa para tratar el tema principal de la violencia de género.
Con las mismas señas de identidad traducidas en un estilo sobrio y ajustado y una estética minimalista, en esta ocasión todo gira alrededor de la angustiada figura de Janine (Laia Marull), una mujer que a partir de sufrir una violenta agresión en el metro verá como si vida cambia de manera radical de la noche a la mañana. Antes del a tropelía que dará un vuelco a su existencia, su día a día transitaba entre un trabajo rutinario de banquera y un matrimonio más rutinario aún si cabe. Tras toparse con dos salvajes que la vejarán de forma humillante decidirá volver a sus raíces y refugiarse en casa de su padre con el único objetivo de reencontrarse a sí misma.
La trágica situación que abre el film sirve como excusa para tratar el tema principal de la violencia de género, representada por todos y cada uno de los hombres (exceptuando el padre, quien solo procura cobijo y amabilidad) que aparecen en la película. Violencia física y psicológica que se dan la mano para advertirnos de que el camino hacia la igualdad está mucho más lejos de lo que nos imaginamos. Janine es una mujer que se ha hecho a sí misma, tal y como nos recuerda una de sus amigas del pueblo quien le aplaude su valiente decisión de abandonar el pueblo para ir a trabajar a la capital. Pero tanto una como la otra llevan la insatisfacción por bandera.
Para colmo de males todos los hombres con los que se cruza acaban de una u otra manera violentándola, desde su novio egoísta que antepone sus planes laborales a los de ella, pasando por ese vecino de su padre con un pasado bastante turbio o esos payeses que no dudarán en hacerse una foto con ella en una feria de tractores como si se tratara de un trofeo.
El desarrollo argumental se beneficia de la impresionante interpretación de Laia Marull, una actriz de trayectoria impecable (ahí quedan grandes títulos como Pa negra, La Madre o Las Olas) que aquí sabe dotar a su personaje de una fisicidad apabullante con las que impresiona en las escenas más viscerales (ojo a una que acontece en el tramo final del film que aquí no desvelaremos pero en la que da una verdadera lección de actuación). El listón al que se tiene que enfrentar en este relato es muy alto, ya que se le exige expresar mucho con muy pocos gestos, basándolo casi todo en la mirada y en la expresión facial, y dese luego la intérprete luce con creces.
A su lado, el resto del elenco actoral no tiene la oportunidad de ponerse a su altura, bien sea porque sus roles son bastante secundarios y no han sido lo suficientemente desarrollados o bien porque Laia acaba por fagocitar todo lo que se mueve alrededor de la pantalla. En cuanto a la dirección de Roser Aguilar, se puede decir que estamos ante uno de esos casos en los que las virtudes de su dirección ganan por mayoría a los defectos, que también los hay. Es tanta la corrección que se destila en cada fotograma que se echa de menos un poco más de riesgo formal, pero por otro lado el tono aséptico que impera en cada escena le viene muy bien al desarrollo argumental y sobre todo funcionan como perfecto contraste ante esos momentos de ferocidad visual que son los más conseguidos del film.
Existe, por último, una declaración (no sabemos si consciente o no), de aquello que los clásicos llamaban “menosprecio de corte y alabanza de aldea”. Los habitantes de clase alta de las grandes urbes necesitan de la tranquilidad de los parajes idílicos para lamerse de sus heridas producidas por el estrés y la ansiedad emanada por la cosmópolis, y así el campo funciona en ese aspecto como acicate perfecto para hallar el equilibrio que permita tomar las decisiones más adecuadas.