El Capitán: Vestido para matar
Robert Schwentke (La serie Divergente: Leal, Plan de vuelo: Desaparecida) escribe y dirige esta película que le devuelve al lugar donde empezó su carrera con Tattoo (2002). En el reparto se encuentran Max Hubacher (Tren de noche a Lisboa), Milan Peschel (Un juego de inteligencia), Frederick Lau (La ola), y Waldemar Kobus (Valkiria), entre otros.
Drama | 118 min. |Alemania-Francia-Polonia| 2017
Título: Der Hauptmann.
Título original: El Capitán.
Director: Robert Schwentke.
Guión: Robert Schwentke.
Intérpretes: Max Hubacher, Milan Peschel, Frederick Lau, Bernd Hölscher.
Estreno en España: 21/09/2018
Productora: Filmgalerie 451 / Alfama Films / Opus Film
Distribuidora: Karma Films.
Sinopsis
La Segunda Guerra Mundial está llegando a su fin y varios soldados alemanes ven la derrota cada vez más cerca. Uno de ellos, de tan sólo 19 años, se las arregla para conseguir el traje de un oficial y se hace pasar por él. Su único objetivo: Escapar atravesando las líneas de su propio bando. No es el único desertor, por lo que reclutará un grupo de soldados que le permitirá llevar a cabo su plan. Harán lo que sea para huir de su territorio, aunque implique robar y matar a sus propios aliados.
Crítica
Cuando creemos que todos los horrores sobre la Segunda Guerra Mundial y los nazis han sido ya contados y contemplados surge un nuevo texto escrito, gráfico o audiovisual que nos sumerge de nuevo en aquella pesadilla. Nuevas miradas a hechos concretos del conflicto emergen para recordarnos sus distintas aristas y algunos enfoques inexplorados con que seguir sorprendiéndonos.
Aunque el exterminio judío es el tema más tratado, por su magnitud, su horror y su repercusión internacional, la historia que nos cuenta esta película vuelve la mirada hacia la degradación moral, la perversión y el terror causados por un grupo de soldados alemanes, formados en la disciplina de un régimen dictatorial que creaba auténticos psicópatas, capaces de infligir crueldades sin nombre, incluso a sus propios compatriotas. Si hasta ahora hemos visto el horror causado a los otros ahora nos asomamos al horror causado a los suyos.
El título de la película impreso en la pantalla, ya nos avisa, al principio, con su simbólica tipografía gótica en rojo sangre que lo que vamos a presenciar es o se parece mucho más a una película de terror que a un drama bélico.
La acción nos sitúa en Alemania en 1945, dos semanas antes de acabar la Segunda Guerra Mundial. En un país devastado y a punto de perder la guerra, el ánimo de la tropa decae y las deserciones aumentan, con los consecuentes saqueos a la población civil. Uno de esos soldados es Willi Herold, un joven de 19 años que huye, harapiento, arrecío y hambriento, de los cazadores de desertores. Un día por casualidad encuentra el uniforme de un capitán nazi y a partir de ese momento decide comportarse como tal. Con su nueva identidad recluta a un grupo de desertores perdidos que actuarán bajo su mando. Haciéndose pasar por un oficial en misión secreta, encomendada por el mismo Führer, emprende con ellos su particular viaje a los infiernos, sembrando el terror allí por donde pasan.
El título de la película impreso en la pantalla, ya nos avisa, al principio, con su simbólica tipografía gótica en rojo sangre que lo que vamos a presenciar es o se parece mucho más a una película de terror que a un drama bélico.
El director alemán Robert Schwentke —conocido, sobre todo, por dos de las películas de la serie Divergente: Insurgente (2015) y Leal (2016), además de R.I.P.D. Departamento de Policía Mortal (2013) y Red (2010)— regresa a su tierra desde Hollywood y firma también el guión de esta impactante película sobre la condición humana en tiempos de guerra, filmada en un “impoluto” blanco y negro (premio a la Mejor Fotografía en el Festival de Cine de San Sebastián) que ahorra al espectador contemplar el color del sadismo.
La película está basada en la historia real del joven Will Herold, un aprendiz de deshollinador que se alistó en el ejército alemán como paracaidista en 1943. En abril de 1945, con 19 años, desertó y mientras huía encontró en un coche militar abandonado el uniforme de un capitán nazi condecorado. A partir de entonces empezó a actuar como tal con un grupo de soldados desertores que encontró por el camino, sembrando el terror a su paso. Se estima que tuvo a su cargo más de ochenta soldados y que doce de ellos permanecieron con él hasta el final.
El 11 de abril de 1945 Herold y su grupo llegaron a uno de los campos de prisioneros para desertores, insubordinados y ladrones que los alemanes habían construido en Emsland, al noroeste de Alemania. Allí consiguió engañar a los oficiales del campo e instauró un tribunal militar, que con el argumento de obedecer órdenes de Hitler, sentenció y ejecutó a gran cantidad de reclusos. En total se cree que mató a casi 170 personas entre militares y civiles.
Al acabar la guerra fue arrestado por la policía militar alemana, de la que consiguió escapar antes de ser definitivamente capturado por el ejército británico. Juzgado y condenado a muerte, fue ejecutado el 14 de noviembre de 1946 con 21 años.
No es frecuente encontrar películas alemanas que pongan el foco en el colapso colectivo del sistema nazi de una forma tan «íntima» y brutal como lo hace El capitán a través del comportamiento de este personaje real tan perturbador.
Robert Schwentke construye el retrato de un soldado trastornado, no sabemos si por los acontecimientos o por su propia personalidad, en un ejercicio de introspección psicológica, política y social que va de lo particular a lo general para intentar comprender «el marco de referencia que hizo posibles tales acciones».
Al contar la historia desde el punto de vista de Herold, Schwentke no intenta justificar su comportamiento, pero tampoco lo condena. Expone los hechos y deja que sea el espectador quien saque sus propias conclusiones.
Verdugo, psicópata o víctima del sistema y de la situación, la magnífica interpretación de Max Hubacher (Herold) deja traslucir algo de cada uno de ellos en diferentes momentos y a veces una mezcla de todos.
La cámara se detiene muchas veces en la expresión de su rostro, intentando escrutar su mirada, dejándonos ver el desconcierto, la inseguridad, el miedo, el vacío… que transmite y que, por otra parte, no traducen sus acciones. En esos momentos vemos a la víctima —un joven traumatizado, desahuciado por el sistema y poco consciente de las consecuencias de su impostura— convertirse en verdugo, como cuando es prácticamente obligado por un grupo de campesinos a ejecutar a un soldado que ha robado para comer.
Su degradación definitiva se produce al llegar al campo de prisioneros Allí, desbordado por la situación, se deja manipular por quienes le exigen que actúe de acuerdo al rango de su uniforme. Es entonces cuando el personaje se convierte en una especie de psicópata que disfruta gratuitamente con la violencia y el dolor ajeno, como en la escena de los presos atados a los que incita a huir para luego dispararles por la espalda o cuando obliga a su fiel servidor Freytag (el pepito grillo de su conciencia) a rematar a los moribundos en las fosas.
La instauración de la barbarie como sistema es una epidemia que arrastra a cuantos la padecen a comportamientos inhumanos inexplicables en otro contexto, no sólo entre los miembros de la tropa, también entre la población civil. En la película vemos cómo los campesinos también son insolidarios y expeditivos con los soldados hambrientos que roban por pura supervivencia, sin preocuparse de comprobar si son o no pacíficos.
La película no pretende ser naturalista, ni en la actuación, ni en la estética, ni en la narración donde se percibe cierta ruptura de los códigos de la ficción en algún momento (por ejemplo, con la imagen del campo de concentración en la actualidad)… pero termina en puro artificio. Para corroborarlo quedan los originales y significativos créditos finales que incitan a varias lecturas. La más inquietante tiene que ver con una declaración del director: «el pasado es ahora». Una posible advertencia sobre la posibilidad de repetir el pasado. Lo que un día ocurrió, por mucho que ahora parezca horrorizarnos, puede volver a pasar si se dan «ciertas condiciones para que el genocidio y las atrocidades sucedan». Algo que no resulta disparatado si nos remitimos al resurgir actual de la extrema derecha centroeuropea.
Se empieza por la retórica, se continúa con la deshumanización y se termina con la legitimación de la barbarie. Lamentablemente, el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra. Y hasta más. Leo Guzmán. Revista Encadenados.