viernes. 22.11.2024

Las películas sobre la vida después de la muerte y cómo se podía interactuar con la divinidad una vez que se llegaba al cielo tuvieron un cierto apogeo en el cine norteamericano de los años 40. Tal vez fuera por la que se conoció como etapa post-depresión, o porque se ansiaba una segunda oportunidad después de los conflictos bélicos que acaecieron, pero lo cierto es que todos tenemos en la memoria títulos como ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, o A vida o muerte, de Emeric Pressburger  y Michael Powell, ambas estrenadas en 1946, aunque el film seminal sobre esta temática vio la luz cinco años antes, y se trata de esta El difunto protesta que ahora nos ocupa.

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Joe Pendleton (Robert Montgomery) es un boxeador que iba a luchar por el campeonato mundial antes de morir en un accidente de avión. Por desgracia para Joe, él no estaba destinado a morir en el accidente, pero sube al cielo antes de tiempo por culpa de un ángel demasiado eficiente (Edward Everett Horton). Ahora es cosa del jefe del ángel, Mr. Jordan (Claude Rains), encontrar un nuevo cuerpo para Joe y darle otra oportunidad de luchar por el título. Mientras le buscan un nuevo hogar, Joe conoce a una joven idealista (Evelyn Keyes) de la que se enamora locamente, y lo que le da una razón para vivir, aparte de para poder pelear por el título. 

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El destino es un factor importante en esta comedia con trasfondo melodramático. Si un hombre está destinado a una cierta vida, ¿cómo puede mantener esa cualidad cuando las circunstancias cambian inesperadamente? Incluso en el cuerpo de Farnsworth, Joe sabe que él es Joe, aunque sólo él - y nosotros – lo veamos  como Robert Montgomery. Nadie más puede ver al señor Jordan,  lo que permite alguna situación jocosa con ese magnate loco hablando consigo mismo. El Sr. Jordan sirve como guía, guiando a Joe a tomar las decisiones correctas, culminando en un final sorprendente que le da al hombre un poco de todo, aunque también le da paz. Sin perder demasiado, imagina una vida donde sabes que no eres tú. No es exactamente una solución pero para salir del paso no está nada mal.

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Esta película es considerada como un clásico, pero por alguna razón que se nos escapa, da la sensación de que en ocasiones se queda corta ante lo  que su reputación implica. Esta afirmación es a pesar de muchos de los elementos de la película que realmente son dignos de admiración: Tiene una buena historia y un guión inteligente, y siempre es un placer ver a Claude Rains ya Edward Everett Horton en acción (sin duda dos de los mejores secundarios que ha parido la historia del séptimo arte). También es digna de admiración la muy animada actuación de Robert Montgomery. ¿Y entonces por qué decepciona un poco?, pues porque el ritmo marcado no está a la altura de lo que debería ser una comedia de altos vuelos, con momentos de la trama que se resuelven de forma harto farragosa, aparte de lo que le cuesta desprenderse de su origen teatral.

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Sin embargo, cuando James Gleason está en la pantalla todo luce.  Su interpretación del perpetuamente confundido Max Corkle es una de las grandes actuaciones cómicas de todos los tiempos, y roba el espectáculo del resto del reparto. Gleason ofreció a lo largo de su vasta carrera interpretaciones majestuosas que quedaron en la retina del espectador, y ahí están títulos como El Buscavidas, El halcón del desierto o la más moderna Su juguete favorito. La película también cuenta con las caras conocidas de John Emery (Sangre sobre el sol, Juana de Arco) y Evelyn Keyes (Lo que el viento se llevó, La tentación vive arriba).


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