A DOBLE CIEGO. La mejor novela de Víctor Sombra.
Un grupo de jóvenes informáticos y activistas de diferente procedencia se presenta al Concurso a la Mejor Innovación Nórdica con un proyecto para recopilar datos de cualquier sistema informático y crear conexiones con el big data. No logran ningún premio, pero al acabar reciben un misterioso encargo para recabar datos sobre un medicamento. La compensación es alta y aceptan sin pensarlo.
Se trata de un grupo heterogéneo, con saberes y motivaciones dispares (hackers, activistas, rentistas) e intensas interacciones cruzadas. Cuando las cosas van bien, los integrantes se ven cercanos a los 4 Fantásticos; cuando se tuercen empiezan a parecerse a los Hermanos Karamazov. El grupo emprende su tarea sin apenas saber nada de quién les hizo un encargo tan bien retribuido ni para qué servirán sus resultados. La parcelación de los conocimientos dentro del grupo refleja la del exterior. ¿Qué efectos tienen los medicamentos? ¿Cómo se financian? ¿Quién decide su composición? Al avanzar en el cumplimiento del encargo irán desvelando algunos engranajes de la interacción entre el sector farmacéutico y el capital.
A doble ciego es una novela negra sin disparos ni apuñalamientos, una inteligente y apasionante trama de espionaje situada entre Noruega y España en la que Sombra se adentra en las encrucijadas del big data y la producción de medicamentos, y pone de manifiesto lo que él denomina «crowdkilling»: los delitos sistémicos en los que todos participamos, los que se mimetizan con el día a día y se detectan apenas como un ruido de fondo.
La laberíntica, paranoica y desasosegante investigación que llevan a cabo los protagonistas para desentrañar una desalmada operación farmacéutica a escala internacional va cogiendo velocidad de crucero a media que avanza la historia y se van despejando incógnitas, encontrando el modo de anudarse de una forma tan satisfactoria como impactante. Por el camino, Sombra logra encajar una trama absorbente, unos personajes insólitos, una estructura original y una denuncia inteligente. Sin dejar de practicar una literatura intransferible, el autor convoca el trabajo con el concepto de secreto de John Le Carré o Ricardo Piglia, con la radiografía sociopolítica cargada de denuncia de Belén Gopegui o Elvira Navarro, con la intriga y la acción de un Frederick Forsyth. Además, una de las lecturas posibles de A doble ciego es como reformulación ficcional, o ampliación del campo de batalla como diría Michel Houellebecq, de todo lo expuesto por Patrick Radden Keffe en su ensayo El imperio del dolor (Reservoir Books, 2021).
Una historia que combina a partes iguales un estilo y una estructura original e impecable y un análisis-denuncia inteligente y muy solvente con una trama absorbente y unos personajes brillantemente construidos.
<<Tomemos la transparencia, tu obsesión porque todo sea visible, accesible… Es difícil imaginar un concepto más desestabilizador para una empresa sólida, jerárquica, de saber compartimentado, como la Iglesia o la industria farmacéutica. La transparencia es la semilla del caos. ¿Sabes de dónde viene el poder de la Iglesia, Ben? De que no se pueden sentir las piernas de Jesús cuando nos llevamos la hostia a la boca. Ya lo decía santo Tomás: E si sensus efficit … –dijo, y se detuvo para ver si le seguía, mientras yo negaba con la cabeza–. «Y aunque fallen los sentidos, la fe es suficiente para fortalecer el corazón de la verdad». Y habría que ir más lejos, Ben: porque fallan los sentidos, la fe basta. Esto es, los sentidos deben fallar, tanto la Iglesia como la industria deben cegar las vías para cualquier constatación directa. Solo así el logo, la cruz, la marca, irradiarán todo su poder. Las letras inscritas sobre los medicamentos y sus cajas, completamente opacas, revelarán toda su potencia. «Lo que no comprendes porque no lo ves, lo afirma tu fe viva».
–Nos estamos alejando de la cuestión, Dixon.
–Dexter, aquí Dexter. ¿Te das cuenta, Ben? Santo Tomás habría sido el perfecto patrón de la industria. Fíjate en esto otro: «Bajo diversas formas tan solo se ven los signos, que esconden una realidad sublime». ¡Qué descripción más acertada del poder de la marca farmacéutica! La farmacopea debe ocultar el principio activo y rodearlo de misterio y seducción para preservar su realidad sublime. El paciente expresa su fe adquiriendo la medicina y tomándola conforme a la prescripción. Igual que el fiel eucarístico, no ve nada en el cuerpo opaco de la pastilla. La lengua no reconoce ni la molécula ni las espinas de Cristo>>.