Como muy acertadamente dice la actriz invidente Lola Robles, encarnación de Clara Campoamor en este cortometraje de veintinueve minutos dirigido por Rafael Alcázar, tras la muerte del dictador Franco la democracia española había que construirla totalmente desde cero, y «lo único que quedó de la República fue lo que yo hice: el voto femenino».
El próximo 30 de abril (2022) se cumple el cincuenta aniversario de la muerte, en la ciudad suiza de Lausanne, de Clara Campoamor, la abogada y parlamentario republicana que consiguió que el voto de las mujeres figurara en la Constitución de 1931.
Clara Campoamor, quien tras una infancia humilde en el Madrid del barrio de Maravillas consiguió, ya adulta, sacarse los títulos de Bachiller y Licenciada en Derecho en solo tres años, huyó en 1936 de la España franquista por el puerto de Alicante y vivió un exilio en el que recorrió Francia, Suiza, Chile, Uruguay y Argentina, para regresar finalmente a la ciudad a orillas del Lago Léman, donde falleció en 1972. Al final de su vida se quedó ciega, lo que le obligó a dejar de ejercer como abogada.
En el modesto homenaje que es este cortometraje[1], Clara Campoamor recuerda los momentos más importante de su vida. Sus pensamientos regresan al país que tanto echa de menos desde el exilio.
Suenan las diez de la noche en el reloj de la catedral de Lausanne. Clara Campoamor, se despierta y se levanta. Después de quedarse ciega se le ha agudizado el oído. Pero esa noche no puede volver a dormirse. Vuelve sobre los momentos más felices de su vida, sus más dolorosas decepciones, los días de más lucha y de más brillantes éxitos en favor de las mujeres. Nieva en la ciudad silenciosa. Clara Campoamor añora el calor y el ruido de las ciudades españolas.
El director de este corto, Rafael Alcázar, está terminando el rodaje de un largometraje titulado «Clara Campoamor, un voto para despertar», en coproducción con TVE. Da la desafortunada casualidad de que Rafael Alcázar se quedó ciego hace tres años, cuando ya preparaba el proyecto de la película. Aún así, el productor, guionista y director continúa trabajando con entusiasmo: «A menudo me preguntan que cómo puedo seguir dirigiendo, sin ver nada.
Y yo me preguntaba lo mismo cuando era joven respecto a Beethoven, cómo podía haber compuesto la Novena sinfonía, la mejor de todas, sin oír nada. Pero es que la música seguía en su cabeza. Del mismo modo, las imágenes siguen en la mía (…) Además, en el cine, que es un trabajo eminentemente colectivo, hay que tener un equipo muy bueno y yo tengo la fortuna de contar, no solo humanamente, sino profesionalmente, con el mejor equipo del mundo, que son mis verdaderos ojos».