La leyenda de Tarzán: Un superhéroe de bajos vuelos
Nadie mejor que David Yates, cineasta británico al que se le encargó la nada sencilla tarea de dar carpetazo ¿final? a la saga de Harry Potter en el celebrado díptico Harry Potter y las reliquias de la muerte para intentar insuflar un poco de aire en la figura del mítico Tarzán, el monarca selvático por excelencia.
Aventuras | 109 min | USA 2016
Título: La leyenda de Tarzán.
Título original: The Legend of Tarzan.
Director: David Yates.
Guión: Stuart Beattie, Craig Brewer, John Collee, Adam Cozad.
Actores: Alexander Skarsgård, Rory J. Saper, Christian Stevens, Christoph Waltz.
Estreno en España: 22/07/2016
Productora: Warner Bros. Pictures / Jerry Weintraub
Distribuidora: Warner Bros Pictures España.
Sinopsis
Ya han pasado varios años desde que Tarzán abandonara la jungla africana para llevar una vida aburguesada como John Clayton III, Lord Greystoke, junto a su amada esposa Jane, pero ahora le han invitado a que vuelva al Congo para ejercer de embajador de comercio en el parlamento. En realidad, todo forma parte de un plan ideado por el capitán belga Leon Rom, pero los responsables de esta estrategia no tienen ni idea de lo que se les viene encima.
Crítica
Nadie mejor que David Yates, cineasta británico al que se le encargó la nada sencilla tarea de dar carpetazo ¿final? a la saga de Harry Potter en el celebrado díptico Harry Potter y las reliquias de la muerte para intentar insuflar un poco de aire en la figura del mítico Tarzán, el monarca selvático por excelencia, del que se supo en cines por última vez hace tan sólo tres años en una muy olvidable adaptación animada de nacionalidad alemana titulada Tarzán a secas (con las voces de Kellan Lutz y Spender Locke en la versión americana).
Si nos referimos a versiones en imagen real tendríamos que remontarnos al siglo pasado en otra horripilante puesta en escena del personaje de la que mejor ni acordarse: Tarzán y la ciudad perdida, dirigida en 1998 por Carl Schenkel (Jaque al asesino) y protagonizada nada más y nada menos que por la inusual (y muy finiquitada para el cine) pareja formada por Casper Van Dien (Starship Troopers) y Jane March (El amante). Así Yates ha tenido el dudoso privilegio de traernos al Tarzán más moderno, para ver qué tal le sientan los últimos avances tecnológicos en cuanto a efectos especiales se refiere a la hora de interacturar con los animales y transitar entre las copas de los árboles mientras se columpia entre lianas.
Yates ha tenido el dudoso privilegio de traernos al Tarzán más moderno.
El cineasta formado en la cantera televisiva de la BBC donde firmó series de acción de calidad como Policía de barrio o La sombra del poder, se mueve como pez en el agua en un primer tramo (lo que viene justo después de la atrayente escena inicial en la que se fragua mediante una espectacular batalla la venganza que ha de traer de nuevo a Tarzán a su antiguo terruño), en el que nos explica con todo lujo de detalles como ha sido la adaptación del antaño niño mono en el mundo civilizado de los adultos en la capital londinense. Allí, el aristócrata John Clayton, nombre que consta en su partida de nacimiento, aprenderá idiomas y vivirá en paz y armonía junto a su amada Jane, aunque le invada la melancolía cada vez que alguien le recuerde sus aventureros tiempos de infancia.
El malísimo de la función está interpretado por el siempre competente, aunque aquí un tanto desaprovechado. Christopher Waltz.
El film juega en esas primeras escenas con la mezcla de momentos cotidianos contemporáneos y otros mediante flashbacks en progresión que permiten que conozcamos de primera mano que le sucedió desde el momento en el que tuvo que educarse bajo la estricta vigilancia de una manada de simios parecida a los gorilas (los mangani). Gracias a su concurso y a la cruel rivalidad con el jefe de la manada que nunca lo aceptó adquirió grandes habilidades físicas, pudiendo enfrentarse a cualquier animal salvaje para defender su familia.
A partir de entonces, Tarzán es requerido por el gobierno británico, quien trabaja conjuntamente con el americano (en la figura de un rejuvenecido para la ocasión Samuel L. Jackson) para intentar desenmascarar las malas artes de sus homólogos belgas, quienes mediante prácticas esclavistas se están enriqueciendo a manos llenas mediante el comercio ilegal de diamantes.
El malísimo de la función está interpretado por el siempre competente, aunque aquí un tanto desaprovechado. Christopher Waltz. Los que suelen acusar al actor de cierto histrionismo en sus interpretaciones aquí no tendrán queja, y no precisamente porque el director haya demostrado mano dura y le haya encorsetado sino porque a partir de la mitad de metraje todas las buenas intenciones iniciales quedan anegadas por la pirotecnia y el empacho de efectos especiales.
Unos efectos, que dicho sea de paso, tampoco es que sean maravillosos, y que no pasan de ser una saturada muestra sin inspiración de escenas de acción que nos suenan y mucho a otras películas, como Tigre y Dragón (los paseos con cuerdas por las copas de los árboles); Jurassic Park (la carrera con los avestruces) y sobre todo Jumnaji (con ese desatado zoológico final donde confluyen hipopótamos, cocodrilos, serpientes y hasta búfalos).
Tampoco se le pueden pedir peras al olmo a un cineasta al que tan solo se le exigen ciertas apariencias estéticas mientras todo se cuece en la mesa de montaje y en el laboratorio donde se generan imágenes por ordenador. Incluso la pareja protagonista, unos pétreos Alexander Skarsgard (que lejos quedan los tiempos en los que apuntaba a actor carismático con títulos como Melancolía de Lars von Trier) y Margot Robbie (El lobo de Wall Street) se empapan de la desidia generalizada y nos ofrecen sendas interpretaciones planas y carentes de cualquier atisbo de pulsión sexual. Había mucha más pasión e incluso erotismo en el Tarzán, el hombre mono de Johnny Weismuller y Maureen O´Sullivan, y eso que se estrenó en 1932.