Quisiera que alguien me esperara en algún lugar
Título original
- Je voudrais que quelqu'un m'attende quelque part
- Año
- 2019
- Duración
- 89 min.
- País
- Francia
- Dirección
- Guion
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Emmanuel Courcol, Vincent Dietschy, Thomas Lilti, Arnaud Viard (Novela: Anna Gavalda)
- Música
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Clément Ducol
- Fotografía
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Emmanuel Soyer
- Reparto
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Jean-Paul Rouve, Alice Taglioni, Aurore Clément, Benjamin Lavernhe, Camille Rowe, Elsa Zylberstein, Sarah Adler, Christophe Paou, Elsa Damour Cazebonne, Flore Bonaventura, Yannick Choirat, Eriq Ebouaney, Gregoire Oestermann, Pierre Guénard, Manu Ralambo, Colin Russeil, Nicolas Vaude, Véronique Frumy, Bruno Le Millin, Robin Gros, Patrick Mimoun, Guilhem Lignon, Hubert Roulleau, Bellamine Abdelmalek, Elise Lissague, Antoine Mathieu, Rodolphe Pauly, Lucie Bataille, Mathieu Philibert, Arnaud Viard, Sara Ginac
- Productora
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Easy Tiger, France 2 Cinema, UGC Images, Les 1001 Marches
- Género
- Drama. Romance | Familia
- Sinopsis
- En la bonita casa familiar, al final del verano, Aurora va a celebrar su 70 cumpleaños, rodeada de sus cuatro hijos, que han venido especialmente para la ocasión. Está Jean-Pierre, el mayor, que ha adoptado el papel de jefe de familia desde la muerte del padre; Juliette, que espera su primer hijo a los 40 años y que todavía sueña con ser escritora; Margaux, la artista radical de la familia, y Mathieu, de 30 años, que vive angustiado por seducir a la bella Sarah.
- Distribuidora: Karma Films
- CRÍTICA
Tras entusiasmarse, según ha hecho constar en algunas entrevistas promocionales, con el libro homónimo de Anna Gavalda, una colección de cuentos en los que la escritora y periodista parisiense mezcla intrigas, situaciones y personajes con un toque autobiográfico y una pizca de imaginación, el realizador Arnaud Viard nos ofrece, para este tercer largometraje y primero de sus trabajos que llega a nuestra cartelera, un regalo familiar con un marcado sabor agridulce.
La escena de apertura destaca la fuerza de la relación madre (Aurore Clément muy elegante y digna) e hijos, en un ágape colectivo que sirve como perfecta presentación de personajes y tramas que se irán desarrollando en escenas posteriores, historias cotidianas con las que podemos sentirnos identificados y que, más que detenerse en las desgracias diarias para orientarse hacia un drama social, prefiere moverse hacia una crónica familiar donde la solidaridad y el amor filial sirven de pantalla frente a las duras pruebas a las que nos va enfrentando la vida.
Ese inicio tan prometedor nos remite instantáneamente a un titulo tan recomendable como Las horas del verano, reconocible sobre todo en su apariencia sencilla y a la vez un complejo entramado, de exposición sutil y discurso desesperanzador. El humor y la angustia se van alternando dependiendo del crisol de personalidades que se van enfrentando. Tenemos a la madre conciliadora y sufrida; a la hija rebelde que lucha por no caer en la rutina laboral aunque la dependencia económica le cree más de un problema con el más mayor de los hermanos, encargado desde que murió su padre de velar por el bienestar moral y económico del resto de la prole; a la otra hija pragmática e idealista que sueña con dejar su trabajo de maestra para convertirse en escritora; al tímido y torpe pero también altruista hermano pequeño...todos al servicio de episodios en los que se busca con ahínco el equilibrio adecuado para no caer en un sentimentalismo excesivo.
Vale la pena destacar a un elenco de altos vuelos que sin duda suscita el gran interés de la película, encabezado por un excelente Jean-Paul Rouve quien, tras su delicada actuación reciente en Lola y sus hermanos, confirma su capacidad para crear tierna emoción, entre modestia y sencillez. También resulta muy interesante el tratamiento fotográfico, del que se encarga Emmanuel Soyer (El doctor de la felicidad; El hijo del otro). En un entorno pulido con colores intensos, la cámara filma los rostros de los actores de cerca para permitir que el espectador comparta sus sentimientos con la mayor intensidad posible.
Un melodrama romántico elegante y melancólico que sabe oscilar de forma adecuada entre el valor y la desesperación, la súbita conciencia de la fragilidad y la belleza de la vida va acompañada de giros distractores o incluso poéticos, para cortar cualquier riesgo de pesimismo y afirmar, contra viento y marea, que la vida merece ser vivida a pesar de lo tempestuosa que pueda llegar a ser.