Drama | 124 min. | USA-Hong Kong 2015
Título: Redención.
Título original: Southpaw.
Director: Antoine Fuqua.
Guión: Kurt Sutter.
Actores: Jake Gyllenhaal, Forest Whitaker, Rachel McAdams, Oona Laurence.
Estreno en España: 24/03/2017
Productora: Escape Artists / Fuqua Films / Riche Productions
Distribuidora: Fílmax.
Sinopsis
Pese a haber gozado de gloria y de premios en su pasado, un luchador (Jake Gyllenhaal) ha caído en desgracia. Sin embargo, no se rinde y toma la decisión de mejorar su imagen por el bien de su mujer (Rachel McAdams) y su hija.
Crítica
Los conocedores del boxeo tienden en ocasiones a matizar lo elocuente de un deporte que pasa por ser uno de los más bellos pero a la vez uno de los más bestias, pero las películas de lo que acontece en los cuadriláteros tienden a valorar el impacto sobre la delicadeza. Pocos géneros son tan convencionales como éste. Si vas a ver una de boxeo ya sabes lo que te vas a encontrar, salvo honrosas excepciones como puedan ser el documental Cravan vs Cravan (Isaki Lacuesta, 2002) o la más reciente El día más feliz en la vida de Olli Maki (Juho Kuosmanen, 2016). Las historias primitivas - el ascenso y la caída, la ruina y la redención, el amor de una buena mujer - están marcadas por escenas de pugilismo cuidadosamente coreografiado. La violencia y el sentimentalismo bailan al unísono en el ring, y el público sale satisfecho, aunque no precisamente sorprendido.
La violencia y el sentimentalismo bailan al unísono en el ring,
Billy Hope (Jake Gyllenhaal) es un boxeador que ha conseguido llegar a lo más alto de su carrera. Invicto en decenas de peleas, ostenta el título de campeón mundial en la categoría de peso semipesado. Además del éxito deportivo, Hope tiene a su amorosa y comprensiva esposa Maureen (Rachel McAdams) y a su hija Leila (Oona Laurence). Pero su vida cambia drásticamente tras ser intimidado por el púgil Miguel “Magic” Escobar (Miguel Gomez), y desatarse un hecho que lo dejará hundido, física y económicamente. Aunque Hope ha caído en desgracia, el boxeador no se rinde y acude a Titus “Tick” Wills (Forest Whitaker), un entrenador que, retirado de su labor a nivel profesional, se dedica a entrenar a boxeadores amateur. Así, Hope luchará por encontrar su redención y se dará cuenta de que si quiere recuperar su vida tendrá que volver a enfrentarse a su pasado y recuperar la fe en sí mismo.
El héroe de la función cae en los abismos más profundos para renacer cual ave fénix y redimirse de casi todos sus pecados. Cuanto más alto subes, más dura será la caída, y viceversa. Y entre medias atendemos a lo que se nos ha explicado una y mil veces. Marcado por el odio; Toro Salvaje; la saga de Rocky; Huracan Carter; Million Dollar Baby; Campeón; Cuerpo y alma… podríamos seguir y no pararíamos, y ahora hay que añadir una penúltima muesca al vademécum pugilístico: un Jake Gyllenhaal cincelado (como le gusta al actor jugar con su versatilidad física) que aprende a base de hostias que le dan la vida y algún que otro contrincante cabreado que el destino no se puede controlar y que por mucho que intentes proteger lo más preciado de tu vida en tan sólo un instante todo se puede ir al traste.
No deja de resultar un tanto extraño que la película aterrice en las carteleras españolas con dos años de retraso, habida cuenta de que de su director, Antoine Fuqua, nos han ido llegando de forma religiosa todos y cada uno de sus trabajos (el último, el remake de Los siete magníficos hace tan solo unos meses), y de que su elenco actoral es de campanillas, si bien es cierto que las distribuidoras habrán decidido apostar por ella aunque sea de forma tardía por el auge que han tenido estos últimos meses actrices que aparecen en el film como Rachel McAdams (Doctor Extraño) o Naomi Harris (nominada al Oscar por su participación en Moonlight, la gran triunfadora de la pasada edición).
El director demuestra brío y estar en muy buena forma en cuanto a las escenas de combates se refieren, siendo todo lo fieras y sanguinolentas que uno podría esperar. Otra cosa es cuando se aparcan los guantes y nos centramos en la parte más dramática. Ahí no se huele ni un atisbo de originalidad y todo va fluctuando de manera más o menos correcta hasta llegar a ese último tramo final que todos nos sabemos al dedillo y que podríamos narrar como si fuéramos el inefable comentarista deportivo de turno que nos va diseccionando una a una las hostias como panes que se van arreando.