Los responsables de la editorial Blackie Books continúan con su excelente selección de títulos y acaban de publicar Como ser Bill Murray, un ensayo periodístico donde se analiza de manera muy amena y divertida la figura de uno de los actores considerados como un “outsider” dentro de la industria del cine norteamericano, no tanto por su actitud crítica ante el sistema cinematográfico yanqui sino por su, podríamos decir “pasotismo”, a la hora de entrar a formar parte de los distintos ambientes en los que actores y actrices se tiene que mover para no derivar en el ostracismo.
Bien es cierto que Murray pudo cultivar esa imagen de irreverencia traducida en un cierto caprichismo escondida en su “encantadora excentricidad” (opinión a la que uno llega después de haber leído el libro y darse cuenta de que el actor impuso su ley a sangre y fuego en todos y cada uno de los rodajes en los que tuvo a bien participar) gracias al bombazo que suposo entre público y crítica su protagónico en la mítica e irrepetible Los Cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984). A partir de aquella película de culto ochentero, Murray pudo imponer sus condiciones sobre la mesa a la hora de afrontar sus nuevos proyectos, y así, de forma paulatina, se fue ganando una leyenda de marginal que le llevó desde prescindir de agente alguno o resultar ilocalizable para cualquiera que quisiera ponerse en contacto con él, llegando hasta cobrar algunas de sus apariciones en pantalla no con dinero sino en forma de bien inmueble.
El libro se estructura de manera dislocada al igual que el actor al que homenajea. No se trata de un biopic al uso; el discurso se ensambla a base de diversos picoteos trufados en anécdotas y particularidades que definieron la trayectoria artística y personal del protagonista de films como Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993), Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003) o Academia Rusmore (Wes Anderson, 1998). Por un lado se nos explican los diez mandamientos (o pasos absurdos, según el escrito) por los que se rige Murray a la hora de afrontar su día a día, y lo cierto es que està original forma de afrontar el ensayo destila un punto de complicidad con el lector que le hace mucho bien a la hora de acometer su lectura. Esas pequeños gestos de altruísmo con la gente, esas variaciones improvisadas ante la rutina de un rodaje plomizo, o esos jugueteos constantes con gente anónima satisfacen al curioso lector por su descaro e ingenuidad.
La segunda parte del libro no abandona ese tono lúdico y burlón y nos repasa de manera somera y muy entretenida la filmografía del actor. Si bien al autor, Gavin Edwards (periodista de la revista Rolling Stone quien no oculta en ningún momento su amistad y admiración hacia la persona y el personaje agasajado) se le notan un poco las comisuras de quien está escribiendo sobre un colega con el que ha compartido más de una experiencia conjunta (hasta las peores interpretaciones de Murray en trabajos infumables son tratadas de forma demasiado “cariñosa”). Pero esta actitud masajísitca hacia el compañero de fatigas no empaña para nada lo ameno de su lectura, y dan ganas de revisar de inmediato algunos de sus films menos reconocidos y de volver a ver clásicos incombustibles como los citados con anterioridad.
Como ser Bill Murray habla del hombre y del personaje, del icono, del cómico, del humorista, del melancólico, del tipo natural que se mezcla con la gente protagonizando las anécdotas más hilarantes. Sus páginas son el fiel reflejo de un personaje que ha crecido hasta convertirse en un referente cultural y cinematográfico para muchas generaciones de espectadores y directores de cine.