Crónica firmada por Aleix Sales
El año pasado l’Americana celebró su edición por los pelos, el fin de semana antes del confinamiento a gran escala que nos privó de ir a las salas durante meses. De hecho, el que escribe esto vivió allí sus últimas asistencias al cine en circunstancias normales, sin preocupaciones por medidas de seguridad. Poco imaginaba este cronista que Seberg (Benedict Andrews, 2019) supondría no solo la proyección final de la edición, sino también de una era para dar paso a otra que esperemos que acabe lo más pronto posible. En su octava convocatoria, el festival (una cita ya ineludible) se ha tenido que adaptar a los nuevos tiempos –como la mayoría de eventos que valientemente han apostado por seguir adelante-, lo que ha implicado una versión híbrida online (en un Filmin que nunca falla) y presencial en las sedes habituales de Barcelona (Cinemes Girona, Filmoteca, Zumzeig y Phenomena), a la que se le ha añadido el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que ha ofrecido una selección más breve. Como muchos de los personajes que han protagonizado los filmes del programa, l’Americana se ha mantenido humildemente en pie en momentos adversos para contentar a su fiel público que, pese a no contar con un compendio tan redondo como en otras ocasiones por el contexto en el que nos hallamos, ha saciado sus ansias de cine independiente.
Inauguró El verano de Cody (Driveways), de Andrew Ahn, en cuyo transcurso incluye un gag en el que señalan por llevar mascarilla a un niño asiático de 8 años, el protagonista, en una premonición casual de lo que acabaría siendo un gesto común en el orden mundial. La película es todo lo que cabía esperar de una apertura en un año así: una historia sencilla y entrañable maternofilial, a la vez que un conmovedor coming-of-age en la que el pequeño aprende de un anciano, un Brian Dennehy en su notable actuación final. Otra prueba más de la potenciación de la diversidad en el cine americano donde se da protagonismo a la comunidad asiática. Como en la reciente Minari, se enfatiza en la ubicación en un nuevo lugar, con el añadido de una experiencia traumática que afrontar. Un film fácil de ver y que llega al espectador, pero poco sorprendente por su funcional, aunque exigua trama. En unos parámetros similares encontramos Small Town Wisconsin, una road movie paternofilial de Niels Mueller –en un cambio de registro tras aquella lejana El asesinato de Richard Nixon (2004)-. Otra película de agradable visionado pero intrascendente a la que le cuesta encontrar el tono adecuado entre lo cómico y lo dramático.
Toxicidad
Entre lo más destacado de la programación encontramos The killing of two lovers, retrato de la degradación matrimonial una vez se ha acordado ir cada uno por su lado, debido a una masculinidad extremadamente tóxica incapaz de gestionar civilizadamente sus emociones. Frecuentemente calificada como la Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2020) de la América rural, la obra Robert Machoian es igualmente dolorosa, dura, gris, áspera y elocuente. Enfermizo también son las relaciones que propone Black Bear, de Lawrence Michael Levine, juego de espejos entre cineastas y actores protagonizado por una magnética Aubrey Plaza en compañía de Christopher Abbot y Sarah Gadon, ambos solventes. Complejidades e inestabilidades que marcan las identidades reales y ficticias, una propuesta tan interesante como distante por momentos, en los que es difícil conectar y terminan resintiendo la experiencia. Algo más cálida es Lorelei, que sigue la reunión de un expreso con su novia del instituto, madre de tres hijas. Otra crónica de una relación difícil, también regida por una masculinidad nociva, pero a la que es posible llegar a la redención con un proceso de reeducación. Bien defendida por Jena Malone y Pablo Schreiber, el film de Sabrina Doyle peca de redundante y abusa de un misticismo que entorpece la narración, pero tampoco deja en la indiferencia.
Juventud interrumpida
L’Americana, como hemos visto en la película de inauguración, tiene siempre un espacio para esos cuentos que obligan a madurar a sus niños o adolescentes protagonistas por la hostilidad del ambiente en el que viven. Y eso mismo hace Sweet Thing, donde el director Alexandre Rockwell acoge como actores principales a sus propios hijos, lo cual le da sus frutos al saber cómo exprimir de ellos su manera de actuar y encontrar verdad, hecho que le valió la mención del de la crítica ACCEC, quienes otorgaron le premio a Shiva Baby de Emma Seligman. De su triste presente, con padre alcohólico incluido, surgirá una aventura rodada en un blanco y negro compungido a la par que naturalmente luminoso. Aunque transita en todo momento por lugares comunes, la propuesta fluye gracias a unas decisiones mesuradas que no sacan al espectador del clima creado. Por su parte, Danny Madden plantea en Beast Beast una historia adolescente a tres bandas entre una aspirante a actriz asiática, un skater y un chico interesado en las armas. Retrato de la generación Z bastante fidedigno, parte de buenos puntos que no son aprovechados hasta llegar a un final abrupto que sabe a poco.
Viraje al optimismo
Afortunadamente no todo es hacer sufrir a una juventud bastante castigada ya de por sí. Cooper Raiff se carga un one-man show a sus espaldas con Freshman year, título más diplomático que sustituye al más original y memorable Shithouse. Raiff escribe, dirige, edita, produce e interpreta en su opera prima de puro aroma independiente americano en la estela de figuras como Richard Linklater o de ese cine young adult tan propio de finales de la década de los 2000, a través de una trama manida de chico conoce a chica en fiesta y hablan. No se puede negar su honestidad, pero el film de Raiff no aporta nada que no hayamos visto antes y sus reflexiones tampoco son reveladoras ni particularmente brillantes, lo que acaba por caer en un cierto tedio que no debería por su naturaleza. Antes de trabajar para Disney con la flamante Raya y el último dragón (2021), Carlos López Estrada firmó una oda a la ciudad de Los Ángeles y su diversidad en Summertime, en una suerte de cara B urban music-style de La La Land (La ciudad de las estrellas) (Damian Chazelle, 2016). 25 pequeñas historias entrelazadas que conforman una película colorida y vitalista a la que, como toda obra episódica, es irregular y exige algún pequeño salto de fe. A pesar de ello, de lo más lúdico de la cosecha, prueba de ello fue su segunda posición en el ranking del público, tras el premiado documental Bienvenidos a Chechenia (David France, 2020).
Otro radar
Obviamente el festival siempre va más allá de los géneros habituales y se sumerge en terrenos como la ciencia ficción. En esta ocasión, la distopia que se asemeja peligrosamente a nuestra realidad ha ido a cargo de Lapsis, de Noah Hutton, sátira sobre los efectos de la computación cuántica y su influencia en el paisaje laboral, legal y económico de la sociedad. Un potentísimo planteamiento que no tiene un desarrollo a su altura, desperdiciando su potencial y con seguimiento desigual, pero por lo menos ofrece estímulos al público. Sobre los peligros de las nuevas tecnologías y como pueden usarse como arma de doble filo habla, tal vez, la propuesta más lúcida de las vistas: Feels good man, documental de Arthur Jones acerca de cómo “Pepe the Frog” pasó de ser un simpático meme de Internet a un icono de la ultraderecha americana trumpista. Creativo y didáctico, un testimonio de nuestra era y de la importancia de las significaciones de la imagen, los efectos de la reapropiación y la relectura en plena era digital, donde la circulación libre de información y contenido puede llevar a su corrupción en según qué manos.
Más allá del Capitolio de los Estados Unidos
Desde el año pasado que l’Americana ha ampliado sus fronteras más allá de Estados Unidos e incorporado a su programación cine independiente de otros países que constituyen el continente, tales como Canadá o todo el circuito latinoamericano, en incluso de otras cinematografías como las africanas. Los vecinos del Quebec entregaron Nadia, Butterfly, segundo largometraje de ficción de Pascal Plante, que recibió el “Sello Cannes 2020”. Una obra inmersiva en la rutina de una nadadora en unos irreales Juegos Olímpicos de Tokio 2020 pre-pandémicos. Nadia, Butterfly lidia con una historia de importante trasfondo emocional que, sin embargo, es contada con mesura y sin grandes artificios narrativos, fundamentalmente basado en el acompañamiento de la cámara a su protagonista, propios de un cineasta que se ha curtido también el terreno del documental. De hecho, aunque se trata de una ficción, Plante fía el personaje principal a una nadadora debutante en el cine, demostrando su buen pulso con la gente real. Sin asomarse a la perfección, una película absorbente y bien llevada que pone el foco en un tema conocido, pero poco explorado en detalle por el cine. Mención aparte merece el maravilloso momento musical con el verdadero himno de Canadá de fondo: “Complicated” de Avril Lavigne. Aún más desconocido es el mundo singular que presenta La noche de los reyes, de Philippe Lacôte, procedente de Costa de Marfil. En el escenario de una prisión, se manifiesta la relevancia de la tradición oral para África a través de las diversas historias narradas casi a modo de emulación de Las mil y una noches. Con una pátina de realismo mágico justificado, un film que expone alegóricamente las divisiones sociales del país de una forma tan sensible como desgarradora, a la que una mayor contextualización le añadiría más valor a su poderoso resultado. Finalmente, de México trajo Rodrigo Ruiz Patterson Blanco de verano, remitiendo, como el corpus estadounidense, al universo adolescente en una clásica historia de síndrome edípico entre hijo egocéntrico y madre que rehace su vida con nuevo novio. Puede parecer una premisa mil veces vista, pero Ruiz Patterson es consciente de lo quiere contar y sabe transmitirlo por medio de recursos en los que impera el silencio y una narración astuta, apoyada en un fantástico trío de intérpretes. Galardonada con el premio del Jurado Joven, Blanco de verano se acabó erigiéndose como una de las películas más satisfactorias de una edición complicada pero que ha sorteado todos los obstáculos para reafirmar su compromiso con una audiencia cada vez más creciente. Ignoramos si en 2022 la normalidad se habrá establecido, si podremos regresar al abarrotamiento de salas como antaño y priorizar la pantalla grande por completo, pero estamos seguros que podremos seguir haciendo el indie donde sea al saber que, pase lo que pase, siempre habrá una alternativa, como en el amplio campo del cine.