viernes. 22.11.2024

En tiempos difíciles para la cultura, suerte ha tenido este año de celebrarse la Americana, una cita ya ineludible en la Ciudad Condal para los cinéfilos. Salvados por la campana al celebrarse pocos días antes del confinamiento del país por el efecto del Coronavirus –que ha repercutido en la cancelación y paralización de todo el espectro cultural-, y superando las dificultades económicas alegadas desde la organización, afortunadamente este 2020 no nos ha dejado sin la buena dosis de indie americano, este año también incluyendo como “norteamericano” a Canadá y Méjico.

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Precisamente, el canadiense Denis Côté y su Antología de un pueblo fantasma, drama con toque sobrenatural acerca de un accidente en un pueblo remoto, fue reconocido como mejor película por el jurado. A su vez, mencionaron con carácter especial dos cintas de índole distinta pero de reconocida trayectoria internacional. Por una parte, Honey boy, la confesión velada de Shia LaBeouf sobre su infancia como niño en el mundo del espectáculo bajo la merced de su dominante progenitor. Como viene siendo tendencia en casos como Cuarón o Almodóvar, la autoficción es el mecanismo que sigue LaBeouf desde el guión para desnudar el trauma en la edad adulta ocasionado por la disfuncional educación que recibió. Es honesta y creíble, pero no se desvía de la línea habitual de este tipo de obras, cosa que supone una ligera decepción ante la unanimidad recogida.

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Teniendo más valor, al final, como revelación personal que como película, queda realzada por las interpretaciones de Noah Jupe y el propio LaBeouf, además de la rica mirada de la prometedora Alma Har’el, en su salto a la ficción. Por otro lado, uno de los nombres que han dado sentido a la naturaleza del objeto del festival, Harmony Korine, quien regresa siete años después de Spring breakers con otra gamberrada, The beach bum. Korine construye su film alrededor de Moondog, poeta en Miami con mechas y camisa entreabierta de espíritu Hakuna Matata con síndrome de Peter Pan perpetuo. Matthew McConaughey, en un personaje con reminiscencias de esa época en la que era arrestado por tocar bongos desnudo y bajo los efectos de la marihuana, es lo único convincente de esta cinta con el inconfundible estilo pop y colorista de Korine, pero cuyo personaje es más irritante que simpático –lo que dificulta empatizar con él-; además de ser devorada por el conjunto de gags que no por su voluntad dramática, la cual actúa a un nivel más superficial y obvio, debilitando su mensaje contra el capitalismo que rige el mundo moderno.

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El jurado joven, encargado de valorar la sección NEXT, acertadamente premió Swallow, de Carlo Mirabella-Davis, una de las sensaciones del pasado festival de Sitges. Desde una frialdad estéril absorbente, Swallow es un cuento de liberación femenina de una mujer –Haley Benett en una precisa composición, especialmente en el aspecto corporal-, que vive en el entorno soñado por el capitalismo: amplia casa bien equipada, marido buenorro adinerado y sin necesidad de trabajar. Sin embargo, en su vida perfecta,
transcurriendo según el plan socialmente aceptado con la espera de un hijo, el vacío se apodera de su frívola existencia y empieza a autolesionarse, tragándose objetos de todo tipo. El reconocimiento de uno mismo como ser independiente y el rechazo a esa
artificialidad extendida como eso que todo el mundo desearía tener podría haber sido relatado por el primer Polanski, pero Swallow acaba ofreciendo una lectura esperanzadora para, no solo la mujer, sino esos seres humanos anulados por su poderoso entorno. No hubo mejor proyección para un 8 de marzo y, tampoco, en todo el certamen.

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En última instancia, los espectadores decidieron por nota media que el mejor film de ficción fuera la película inaugural, Saint Frances (Alex Thompson); el mejor documental, Martha: a picture story (Selina Miles), sobre la labor de la fotógrafa Martha Cooper; y el mejor corto, Milton, de Tim Wilkime.

Mujeres desmontando el “American way of life”

Como en Swallow, las mujeres han permitido desmontar el “American way of life” desde perspectivas diferentes. Como guionistas, directoras, productoras y actrices, el tándem formado por Jocelyn DeBoer y Dawn Luebbe se ha guisado una sátira que
desmonta el ideal del sueño americano con su ópera prima Greener Grass. La película se conforma en buena parte por una sucesión de sketches que ayudan a configurar un particular universo en un suburbio bucólico de colores pastel y una fotografía con ligero “sfumato” que, en realidad, retratan una ilusión. Con un libreto absurdo, ácido e incómodo por momentos, Greener grass es una divertidísima locura a la que algo más de objetivo en su trama le habría reforzado.

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Por su parte, Seberg desmitifica tanto el aroma de felicidad y seguridad de la estrella del cine como la transparencia de un supuesto estado de derecho como los Estados Unidos, capaz de usar las tácticas más ruines con el fin de destrozar a la disidente, en este caso Jean Seberg. Defensora del Black Power, el periodo que estuvo bajo la vigilancia del FBI queda capturado por Benedict Andrews, en su primera incursión en el material basado en hechos reales tras su debut en Una (2016). Y afirmamos que no será la película definitiva sobre Seberg, por falta de músculo. A pesar de un inicio prometedor, Seberg empieza a fallar cuando se descentra de la mítica actriz para atender a otras subtramas que despiertan menos interés, abocándola a la irregularidad y al hastío. Lástima, ya que Kristen Stewart aún conseguía llevarse a su terreno la esencia de la intérprete de Al final de la escapada.

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Grupos combativos

La carta de presentación de Boots Riley, Perdona que te moleste, es un híbrido decomedia y ciencia ficción cargado de críticas a la precarización laboral, la desigualdad de clases y el racismo. Siguiendo la estela de Déjame salir (Jordan Peele, 2017), pero
con recursos visuales que se pueden acercar más al prisma de Charlie Kaufman y sus colaboradores, cuenta la historia del ascenso de un vendedor telefónico en la empresa y la posterior adhesión al activismo de sus compañeros que denuncian prácticas laborales injustas. Tiene a un carismático Lakeith Stanfield, ágiles diálogos, diversión generalizada y sorpresón en su trama, pero en su parte central falla levemente, dejando la sensación que un pequeño recorte de metraje habría jugado a su favor. Pero, aún así, de lo más satisfactorio en conjunto que se ha dejado ver por los cines Girona estos días.
Menos afortunada es la tragicomedia realista del ruso afincado en Estados Unidos Kirill Mikhanovsky, Give me liberty, sobre un conductor de transporte médico que debe llevar a un grupo de ancianos rusos a un funeral pero que, en pleno motín social, se topa con una enferma de ELA que requiere su ayuda. Ambiciosa en su intención abrazar un grupo, desvalazada en su desarrollo y excesiva en su duración, la película de Mikhanovsky es una bienintencionada y alocada, pero con notables problemas de tono y
de ritmo.

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Hombres maravilla y un joven prodigioso

No solamente Jocelyn DeBoer y Dawn Luebbe han desempeñado múltiples funciones en su película. Su colega Jim Cummings, con un breve rol en Greener grass, ha hecho lo propio y más en Thunder road –además de interpretación, guión, dirección y
producción, cabe sumar sus labores en montaje y efectos visuales-. Desde esa primera escena, rodada en un plano secuencia que sigue el discurso de un policía en el funeral de su madre, sabemos que estamos ante un one man show de primer orden. Ese inicio
memorable supone una declaración de intenciones sobre lo que vamos a ver: una historia que mezcla lo “outsider” con la ternura más absoluta vehiculada a través de este agente tan entrañable como exasperante. La pena es que el nivel de esa introducción no
se mantenga y que reluzca más por partes que como total, quedándose en una estimable propuesta a la que le falta algo de consistencia, a diferencia de la propia actuación de Cummings, inmenso.

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Llevamos ya diez años y ocho películas hablando de otro autosuficiente creador como Xavier Dolan y, pese a su edad, ya podemos dejar de considerarlo una promesa. Icono del cine queer, tocó el techo con Mommy (2014) y, a partir de ahí, su obra no ha hecho
más que recibir palos, especialmente con The death & life of John F. Donovan (2018), con graves problemas de montaje y aún inédita en muchos países. Antes ha llegado Matthias & Maxime, con la que concursó en Cannes el año pasado y tuvo una negativa acogida en su mayoría. Para bien y para mal, el film es Xavier Dolan en estado puro: afectado, egocéntrico –volviendo a ponerse ante la cámara, pese a sus limitaciones interpretativas-, desmesurado en su metraje para lo que cuenta, lleno de conversaciones a varias bandas, pero también sensible, íntima y muy popera. Le falta más desarrollo en sus personajes y plantear una historia más transgresora –para ser Dolan, es poco arriesgada-, para no ir a medio gas como va en buena parte de su transcurso. Pese a ello, el inconfundible sello del canadiense treintañero sigue intacto, puntualmente consigue cautivar y sigue demostrando su pericia a la hora de jugar con canciones, esta vez con la representante de Francia en Eurovision 2016, J’ai cherché, de Amir.

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Dolan empezó su filmografía en su adolescencia tardía con 19 años. Con un año menos, Phillip Youmans ha rodado su primer film, Burning cane, presentándose como un joven prodigio del que esperar grandes cosas viendo la madurez de su obra. Youmans ha concebido una película que muchos noveles que le doblan la edad ya les gustaría a nivel de dirección, pero eso es todo, ya que Burning cane es un aburridísimo e insípido retrato del dilema de una madre sobre si abrazar a la oveja negra de su hijo o entregarse a la fe que propaga el pastor de su iglesia. Todo atisbo de emoción se diluye en largas escenas de sermones persuasivamente declamados por Wendell Pierce, dejando unos 75 minutos tediosos a más no poder.

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Como se puede ver, l’Americana sigue siendo este lugar de confluencia del entretenimiento y la reflexión, del nerviosismo a la pausa, de la risa al llanto, mostrados a través de una selección inédita del siempre en forma cine independiente norteamericano. Esperemos que por muchos años más.

 

Crónica del Americana Film Fest 2020 de Barcelona