Crónica Atlàntida Mallorca Film Fest 2022: una ventana al mar cinéfilo presente
La baja cifra de películas reseñadas en esta crónica en relación al cómputo total de disponibles, más allá de las incompatibilidades veraniegas, es una prueba de la amplísima y heterogénea programación que ha abarcado la duodécima edición del Atlàntida Mallorca Film Fest, en su formato híbrido de una semana presencial en Mallorca y hasta el 25 de agosto en Filmin.
El Atlàntida Film Fest coincidió con su referente barcelonés, el D’A -del cual rescata acertadamente muchos títulos-, a la hora de premiar la Mejor Película de la Sección Oficial: la francesa Petite nature. Verdaderamente su triunfo no resulta sorprendente porque la primera película en solitario de Samuel Theis, tras aquella Mil noches, una boda que realizó en 2014 junto a Marie Amachoukeli-Barsacq y Claire Burger y que convenció en “Un certain regard” de Cannes, es un conmovedor y accesible coming-of-age de un niño que asume el rol de adulto ante un ambiente familiar lastrado por su problemática madre. Retratando la confusión de la edad, el despertar sexual, la toma de conciencia y el amor por un profesor que ilumina su educación vital de un modo directo y cercano en la humilde ciudad fronteriza de Forbach, Theis delimita sus objetivos y da en el clavo en una obra que recuerda a la delicadeza de Céline Sciamma pero despojándola del elemento mágico. Adecentada por la estupenda dupla que forman Antoine Reinarzt y el joven Aliocha Reinert, Petite nature genera consenso porque sabe lo que quiere y no juega sucio para conseguirlo.
La mención especial recayó en Jusqu’ici tout va bien, de Francesc Cuéllar, mientras que la crítica premió Bruno Reidal. Confesión de un asesino, de Vincent Le Port, una retrospectiva distante del personaje homónimo que asesinó a un niño de 12 años en el año 1905 en la región francesa de Cantal. La película, ópera prima de Le Port, expone a través de flashbacks las razones y hechos que han moldeado la conducta del protagonista para llegar a cometer tal atrocidad, pero Le Port no ejerce de juez de la moral, tomando una posición similar a la del cine de Michael Haneke, y transfiere este rol al espectador. Así, el sosiego y la serenidad se interponen al tremendismo en una cruda historia que, dentro de su negrura, está bellamente rodada en un estilo de época aséptico que recuerda a propuestas como la Camille Claudel 1915 (2013) de Bruno Dumont. Por su parte, el público otorgó su premio a Soul of a beast, drama suizo del romance entre un padre adolescente de oscuro pasado con la novia de su mejor amigo, que llegaba avalada desde el Festival de Locarno.
Grandes nombres del cine europeo
Presencias habituales en festivales de clase A también han engrosado la programación del Atlàntida, aunque con propuestas irregulares. Kirill Serebrennikov firma en La fiebre de Petrov una de sus obras más desconcertantes y radicales con la que pretende capturar lo grotesco de la sociedad rusa de las últimas décadas. Alternando realidad y sueño, acentuando la vertiente fantasiosa que ya presentó en ciertos momentos de Leto (2018), lo cierto es que la falta de foco en sus personajes e historia convierte el film en un viaje desmesuradamente errático y fatigoso, vestido con un arroyo visual potente y una amalgama de texturas arrebatador, pero del que es complicado entender sus objetivos.
Igualmente descompensada es America Latina, tercer film de los hermanos Fabio y Damiano D’Innocenzo, con el que se han asentado como figuras destacadas del panorama cinéfilo italiano. El universo oscuro de los D’Innocenzo prosigue con el mismo exceso de Queridos vecinos (2020) pero al servicio de un drama psicológico que deambula en el tedio sin tener mucho que decir ni aportar, creyéndose más lista de lo que es y concediéndose justificar su veleidad en un onirismo un tanto gratuito. Elio Germano consigue salvar el conjunto de la indigestión, pero America Latina resulta antipática y pesada.
Óperas primas para distintas sensibilidades
De la colisión en un proceso creativo conjunto que exige confianza mutua trata Jusqu’ici tout va bien, la ópera prima de Francesc Cuéllar en clave meta. Cuéllar, actor sobre todo curtido en la escena teatral, filma una pieza de cámara que reposa todo su poder en el tenso diálogo entre un director de cine ansioso por el reconocimiento a cualquier precio y una actriz que decide mantenerse íntegra y no ceder a demandas gratuitas excusadas en “el arte”. Bien cierto es que la película tiene más razón de ser sobre un escenario porque no explota del todo las posibilidades del medio cinematográfico -exceptuando la secuencia final-, pero la honestidad y desnudez del texto, en una obra que habla de la sinceridad y el exponerse, justifican su existencia ampliamente, amén de un sólido cara a cara entre el mismo Cuéllar y una Lola Marceli que merece más papeles.
Vincent Cardona demuestra saber vestir una película, aunque sea la primera, en Les magnétiques. Ambientada en el mundo de la radio en los 80, Cardona potencia el relato mediante un rico paisaje sonoro y una selección musical radiante, aunque la forma esté un poco por encima del triángulo amoroso juvenil con toque nostálgico que cuenta, bastante habitual en la filmografía gala. Resultando menos interesante de lo que promete, es una digna obra favorecida por sus intérpretes.
Oscuro e intrigante es el debut de Francesco Constabile, Una femmina. Código de silencio. Visualmente acorde con el tono triste del libro basado en hechos de Lirio Abbate (también coguionista junto a Constabile, Serena Brugnolo y Adriano Chiarelli), periodista célebre por sus trabajos de investigación sobre la mafia siciliana y sus vínculos con el poder, la película es una historia de venganza a fuego lento que contribuye a este corpus fílmico sobre los estragos de la camorra en los familiares, de halo más humanista en la línea de películas como, por ejemplo, Para Chiara (Jonas Carpignano, 2021). Inquietante y opresiva, un retrato maduro de un espacio albergue de multitud de crímenes y sus consecuencias en sus habitantes. Ganaría fuerza, pero, si Constabile hubiera tenido la templanza de recortar algunos fragmentos un tanto reiterativos que obstaculizan la fluidez.
Jóvenes en la ciudad
Curiosamente, dos películas se han centrado en la cotidianeidad de la juventud en las grandes urbes del país. Por un lado, Tener tiempo, el trabajo final de grado de la ECAM realizado por Mario Alejandro Arias, Gabriela Alonso Martínez y Nicolás Martín Ruiz, sigue a tres traperos freestylers en el Madrid de 2021, en un contexto de postpandemia, elecciones y futuro descorazonador. En una escala más humilde, su acercamiento directo a los retazos de vida remite a Quién lo impide de Jonás Trueba, con la que captura un espíritu generacional con un poso optimista. Aunque no se focaliza en el paso tiempo, es apreciable el mecanismo similar al de Trueba, basculante entre la ficción y la realidad, que permite dejar en medio las confesiones e impresiones de sus divertidos protagonistas. Una película sencilla pero que contribuye a dibujar un presente que será pasado.
En un formato más coral, Eva Garrido describe el ambiente de la Plaza dels Àngels de Barcelona en Fail better. Mediante el testimonio de personas que opinan frente a la cámara y relatan su vinculación con este lugar de encuentro icónico desde hace años, Garrido esculpe un mosaico que, como Tener tiempo, plasma un espacio y una era determinados actualmente con un cierto valor antropológico. No obstante, su punto flaco reside en algunas intervenciones que se antojan impostadas, repletas de frases tópicas y vacuas.
Animación para no esconder la historia
El cine animado también ha asomado entre la programación con la francesa Los secretos de mi padre, de Vera Belmont, inscribiéndose en esta tendencia de la memoria del Holocausto que vive la animación actualmente. En un tono similar al de ¿Dónde estás Ana Frank? (Ari Folman, 2021), que pretende congregar tanto a niños como adultos, mediante la historia del superviviente Henri Kichka y los esfuerzos de Michel para sacar a la luz su pasado, se aborda la imposibilidad de relatar la experiencia ante un dolor y miedo persistente que, a su vez, acentúa la dificultad de la comunicación padre-hijo. Poniendo en valor la necesidad de transmitir vivencias traumáticas para educar a generaciones futuras y no olvidar los crímenes de la humanidad, Los secretos de mi padre está contada de manera sencilla y efectiva, como su trazo, aunque palidece en comparación con otros ejemplos recientes de esta “animación de la memoria”, como Josep (Aurel, 2020).
Como se ha podido apreciar, variedad y riesgo han caracterizado una edición con platos realmente suculentos y voces nuevas que pueden dar mucho de qué hablar en los años venideros, lo que refuerzan la esencial posición que el Atlàntida ya ocupa para los cinéfilos empedernidos, que agradecen la oportunidad de acceder más fácilmente a esas obras cuya distribución comercial se encuentra limitada. ¡Esperamos que la ventana siga abierta por muchos veranos más!.