CRÓNICA FIRMADA POR LAURA AYET Y ALEIX SALES
En una de las carreras más emocionantes recientemente, en el que varias categorías estaban en el aire, los pronósticos de los últimos días se han acabado imponiendo a las múltiples variantes. CODA, un film que empezó la temporada haciendo poco ruido, a pesar de salir del Festival de Sundance con cuatro premios, ha llegado a la meta por todo lo alto, haciendo pleno en los tres premios a los que optaba, tras hacerse con el SAG a mejor reparto y el premio del sindicato de productores a mejor película. El remake americano de la francesa La familia Bélier (Eric Lartigau, 2014) es una clara muestra del consenso que permite el voto preferencial a la hora de dirimir el premio gordo. Desde su implantación en 2009, este sistema ha dado muchos tipos de ganadores, pero en años donde no hay una clara preferencia, suele sobresalir la película de corte de público más amplio, en detrimento de propuestas de autor más polarizantes, véase Green Book (Peter Farelly, 2018) vs. Roma (Alfonso Cuarón, 2018). Y este ha sido el caso, un film de vocación popular, claramente apuntando al sentimentalismo más obvio, pasando por encima de la película de la crítica, El poder del perro. CODA es una obra amable, de agradable visionado y, en un año sin una cosecha que haya despertado grandes pasiones -solamente cabe leer las votaciones de anónimos miembros de la Academia que ha habido-, algo tan accesible y feel-good es lo que pedía el cuerpo. Sin desmerecer la corrección de CODA, es una lástima que lo haya hecho con, probablemente, la peor de las nominadas, inscribiéndola en el panteón de las peores ganadoras de la historia.
La versión de Siân Heder, aun con sus aciertos como confiar en intérpretes realmente sordomudos, no supera en general a la predecesora francesa. CODA es el segundo remake que gana el Oscar a la Mejor Película después de Infiltrados (Martin Scorsese, 2006). Pero si bien la película de Scorsese añadía un toque de distinción a Juegos sucio (Infernal Affairs) (Andrew Lau, Alan Mak, 2002), Heder no explora nuevas vías y se queda en una zona de confort alarmante para tal honor. Compitiendo con nominadas de mayor calado, la Academia ha lanzado un mensaje reconfortante de inclusión y superación, pero también ha dejado patente que el cine internacional sigue siendo una asignatura pendiente entre sus filas, ya que La familia Bélier es una película suficientemente popular en Europa como para llegar a enterados de la industria americana. Choca más su victoria en una Academia con una mayor diversidad de miembros, muchos de ellos procedentes del viejo continente, pero queda claro aún el poder innegable de la cuota yanqui. Al triunfo en Mejor Película, se le suma la previsible coronación Troy Kotsur como actor de reparto -si había que premiar a CODA por algún lugar, este era el mejor sitio-, convirtiéndose en el segundo intérprete sordomudo en hacerse con la estatuilla, tras su compañera de reparto Marlee Matlin por Hijos de un dios menor (Randa Haines, 1986). Kotsur lanzó un entrañable discurso de visibilidad y lucha ante la adversidad que fue recibido por justificados aplausos.
En tercer lugar, el libreto de Heder se acabó llevando Mejor Guión Adaptado, una posibilidad que cobró fuerza tras el BAFTA o el sindicato de guionistas. Toda la lógica del mundo, porque se disputaba el premio con opciones más sutiles como Drive my car, La hija oscura o El poder del perro, y los Oscar suelen reconocer guiones más expositivos. Heder no amasó más porque no podía, así que pudo darse un poco de espacio a la a priori favorita, El poder del perro, que acabó con un saldo de un premio sobre 12 nominaciones. Jane Campion fue la única afortunada al hacerse con Mejor Dirección, siendo la tercera cineasta en obtenerlo tras Katherine Bigelow en 2009 por En tierra hostil y Chloé Zhao en 2020 por Nomadland. Campion, además, era la primera mujer en estar nominada por segunda vez al premio, alimentando su estatus de referente femenino en la profesión. Era un Oscar cantado tras la impecable carrera que he tenido, pero no por ello menos merecido al filmar una obra de extrema belleza, con el cual se afianza el hecho de que el feudo de Mejor Dirección sirve para reconocer el virtuosismo evidente detrás de la cámara, con trabajos de complejidad innegable, independientemente de si ganan o no mejor película.
Curiosamente, El poder del perro sufrió un caso similar al de Gigante en 1956, la cual era la máxima favorita y se reconoció sólo a su director George Stevens. La mejor película, entonces, fue para un crowd-pleaser como La vuelta al mundo en 80 días, de Michael Anderson, bastante olvidada en la memoria colectiva de los premios. Paradójicamente, CODA tiene sangre de crowd-pleaser pero no lo ha sido al haberse estrenado en Estados Unidos exclusivamente en la plataforma de Apple y, en otros países como España, pasar completamente desapercibida en las carteleras, erigiéndose como una de las ganadoras más desconocidas de la historia. Podría ser, no obstante, que el paradigma ahora cambie y el Oscar convierta a CODA en este crowd-pleaser a posteriori.
CODA es una expansión de amor, alegría y singularidad en tiempos de convulsos, y la gala tomó esta tónica. En primera instancia, ABC y Disney se adueñaron de gran parte de la ceremonia al impulsar a varias de sus estrellas juveniles para captar ese público joven desinteresado en los Oscar, dando cabida a una desfilada de gente desconocida para muchos o a decalajes como Shawn Mendes entregando un premio de guión, exponiendo el concurso de popularidad en los que quieren sumir las corporaciones a los premios. Inevitablemente, la guerra en Ucrania tuvo su presencia a lo largo del show, fuera con los lazos que lucían muchos de los invitados, los discursos ganadores o el punto álgido: un minuto de silencio presentado por Mila Kunis, originaria de Ucrania. Como decíamos, Disney y ABC han querido realizar un espectáculo más blanco y familiar que otras veces, con inequívocas proclamas a favor de la paz y la fraternidad. Esto refuerza la ironía que ha supuesto presenciar en 94 años una agresión física en el escenario como la bofetada que ha propiciado Will Smith a Chris Rock.
Rock comparó a Jada Pinkett Smith, que sufre alopecia, con la teniente O’Neil de la película homónima de Ridley Scott, broma que según confirma el New York Times, no estaba en el guión, quizás debido a la falta de decoro. Al escucharlo, su marido Will Smith se levantó, subió al escenario y le dió un bofetón al humorista, para de vuelta a su asiento, dedicarle “saca a mi mujer de tu f*cking boca” al presentador. Aunque el bofetón en sí parecía falso o exagerado, es evidente que La Gala del Cine no se rebajaría tanto como para preparar una agresión y permitir semejante espectáculo. Además toda palabra derivada de esa palabrota es pecado en la televisión estadounidense, están rotundamente prohibidas de forma sacrosanta y han supuesto despidos. De hecho, la emisión americana bajó el audio para proteger al público incauto. Aunque en la cuenta de Twitter la Academia ha sacado un comunicado en el que afirman, textualmente “no aprobar la violencia de ninguna forma”, no tuvieron ningún tipo de reacción en el momento del acontecimiento, contribuyendo al desconcierto general que acompañó a todo el planeta durante el resto de la ceremonia, además de normalizar la violencia.
Cuando Will Smith subió por segunda vez al escenario, en esta ocasión para recoger su ansiado Oscar a Mejor Actor por El método Williams, se disculpó bajo la excusa “El amor te hace hacer cosas increíbles”. Un discurso totalmente nocivo y machirulo, que no debería justificar ningún tipo de muestra de violencia, como la que se protagonizó pero al menos sirvió de perlas para ejemplarizar por qué un film que denuncia la masculinidad tóxica como El poder del perro no había triunfado en Mejor Película, ateniéndose a la mentalidad de muchos votantes, entre los que se encuentra el propio Smith. El actor pasó a ponerse lloroso y buscó la apología en el deber de proteger a su familia, incluso llegó a decir que el personaje que interpreta, Richard Williams era un feroz defensor de su familia, como si no hablara del mismo polémico padre conocido por conseguir su riqueza a base de la gloria de sus hijas Venus y Serena, a costa de una vida de maltrato.
El discurso es una disertación eterna e incómoda llena de incoherencias y referencias a Dios dignas de un telepredicador, pero pasó de puntillas en la disculpa, dirigéndose a la Academia en general, llegando a omitir el nombre de la víctima y pensando sólo en sus propias consecuencias con un “espero que me vuelvan a invitar” al final. La hostia a Smith deparó un incendio en las redes sociales, desde mucha gente pidiendo un “Marisa Tomei” que cambiara el nombre del ganador de mejor actor a última hora -en favor de Benedict Cumberbatch o Andrew Garfield-, hasta llegar a sentenciarlo a muerte profesional, que implicaba este acto impulsivo, bromeando que se habían olvidado su nombre en el “In Memoriam”.
Contrastando con la dureza de Will Smith, las actrices ganadoras estuvieron elegantes y reivindicativas en su momento de gloria. Ariana DeBose evitó que la magistral West side story de Steven Spielberg se fuera de vacío con su reconocimiento como mejor actriz de reparto. La Anita del mítico musical hizo historia al convertirse en el tercer personaje que da un Oscar a dos intérpretes distintos, tras Marlon Brando y Robert DeNiro como Vito Corleone en la saga de El Padrino y los Joker de Heath Ledger y Joaquin Phoenix en El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) y Joker (Todd Phillips, 2019), respectivamente. Anita tiene el añadido que es la primera que lo hace por propiamente un remake. La frescura y poderío de DeBose constituían un Oscar incuestionable, y cantadísimo tras la excelente temporada que se ha llevado. La estadounidense de raíces afro-puertorriqueñas, por si fuera poco, ha sido la primera intérprete abiertamente LGTBIQ+ en ganar la estatuilla, alzándose como un faro de luz para todas aquellas personas que no encajan en un mundo regido por la heteronormatividad, afirmando que existe un lugar para todos ellos.
La aceptación pasó también de la ganadora del Oscar a la Mejor Actriz, Jessica Chastain, que como Will Smith lo hizo en el tercer intento por Los ojos de Tammy Faye, un proyecto que la pelirroja sacó adelante a raíz de la escasez de bueno papeles -Hollywood sigue ensañándose con las mujeres de más de 40-. No partía con mucha ventaja después de una carrera dividida con otras compañeras y el momentum que experimentó Penélope Cruz los últimos días, pero al final la Academia valoró su transformativo y completo tour de force para una de las actrices más imprescindibles de la década. Chastain defendió las minorías colectivas y puso énfasis en ayudar a las personas con problemas de salud mental para evitar la salida fácil del suicidio, que había tocado a familiares y amigos suyos. La actriz, en apoyo al equipo de maquillaje de la película, accedió antes al Dolby Theatre para asistir a su victoria en la categoría en cuestión, bastante pronosticable tras los precursores y que, sin lugar a dudas, es una disciplina fundamental para el éxito del biopic de Tammy Faye. Y Jessica Chastain era tan consciente de ello que tuvo unas palabras para ellos en su discurso.
Maquillaje y peluquería fue uno de los 8 premios que la Academia y la ABC acordaron entregar en diferido antes del inicio de la gala. Antes de empezar, ya se habían entregado a Dune cuatro Oscars: Mejor Montaje, Banda Sonora para Hans Zimmer -que estaba de gira en Holanda y se tomó una foto en albornoz con un Oscar de plástico-, Diseño de producción y Sonido. Esto marcaba la hegemonía de la cinta de Denis Villeneuve en los técnicos, a los que se le añadió luego fotografía y efectos visuales. El reinado de Dune se olía desde hace semanas y, las pocas dudas que podía haber (diseño de producción, banda sonora, montaje) se decantaron a favor de la primera parte de la novela de Frank Herbert. A lo mejor era deseable un reparto algo más justo con otros títulos que se fueron con el casillero a 0 o con 1, pero no se puede reprochar que se ha premiado al blockbuster más deslumbrante del año.
Desde que se anunció la exclusión del directo de 8 categorías, la polémica ha asolado Hollywood y todo el mundo con sensibilidad hacia una institución como los Oscar, cuestionando sus efectos en el show y alegando una falta de respeto hacia los profesionales. Visto el experimento, la emisión de los clips de los ganadores recortados a lo largo de la gala resultó anticlimático y distante, sin la encantadora incertidumbre de llegar al último instante hasta que no se lee el nombre de saber quién ha ganado. Se echó en falta la magia y espontaneidad que ofrece un directo, mutilando estos momentos que otorgan alma a los Oscar para, en conclusión, no recortar nada de tiempo y quedándose en 3 horas y 45 minutos de programa, duración superior a años recientes. Una guillotina a cambio de anodinos momentos como el rancio gag de Regina Hall del test COVID a Bradley Cooper, Timothée Chalamet, Tyler Perry y Simu Liu, quienes estaban perdidos en la habitación, sin saber qué hacer.
O, también, un homenaje a los 60 años de James Bond conducido por gente sin ninguna relación con la saga como Kelly Slater, Tony Hawk y Shaun White, surfista, skater y snowboardista. Ya no es que no saliera ninguno de los Bond -4 de los 6 siguen vivos-, es que teniendo en el mismo auditorio a Javier Bardem o Judi Dench, verdaderas estrellas de Skyfall (Sam Mendes, 2012), ni siquiera los aprovecharon para presentar la pobre conmemoración consistiendo en un video recopilatorio. Los BAFTA, por lo menos, contaron con Dame Shirley Bassey. Por suerte, para los 50 años de El Padrino trajeron a Francis Ford Coppola, Robert De Niro y Al Pacino, con imágenes de las (dos primeras) películas, acompañadas por una música rap que le daba un resultado que parecía una nueva entrega de Grand Theft Auto. Pero el incidente con Will Smith había sucedido hace escasos minutos y la atención de toda la audiencia estaba en otra parte.
Mejor Vestuario fue de los pocos técnicos que sobrevivieron a la criba y se mantuvo en la gala. No era para menos, Disney no iba a perder la oportunidad de exponer un triunfo de uno de sus éxitos de la temporada, Cruella, que dio a la ecléctica Jenny Beavan su tercer Oscar después de Una habitación con vistas (James Ivory, 1986) y Mad Max: Furia en la carretera (George Miller, 2015). Con su gracia y humildad habitual, Beavan se adueñó del escenario.
Por fin Keneth Branagh ha saldado su deuda con los Oscar. Ha llegado a estar nominado ocho veces en siete diferentes categorías a lo largo de 32 años. Recibió sus primeras nominaciones por Enrique V, tanto como director como por director, cuando era considerado como un talento y embajador de Shakespeare (también estuvo nominado por guión adaptado de Hamlet en 1996), para que décadas después pasara a dirigir blockbusters como Thor o Cenicienta (la de 2015, todo son remakes pero por favor, no confundir la de este año de Camila Cabello). Por todo ello, por estar con Hollywood en la salud y en la enfermedad, por fin obtiene su reconocimiento con Mejor Guión Original por Belfast, un retrato semi-autobiográfico, plasmando los ideales de la familia a pesar de los conflictos en la capital de Irlanda del Norte durante su infancia. Branagh destacó el poder de contar historias como la suya con suma pulcritud, consiguiendo el favor de la industria tras años de duro trabajo, altos y bajos. Belfast quizás no era la mejor de las opciones, habiendo Licorice Pizza o La peor persona del mundo a su lado, pero un mundo en el que alguien tan polifacético como Branagh tenga un Oscar, es un mundo mejor. No ha sido como actor, ni como director, ni como productor. Ha sido como guionista, como lo fue en su día Emma Thompson por segunda vez con Sentido y sensibilidad (Ang Lee, 1995).
De prolongadas deudas a estrenos rutilantes. Billie Eilish ya es la primera persona nacida en el siglo XXI que gana un Oscar. La hazaña ha sido junto a su hermano Finneas O’Conell por la canción “No time to die” de Sin tiempo para morir. Con el Globo de Oro en la mano, pero con “Dos oruguitas” de Encanto pisándoles los talones, la calidad pasó por delante de la moda, en el tercer premio a una canción de Bond tras Adele y Sam Smith. Los dos hermanos efectuaron el último y más logrado número musical de la noche con su interpretación. En este aspecto, las tijeras de podar no afectaron al apartado musical y se mantuvieron las habituales 5 actuaciones, correspondientes a las cinco nominadas. Este año, pero, a Van Morrison -candidato por “Down to Joy” de Belfast-, no se le esperaba, de modo que fue suplido por “We don’t talk about Bruno”, sacando partido del tirón de este hitazo. No obstante, el número fue un cuadro descoordinado y el tema perdió con los arreglos añadidos (como el bochornoso rap), culminando con un pasaje de Luis Fonsi al que era imposible de escuchar.
Digno de las preselecciones más oscuras de Eurovisión. La otra aportación de Encanto, “Dos oruguitas”, tampoco brilló por un inseguro Sebastián Yatra de mano temblorosa, que llevaba la etiqueta del “momento más tenso de la noche” hasta el beef de Smith y Rock. Beyoncé no sufrió los nervios del directo porque abrió la gala con una actuación grabada en un campo de tenis de “Be alive”, de El método Williams. La reina elevó la insignificante canción con una extensión que daba más posibilidades al cuerpo de baile, pero esto no satisface a unos espectadores que, precisamente, esperan ver a Mrs. Carter en el escenario dejándose la piel. Y no fue por un problema de asistencia, ya que la señora bien sentada que estuvo en la entrega del premio a Eilish. Finalmente, la cantante country Reba McEntire dio un plus a la plana “Somehow you do” de 4 días, que volvió a dejar sentada a Diane Warren. McEntire estuvo muy correcta que, ya es mucho viendo lo que había habido hasta entonces (Eilish aún no había actuado).
Si musicalmente el conjunto dejó que desear, una de las cotas más bajas de la gala fue el “In memoriam”. Amenizado con una canción demasiado alegre - ¿ahora es el Día de los Muertos? -, el fragmento se sintió como cuando uno asiste a un musical y el tema escogido, normalmente la canción favorita del fallecido, no encaja con la atmósfera bajo ningún concepto. Esto fue exactamente igual, el desfile de traspasados no casaba con el aire festivo de lo que ocurría sobre las tablas. La gota que colmó el vaso fue la discriminación de muertos que hubo, es decir, el protagonismo que se atorgó a Sidney Poitier, Ivan Reitman o Betty White. No es que les dieran más segundos que a los otros, es que celebridades como Bill Murray o Jamie Lee Curtis asomaron la cabeza para cantar sus bondades. En estos casos, es más apropiado realizar un homenaje a parte. En el “In memoriam”, cada persona debe tener el mismo valor que la otra, sea director o el último técnico, y esto evidenció un desequilibrio flagrante entre nombres. Con sonoros olvidos como el de Monica Vitti, por lo menos no se acobardaron al incluir a Halyna Hutchins, la directora de fotografía víctima de un disparo accidental a manos de Alec Baldwin hace unos meses.
En el resto de categorías, Flee llegaba con 3 posibilidades distintas y se fue sin nada. El documental de animación danés competía en Película Internacional, Película de Animación y Película Documental, cuyos premios recayeron en las claras favoritas. Estando en Mejor Película, era obvio que Drive my car se llevaría Película Internacional, en un año de cosecha exquisita -solo hace falta ver sus rivales-. Ante la posibilidad de consagrar la animación adulta, la Academia volvió a asociarse con el espíritu infantil que se le suele atribuir a la categoría premiando Encanto, fenómeno multicultural de incontestable éxito, pero con carencias visibles. Disney como respuesta fácil, la inercia que debe superar la Academia. Finalmente, donde tenía más posibilidades de sorpaso, tampoco pisó fuerte. Summer of soul remató su buena racha con el Oscar a Mejor Documental, en una propuesta rica en montaje y trasfondo abanderando la lucha por la igualdad de los afroamericanos en Estados Unidos. La guerra de Ucrania no dio el espaldarazo definitivo que Flee debía tener. Será todavía el escollo de los subtítulos.
Apartados del foco principal se adjudicaron los galardones a los cortometrajes. Riz Ahmed, nominado el año pasado como actor por Sound metal, recogió la estatuilla junto a Aneil Karia. Ahmed escribe y protagoniza The long goodbye, cortometraje de sentido político que expone la xenofobia en el Reino Unido sin rodeos. Un mensaje de igualdad e intolerancia hacia la violencia, tan necesario como efectista. No era el mejor de la terna por su brocha gorda en algunos elementos, pero no negamos que nos alegra ver a una figura como Ahmed con su Oscar. Cumplió los augurios Ben Proudfoot apoderándose de corto documental con The Queen of Basketball, repaso a la vida de Lusia Harris, implacable jugadora de baloncesto en los 70 que, como muchas mujeres en la historia, han sido olvidadas por la inclemencia de un sistema patriarcal.
Quién rompió las quinielas en detrimento de Peti roja (afortunadamente) fueron Alberto Mielgo y Leo Sánchez por El limpiaparabrisas. Esta reflexión del amor y la tecnología en nuestro presente supuso el primer Oscar para un cortometraje español, que llevaba años de nominaciones acumuladas por autores de la talla de Javier Fesser, Juan Carlos Fresnadillo, Borja Cobeaga, Nacho Vigalondo o Rodrigo Sorogoyen, entre muchos otros que han dado forma al cine español. Con el triunfo de Mielgo, España salvó los muebles logrando el 25% de los galardones a los que optaba e inyectando una dosis de ilusión a nuestra precaria industria.
Al margen de los premios oficiales, en el afán de ganar popularidad y el beneplácito del espectador no-cinéfilo que solo consume mainstream, los Oscar se inventaron dos categorías oficiosas que el público podía votar las semanas anteriores: el #OscarFanFavorite, a la película favorita de 2021, y el #OscarCheerMoment, al momentazo de la historia del cine. El experimento del premio a mejor película popular ha salido mal, ya que todo el mundo (y Disney en particular) esperaba que se lo llevara Spiderman: No way home, al menos una nominada a Efectos Especiales y figura querida de mucha gente…Pero los fans de Zack Snyder en Twitter trolearon la categoría, uniéndose para votar diariamente durante semanas su pelicula Ejército de los muertos, catapultándola hasta la victoria.
Snyder fue vengado por partida doble, ya que el #OscarCheerMoment también se lo llevó un film del cineasta, la mastodóntica Liga de la Justicia de Zack Snyder por el momento “Flash entra en la fuerza de velocidad”, demostrando que no se debe confiar nunca en las redes sociales para repartir un premio y que el mejor destino de estas iniciativas es que queden enterradas junto a la carrera de Will Smith. Porque ganó Snyder, pero las serias dispuntantes eran El fotógrafo de Minamata (Andrew Levitas) y la inenarrable Cenicienta (Kay Cannon) encarnada por Camila Cabello. Por si no lo sabían, los Razzie son el día anterior, no el domingo. Para cerrar este crítico capítulo en la historia de los Oscar, para no resaltar no lució el momento de las entregas, siendo un momento fugaz que pasó totalmente de incógnito para la audiencia. Tanto bombo para acabar siendo “el sonido del silencio”.
En el lado positivo de la noche, al homenaje de El Padrino, cabe mencionar las reuniones de iconos cinematográficos como el de Pulp Fiction, que cumplía 28 años, con Uma Thurman, Samuel L. Jackson y John Travolta bailando y abriendo el maletín dorado para entregar el premio a Mejor Actor. Igual simpatía despertaron Elliot Page, Jennifer Garner y J.K. Simmons en el revival de Juno que, con toda la coherencia del mundo, fueron los encargados de dar a Kenneth Branagh su Oscar al Mejor Guión Original, el mismo premio que ganó la película de Jason Reitman hace 15 años ya. Para cerrar la gala, Lady Gaga de la mano de una deteriorada Liza Minelli dieron el premio gordo para celebrar los 50 años de Cabaret (Bob Fosse, 1972). Dando un poco de luz a la Gala ensombrecida por la dosis de masculinidad tóxica, Gaga y Minelli protagonizaron un momento de sororidad femenina en el que Gaga ayudaba con la conducción del momento a una Minelli algo perdida, conmoviendo a todo el mundo. Al fin y al cabo, esto es lo que acaba de dar entidad a los Oscar más allá de los artificios que puedan vestir una gala. Estos momentos insólitos entre estrellas que, desde su elevada posición, dejan entrever que son tan terrenales como cualquier otra persona.
Esto es lo que debería promover las futuras galas, más allá de los trucos de marketing al dictamen del like. Por eso, esperamos que el afán por la audiencia a cualquier precio quede relegado a favor del respeto a la profesión y vuelvan a presentarse las 23 categorías íntegras. Porque siempre tendrá más valor ver a Jessica Chastain colmada de orgullo ante su equipo de maquilladores, que el paseíto de la influencer de turno o el enésimo intento de buscar la viralidad. Tal vez así, a lo mejor, la audiencia se reconcilia porque encuentra naturalidad y los fans acérrimos de los Oscar dejan de pasar vergüenza ajena ante estos atropellos a la esencia de unos premios cinematográficos.