L’Alternativa 2022: Geografías de un largo acompañamiento
Una de las citas ineludibles de la cinefilia barcelonesa ha regresado en su edición número 29 de la forma más grande y extensa posible. Mimando la sección presencial y agrandándola con la inclusión de las sesiones especiales con las que invocar a figuras esenciales del cine de autor, al mismo tiempo ha consolidado el formato híbrido que la pandemia obligó a establecer para la supervivencia de los festivales, nuevamente con una selección online en Filmin. Además de las proyecciones, las actividades paralelas como las masterclasses, talleres o los laboratorios para alimentar esos proyectos que, en un futuro, esperamos poder ver sentados en las butacas del Teatre del CCCB.
L’Alternativa, como siempre, programó muchas cintas con aproximaciones a problemáticas sociales, cuadros personales (e incluso animales) y meditaciones sobre el arte, dando pie a variadas formas de representación, muchas de ellas escapando de los modelos más convencionales con las que dar aire fresco a los pulmones de los espectadores. Una nueva oportunidad de abrir una ventana a ese cine en los márgenes, acercando algunos títulos cuyo visionado es notablemente difícil en los circuitos más amplios o populares. Por servicios como este el festival bordea su tercera década de vida, lleno de salud y sumando nuevos adeptos.
El chupinazo de salida corrió a cargo de Suro, la ópera prima de Mikel Gurrea que ya había pisado con éxito el Festival de San Sebastián. Esta apuesta para la inauguración no fue nada gratuita ya que, seis años atrás, formó parte del laboratorio de proyectos propio de l’Alternativa, donde Gurrea recibió asesoramiento cuando estaba gestando lo que, al fin, ha visto la luz mediante un proyector. En Suro se da el éxodo rural de una pareja de urbanitas, tan extendido estos últimos años, con el afán de construir una nueva vida y casa en una masia heredada en l’Empordà, mientras asistimos a la descomposición de su relación. Sobre unos creíbles Pol López (injustamente ignorado esta temporada de premios) y Vicky Luengo recae buena parte del peso y el éxito de Suro, entonados a lo largo de los diferentes estados de la pareja, en una película que solamente con esta trama ya se sostendría. Gurrea añade unas dosis de tinte social que aportan más matices al conjunto, pero que tampoco eran imprescindibles porque ellos dos ya aguantan de por sí la premisa.
El vascocatalán, que trabajó como “llevaire” de corcho durante un tiempo, se sirve de su experiencia para, además, adentrarse en el bosque y capturar con soltura y cercanía un trabajo esencial pero desconocido para la mayoría, demostrando que, además de a la hora de dirigir actores, tiene gusto para situar la cámara. A pesar de algún exceso en el último acto, Suro es una radiografía tentadora, de crecimiento lento, progresivo, que eclosiona en su tramo final y con algún momento suicida que no dejará a nadie tibio.
En el palmarés, la gran triunfadora fue Geographies of Solitude, de Jacquelyn Mills, una inmersión sensorial en la remota isla de Sable Island y su única habitante, Zoe Lucas, que se llevó el premio al Mejor Largometraje Internacional y el premio Don Quixot. Las menciones recayeron en Une vie comme une autre, documental de Faustine Cros donde reinterpreta la historia de su madre a partir de vídeos caseros, y Saint Omer, la representante de Francia en los Oscar de este año que llegaba de Venecia con el Premio del Jurado bajo el brazo. El estreno de Alice Diop en la ficción parte de un juicio real a una madre que dejó ahogarse a su bebé de meses en el mar, lo cual le permite mantener códigos del documental tales como una exposición sin filtros sobria y directa.
Las largas escenas del drama procedimental, naturales y sin trucos fílmicos, son el tesoro de una película que pretende suscitar dilemas y reflexiones morales en el espectador sin caer en el panfleto o la doctrina. Sin embargo, todo lo que sucede fuera del tribunal resulta desdibujado y sin una dirección clara, cortando la intensidad subyacente que construye en las secuencias de proceso judicial y llevando Saint Omer por un camino constante, pero con baches.
En el apartado nacional, dos títulos que abordan el arte y la memoria ganaron ex aequo el premio Film Nacional. Por un lado, La Visita y Un Jardín secreto, documental de Irene M. Borrego que nos descubre la figura oculta Isabel Santaló, una artista anciana enterrada en el olvido, pero que se codeó con ilustres de la talla de Antonio López. Por el otro, Descartes, cortometraje de Alejandro Alvarado y Concha Barquero que extrae rollos no usados del documental Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980), sobre la hermandad de la aldea homónima, el cual fue la primera película censurada en la Transición. Una recuperación que saca a relucir lo prohibido durante más de 40 años. Finalmente, la mención fue a parar a A los libros y a las mujeres canto, la puesta de largo en solitario de María Elorza, que se hizo con el Premio de la Juventud en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
El film mezcla documental y ensayo desde la trivialidad y sencillez de la bibliofilia de varias mujeres de distintas generaciones. Los libros son un punto de anclaje para abrirse a otros temas y vivencias personales, contados con cercanía y lirismo. A los testimonios, Elorza le añade un collage de imágenes con las que juega y construye reflexiones sobre lo que están explicando.
Una película elocuente, divertida y libre, aunque puntualmente algo arbitraria. A los libros y a las mujeres canto también se llevó el premio DOCMA, cuya mención fue para Luminum, documental de Maximiliano Schonfeld sobre dos ufólogas argentinas. Completaron la lista de premiados los cortometrajes Nazarbazi, de Maryam Tafakory, Urban Solutions, d’Arne Hector, Vinícius Lopes, Luciana Mazeto i Minze Tummmescheit, así como una mención para To Pick a Flower, de Shireen Seno.
En la sección oficial, destacó GES-2, el seguimiento de la construcción del edificio del título en clave observacional que realiza la cineasta rusa Nastia Korkia. Ubicado en el centro de Moscú, el film se aleja de las estructuras cuadriculadas del cine de arquitectura para adentrarse de forma natural en reflexiones sobre el arte, la belleza y su presencia en el mundo, en una obra desacomplejada estructurada en nueve capítulos (los cuáles no se saben cuáles son), 3 apéndices y un karaoke.
Sin dictar juicios, una película que muestra para interpelar al espectador sobre las cuestiones que quiere poner sobre la mesa, alimentada por un tono absurdo en varios momentos que deja secuencias insólitas como un guardia de seguridad divagando sobre Kandinsky con los visitantes a una exposición o un karaoke en bucle en el marco de una actuación de seis horas.
Singular también fue la finlandesa Tiempos difíciles. Cantos por los cuidados (Ruthless times), un híbrido entre documental y musical que exhibe la precariedad de las enfermeras y los centros de salud a raíz de las crisis crónicas que Occidente lleva ya muchos años arrastrando, dirigido por Susanna Helke. El personal sanitario funciona como un coro protesta, entonando las composiciones de Anna-Mari Kähärä, mientras el producto de los recortes sobrevuela cada una de las situaciones expuestas en un film de mensaje necesario pero redundante.
Su planteamiento insólito es muy atractivo sobre papel, pero en la ejecución no termina de aprovecharse, porque no estira más la vertiente del musical y su uso, más limitado de lo esperado, termina repitiéndose en estructuras, melodías y letras. A pesar de sus fallos, es más que curiosa por su concepción atrevida y la desmitificación de la Europa nórdica como faro de un sistema del bienestar inmaculado.
Asimismo, tuvieron lugar sesiones especiales donde se preestrenaron obras de autores consagrados. Una de ellas fue EO, ese homenaje a la bressoniana Al azar, Baltasar (1966) de la mano del octogenario Jerzy Skolimowski. La candidata de Polonia a los Oscar lleva una travesía por festivales tan extensa como la de su burro protagonista y demuestra que la edad solo es un número, ya que el polaco filma una película enérgica a nivel de puesta en escena, donde el uso del color y la música se sublima por momentos -a veces demasiado- y la cámara se mueve con ligereza por el espacio, hasta en algún instante atreviéndose con una grúa rotatoria al estilo de Baz Luhrmann.
Fundamentándose en un seguimiento próximo del asno, casi siempre situando el punto de vista a su altura y remitiendo a estampas animales recientes como la del documental Cow (2021) de Andrea Arnold, EO falla cuando introduce el elemento humano, el cual se antoja vago y pedestre, dejando la sensación que el conjunto habría ganado en creces si hubiera eliminado los diálogos hablados y confiar únicamente en el lenguaje corporal en este firme alegato a favor de la naturaleza y los animales.
El austríaco Ulrich Seidl estuvo presente por partida triple. Por un lado, en la sección Satèl·lits, donde Albert Serra programó Mit verlust ist zu rechnen (1992), con la que estableció un diálogo con el corto del catalán Cubalibre (2014). Por otro, mediante Rímini y la polémica Sparta, con las que ha concursado este año en Berlín y San Sebastián respectivamente, como siempre levantando pasiones y odios. Con este retrato de un sexagenario cantante de Schlager melenudo, Seidl filma un cruce entre El luchador (Darren Aronoksky, 2008), de la cual hay secuencias muy similares como es la conversación en la calle con la hija, y El padre (Florian Zeller, 2020), pero con ese acentuadísimo toque decadente y sórdido marca de la casa.
El director espolvorea con humor negro un estudio de personajes que pone sobre la pantalla la vejez, así como los prejuicios raciales y la xenofobia como lacras históricas que perduran sin pretender aleccionar al espectador, con el cual destripa la sociedad y las miserias de la Europa presuntamente modélica. Densa e irritante a partes iguales, no es plato de buen gusto, pero sí una agitación del estómago que no deja indiferente, como suele ocurrir con Seidl.
Como podemos apreciar, distintas ideas y maneras de trasladarlas a la pantalla, en un resumen que ejemplifica la cuidada y estimulante selección de un festival que ha ofrecido mucho más de lo que estas líneas recogen. Solamente queda la esperanza de poder recuperar lo que se nos ha escapado de las manos, confiar en que varios de los títulos lleguen a más gente y aguardar la trigésima edición con otro paseo por voces desconocidas y reputados referentes.