CRÓNICA FIRMADA POR MIGUEL ÁNGEL TORRES PONCE
Llega un nuevo día al Festival de Cine Europeo de Sevilla y tal y como pronosticamos no han tardado en aparecer las consecuencias a las nuevas medidas de la Junta de Andalucía para frenar la expansión del Covid19. Así, a lo largo de la mañana hemos sido testigos de cómo todas y cada una de las cadenas de cine que operan en la comunidad autónoma han cesado su actividad ante la imposibilidad de de mantenerse abiertos con apenas una sola sesión diaria, con todos los costes de mantenimiento que eso conlleva y para que encima en esa sesión no reciban ni a veinte personas en la sala dando igual aquella medida de un límite de aforo de doscientas personas por sala cuando el común de los espectadores no va a una sala de cine desde principios de verano motivados sobre todo por una campaña de miedo al virus creada por los medios y a pesar de todas las campañas de seguridad y prevención que se han hecho desde el sector cultural.
Ejemplo de todo ello es lo que estamos viendo y comprobando desde este propio festival, el cual está siguiendo a rajatabla todos los protocolos necesarios demostrando que la los cines y otros espacios culturales son seguros para que luego tengamos que ir y venir todos los días al festival en unos medios de transporte donde se incumple el aforo y la distancia de seguridad permitidos y en los que vemos que poco o nula solución se han tomado. Así mismo que en redes se hagan virales grupos de personas aplaudiendo el cierre de algunos bares (los cuales también son víctimas de esta mala gestión) pero no se alce la voz ante el desprecio a la cultura desde los comienzos de la pandemia, también retrata a nuestra sociedad y no muy bien.
La mañana ha comenzado con Ammonite, el nuevo largometraje de Francis Lee, tras aquella Tierra de Dios que se exhibió en en el festival en ediciones anteriores y que narra la vida de la paleontóloga Mary Anning cuando entra al cuidado de la mujer de un rico aristócrata y la pasión que surge entre ambas con la Inglaterra victoriana y su conservadurismo de fondo.
Si ya en su anterior filme, Lee nos demostraba que era poco dado a la sutileza y contaba todo explicitamente y sin el menor interés, en esta vuelve a incurrir en el mismo error, mayor si cabe cuando aquí se dedica a repetir la misma escena varias veces para que hasta para el espectador más distraído todo le quede claro.
Y es una lástima cuando una historia con un gran potencial como esta y con un reparto de actrices femeninas ejemplar con Kate Winslet, Saoirse Ronan y una enérgica Gemma Jones que lo dan todo por la historia, parecen entender mejor la película que el mismo director.
En la finlandesa Fucking with Nobody de Hannaleena Hauru nos encontramos con una divertida comedia que critica de manera mordaz y casi siempre efectiva la falsedad e hipocresía de las redes sociales como Instagram o Facebook en donde podemos dar por válida y tomar de ejemplo de satisfactoria vida sexual la relación de la propia directora con su mejor amigo gay.
Además de todo esto, Hauru enreda su trama con varias capas de realidad cual muñeca rusa creando un juego de espejos, de verdades, fantasías escatológicas y mentiras cuyo principal problema es que llegan a agotar al espectador que en su clímax y resolución final ya no se encuentra tan enganchado al culebrón digital que le habían propuesto al principio acabando con una tímida sonrisa en vez de la gran carcajada que con algo más de mesura y contención hubiera conseguido su creadora, la cual no deja de recordarnos a una doble de Amy Schumer intentando hacer un episodio largo de Fleabag
Finalizamos con Night of the Kings de Philippe Lacôte y proveniente de Costa de Marfil en una de esas películas de coproducción europea que suelen colarse todos los años en el festival (y que suelen darnos bastante alegrías) donde un joven llega a un prisión en lo profundo del bosque de Costa de Marfil llamada La Maca y en la cual lo reciben como el nuevo Romano, un cuentacuentos que cual Scherezade de Las Mil y Una Noches tendrá que entretener a los presos ante el funesto destino que le espera al amanecer.
Así, la película de Lacôte es todo un alegato al arte de contar historias y a la oralidad con la que estas se pasaban en sus inicios de unos a otros, en la cual hay cabida tanto para hacer un repaso por la historia de su país como para intercalar elementos de la tradición mágica africana (aunque estos últimos se ven algo lastrados por unos efectos digitales algo pobres).
Quizás la mayor pega que se le puede poner a esta magnética película es el problema al que se enfrenta el propio espectador ante el desconocimiento de la historia de Costa de Marfil, pues en sus simbolismos y silencios hay una grandeza perdida que tal vez aquel mayor conocedor si pueda llegar a indagar.