Un nuevo día aquí en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, y comenzamos con otra de las cintas más esperadas por nosotros, de nuevo en un pase, el de la mañana, que no facilita demasiado su visionado. Pero nada que una buena dosis de café no pueda solucionar.
A Fábrica de Nada de Pedro Pinho, nos invita a adentrarnos en la vida de un grupo de trabajadores que descubren un día que los dueños de la fábrica donde trabajan la están desmantelando por las noches. Sin embargo, ellos no van a dejar de trabajar por ello.
La película se vuelve a sostener como ya ocurría con Zama días antes, en una espera que parece interminable, ayudada por esos planos sostenidos de la fábrica y sus trabajadores y que por medio de esa fábrica que comienza a deshabitarse también nos habla de la actualidad del propio país.
Pinho dignifica a sus protagonistas llevándonos a conocer su día a día, no solo en el trabajo si no también en su vida privada y familiar, además de elegir los planos cortos de sus rostros que nos trasmiten veracidad y tristeza a partes iguales.
El siguiente pase es para Let the Sunshine in, la nueva película de Claire Denis y que se aleja de la oscuridad y el suspense de su anterior obra, la muy interesante Les Salauds, con una historia anti romántica protagonizada por una Juliette Binoche en estado de gracia (y nosotros nos alegramos de ello) que transita de una relación amorosa a otra en su vida, sin llegar a conocer a ese hombre esperado y regalándonos momentos de comedia muy medidos y meditados en su guión.
Junta a ella, un plantel de actores que interpretan a estas parejas esporádicas que van y vienen y entre los que podemos encontrar un recuperado Gerard Depardieu como vidente con péndulo, que nos regala en su final y durante los créditos la mejor escena de toda la película.
Con la tarde tenemos la oportunidad de ver Niñato, de Adrián Orr, una de las películas que parecían que se nos iba a escapar de la programación del festival pero que pudimos encontrar un hueco. Y ha sido para bien, pues la película de Orr es una especie de cine-río, emparentada con el Boyhood de Linklater aunque más arriesgada en su dispositivo de filmación, que nos convierte en observadores de la intimidad de la familia del protagonista de la historia, un joven cantante de rap y sobre todo de uno de sus hijos y su educación.
Es con este pequeño niño y su rebeldía de la que somos testigos en los momentos que ocurren cada cinco años de los bloques de la historia, donde encontramos un auténtico manual sobre la paternidad, que nos hace preguntas incómodas y necesarias en estos tiempos de tantos libros de autoayuda para padres que sirven de bien poco
Tras ella, A Ciambra, de Jonas Carpignano, que ha ido cobrando repercusión sobre todo cuando Martin Scorsese se ha convertido en la película. Se suponía que debía haber un encuentro con el director tras la película pero desde la dirección se nos informó que el director declinó a última hora la invitación al festival debido a que se encontraba en los Estados Unidos para promocionar su película de cara a los Oscars.
En cuanto a la película, es una muestra más de ese cine de festival que siempre tiene cabida en la sección oficial, nada arriesgado a pesar de que en sus imágenes parezca que se transgrede mucho (no nos vale encontrar al joven protagonista fumando cada vez que sale) y que sigue la vida de Pio, un chico de 14 años de la comunidad gitana de una provincia italiana que tras la detención de su hermano, miembro de una de las mafias del lugar, ve la oportunidad de tomar su papel.
Un comienzo muy fuerte se diluye en una repetición de imágenes y elementos recurrentes que no aportan nada a una película a la que le sobran treinta minutos de sus dos horas.
Despedimos la noche con The Sacrifice of a Sacred Deer de Yorgos Lanthimos que ya nos decepcionó con su anterior The Lobster y que aquí vuelve a hacerlo con una historia que podría ser el argumento de un telefilme de sobremesa de cualquier cadena generalista, con la intromisión en la vida de una familia (con rarezas, no olvidemos quien es su director), de un joven de 16 años.
Su principal problema es que nunca llegamos a creernos la historia que nos cuenta. Sus protagonistas parecen marionetas en manos del director que se mueven sin alma y sin ningún otro propósito del que dicta su guión y a la que le hubiese venido muy bien, algo del humor absurdo de Kynodontas.