Bovary: Realismo desnudo
Según la novela de Gustave Flaubert
Texto: Michael De Cock
Dirección: Carme Portaceli
Con: Maaike Neuville, Koen de Sutter y Ana Naqe / Noemie Schellens (2 de febrero)
Diseño de iluminación: Harry Cole
Espacio sonoro: Charo Calvo
Coreografía: Lisi Estaràs
Dramaturgia: Gerardo Salinas
Asistente de dirección: Inge Floré, Ricard Soler
Diseño de escenografía y vestuario: Marie Szersnovicz
Producción: KVS
CRÍTICA
Nada mas entrar al patio de butacas de la Sala Roja de los Teatros del Canal ya tenemos claro que estamos ante una propuesta arriesgada, diferente. Mientras nos sentamos veremos como una mujer de pie, con mirada perdida, se balancea sobre sus piernas de manera algo inquietante. Está claro que esta propuesta de Bovary dirigida por KVS busca la transgresión desde el primer minuto.
Nos encontramos ante una adaptación de la famosa obra de Gustave Flaubert, escrita en 1856, y que fue uno de los primeros y máximos exponentes del realismo francés, una corriente literaria que nació en Francia y que trató de representar el ambiente social de la manera más exacta y sincera. Escrita por la catalana Carme Portaceli y por Michael de Cock, de nacionalidad belga, esta nueva versión busca desnudar la esencia de la obra original para trasladarnos sus sentimientos y pasiones más primarios. Bovary se representa en neerlandés, con los actores Maaike Neuville interpretando a Emma Bovary y Koen De Sutter a su marido Charles.
La directora trata la novela eliminando toda ceremonia y barroquismo, con discursos directos de los protagonistas que nos llevan hacia lo esencial. No hay apenas conversación entre ambos, marido y mujer, sino que van intercambiando juicios, deseos, pesadillas, lo que nos va haciéndonos comprender la naturaleza de cada uno. El intimismo se impone sobre la trama. Y es que solamente aparecerán ambos actores en el escenario, nos tenemos que imaginar a los amantes de Emma. Aunque hay una excepción: cuando se representa el pasaje del libro en que la pareja va a la ópera "Lucía de Lamermoor", aparece imprevisiblemente la soprano belga Ana Nague con un expresivo recital.
Claramente estamos hablando de una obra inmortal, ya que a pesar de haber pasado tanto tiempo, el argumento sigue siendo muy vigente. La directora trata de representar a Charles como a un perdedor, sumiso, patético, que incluso se arrodilla ante ella al inicio de la misma. Y a ella como una mujer inconformista, culta, rebelde, cansada de la mediocridad de su vida con él.
Los diálogos de Emma, llenos de fuerza y sentimiento, tratan de enaltecer la rebeldía de la mujer, y consigue que nos identifiquemos con ella. Pero a la vez, nos despierta una sensación de aflicción ver lo sumamente derrotado que está Charles.
Echamos de menos algo de pasión en ambos personajes, que a veces parecen un poco fríos, especialmente en sus movimientos, y también erotismo, algo tan potente en la novela, pero aquí escaso. Incluso en los momentos de esplendor de sus discursos, donde se intenta mediante juegos de luces y sonido recrear un ambiente que nos emocione, no se consigue, salvo en la mencionada breve aparición de la soprano.
Es una obra que nos gustará si queremos confirmar que la mujer definitivamente ha emergido poderosa en esta sociedad, y no enmudecerá jamás. Ellas eligen, no nos podemos quedar dormidos.