Entrevista a Joachim Lafosse, director de Los Caballeros Blancos
Los Caballeros Blancos se inspira en el caso del Arca de Noé, un grupo de humanitarios empeñados en que unas familias francesas adoptaran a "huérfanos".
Es la primera vez que se adentra en el cine de aventuras.
Después de dos películas intimistas rodadas sobre todo en interiores, tenía ganas de hacer una película más abierta, y el caso de l'Arche de Noé (Arca de Noé) me dio la oportunidad de abordar un género nuevo, al tiempo que volvía a plantear el tema de la injerencia y del límite entre el bien y el mal. Es una magnífica herramienta de ficción.
Los Caballeros Blancos se inspira en el caso del Arca de Noé, un grupo de humanitarios empeñados en que unas familias francesas adoptaran a "huérfanos". Al igual que en Elève libre y Perder la razón, vuelve a tratar de una manipulación realizada en nombre del bien.
Me apasiona el tema del infierno lleno de buenas intenciones. En estas películas, los protagonistas convierten en ley la idea de que hacen el bien y la aplican a los demás sin preocuparse de las consecuencias: un alumno a punto de dejar los estudios conoce a un profesor empeñado en salvarle a su pesar y un médico acoge a una familia a la que ahoga bajo los regalos. En este caso, personas "humanitarias" se atribuyen el derecho a salvar niños.
¿Cómo se hizo con una noticia semejante?
Con subjetividad. Ofreciendo otra perspectiva y pistas de reflexión diferentes de las que propusieron los medios y la justicia. La verdad judicial, la objetividad periodística no son únicas. Queda un espacio del que el artista puede apoderarse con total libertad, la ficción. Al contrato de una idea preconcebida, apoderarse de una noticia de sociedad es un vector de creación de ficción. Es difícil sorprender con una historia que todos creen conocer. Tardé mucho en escribir el guión, y trabajé con varios coguionistas. Lo comprobé todo hasta el final.
¿Conoció a personas conectadas con el caso del Arca de Noé?
No, no quise. Soy autor de ficción y sé que no pongo en escena la realidad, sino el fruto de mi imaginación. Es una elaboración. No se trata de ellos, mis personajes no son los protagonistas del caso del Arca de Noé. Mis películas reflejan ante todo mis obsesiones.
¿Deseó ser fiel a los acontecimientos?
Ser fiel a la realidad no es una de mis prioridades. Con Los Caballeros Blancos deseé ponerme del lado de los africanos que ignoran totalmente las intenciones reales de los humanitarios franceses. Les dicen que se harán cargo de huérfanos hasta la edad de 15 años, que les alimentarán, alojarán e instruirán... y se lo creen. Algunos llegan a entregar a sus hijos con la muy loable intención de ponerles a salvo y alejarles de la miseria. Su actitud está dictada por la necesidad y no tiene nada que ver con la de los supuestos profesionales del humanitarismo, que planean llevarse a esos niños porque unas familias francesas desean adoptarlos, partiendo del principio de que su futuro será mejor en Francia que en un país en guerra.
Escogió a Vincent Lindon para el papel del líder de la ONG.
Vincent es el padre, el hermano o el amigo que todos soñamos tener. Es sincero, políticamente comprometido, honrado. Solo un actor tan grande como él, con tanto encanto, capacidad de seducción, podía interpretar a Jacques Arnault. ¿Cómo explicar, si no, que un bombero consiga 600.000 euros y convencer a todo un equipo para ir a África a montar semejante proyecto sin un actor con esas cualidades? Jacques Arnault es un personaje magnífico, contiene todas las contradicciones del occidental generoso, hasta el punto de abusar de su "buena fe" para salvar al mundo, su mundo.
Vincent Lindon le confiere un encanto fascinante.
Vincent aporta al personaje la dimensión necesaria para que el espectador se adhiera a la idea: no es un hombre interesado, es generoso, y si se ha dejado llevar por una acción moralmente inaceptable, ha sido de forma inconsciente. Para él, "salvar a los niños" basta para justificar las mentiras y la realidad: el rapto de niños. Al contrario de su compañera Laura, interpretada por Louise Bourgoin, que tiene fe en la misión - casi parece sacada de "Los justos", de Albert Camus -, el personaje de Arnault, a fin de cuentas, solo cree en sí mismo. Él es lo sagrado, él es la ley. No habría podido hacerlo sin Vincent Lindon, me ofreció su inteligencia.
En cada plano, en cada secuencia me daba la posibilidad de replantearnos. Le alentaba el mismo deseo cinematográfico y estaba dispuesto a compartir conmigo todas las incertidumbres ligadas a la creación. No siempre resultó fácil, pero también fue una gran alegría conocer a alguien como él. El realizador no es el único detentor del poder en un plató. Cada vez tiendo más a hablar de mis dudas con los intérpretes. Al principio les asusta, pero luego todos ofrecen ideas. Buscan soluciones conmigo.
El dinero que entrega a los jefes de los pueblos le proporciona una ventaja en un país devastado por la guerra.
El dinero forma parte de la buena conciencia del blanco. En ningún momento piensa ni reconoce que ese dinero sirve para comprar a los niños. No, él paga por un servicio.
Hay una escena terrible en la que obliga a escoger a las madres africanas: o se llevan a los niños que ellas le han dejado o se los devuelve definitivamente.
Siempre llega el momento en que una persona manipuladora debe decir una verdad. Si no fuera así, a esa persona no se la creería, no se la seguiría. Jacques Arnault es capaz de creer y hacer creer la ficción de las reglas que ha definido: solo quiere huérfanos, aunque sepa que jamás podrá comprobar si de verdad lo son. Cuando se escribe sobre un tema de este tipo, sienta bien dar diálogos verdaderos a un personaje transgresor.
Durante el juicio en 2012 y 2013, los miembros del Arca de Noé se refugiaron en su idealismo; insistieron en que su intención era salvar a niños víctimas de la guerra y que actuaban por el bien de todos.
Los temas esenciales siempre se apartan en nombre del bien. Por ejemplo, el derecho a la injerencia. ¿Qué empuja realmente a los occidentales que actúan en nombre de lo humanitario, de la democracia? Sin generalizar - por suerte algunos no caben en este esquema -, la tendencia neocolonialista está a flor de piel en muchos humanitarios. En cierto modo, son terroristas del conformismo. Jacques Arnault, el protagonista, no aplica la ley, la hace. Él decide qué es legal y qué no lo es, con total desconsideración hacia la política, el debate, la aceptación del otro y el principio de la realidad.
Volvemos al tema del derecho a la injerencia; podría decir que Jacques Arnault es el brazo armado del derecho a la injerencia y lo aplica al pie de la letra. Pero si se aplica al pie de la letra, el discurso no funciona: no se puede ayudar a la gente a su pesar. De hecho, sorprende ver hasta qué punto los ideólogos del derecho a la injerencia se sintieron molestos con el caso. No dudo que les fuera más fácil meterlo en un cajón calificando a los autores de "bobos", a pesar de que quizá fueran la encarnación absoluta del fantasma de la injerencia.
Como siempre en sus películas, nos mete en la cabeza de cada uno de los personajes.
Efectivamente. El relato en sí me interesa menos que la complejidad de los personajes. Disfruto siguiéndoles desde la primera a la última imagen, vivir sus contradicciones. Deseo que el espectador sienta el vértigo, el camino ciego que empuja a esos humanitarios.
En las conversaciones telefónicas con los adoptantes, se nota perfectamente que Jacques Arnault disfruta con el poder de satisfacer el deseo de tener un hijo de estas parejas.
Jacques Arnault sabe que ese deseo está por encima de todo y que puede conseguir lo que sea; entre otras cosas, los 2.200 euros de cada uno que le permitirán financiar la operación.
Pero, en cierto modo, también son responsables, ¿no le parece?
Los padres están cegados por las dificultades que plantea una adopción en Francia y olvidan las transgresiones de la operación. Quizá ofenda a algunos, pero me parece muy bien que la legislación ponga trabas a las adopciones. El hecho de que un país prohíba la adopción internacional, no significa que esté justificado sacar huérfanos ilegalmente mediante una misión "humanitaria".
Hay una escena realmente sorprendente al principio de la película en la que se oye a los voluntarios, que acaban de llegar al campamento, cantar "Ce n'est rien" (No pasa nada), de Julien Clerc. El desfase con lo que traman me dejó estupefacto.
Me gusta la canción porque representa, a la vez, el horror de la negación y el aspecto magnífico del perdón. Pero ¿hasta qué punto puede uno pretender que "no pasa nada"? Muchos humanitarios me han dicho que una vez en el país, siempre llega el momento en que recurren a esta expresión, en el que se ven obligados a dejar de pensar. Reconozco que soy un cobarde, soy incapaz de trasladarme a esos países, no salvo a nadie, me limito a hacer ficción.
"Cobarde" es la palabra que usa una de las enfermeras voluntarias refiriéndose a Chris, su jefe, al que encarna Yannick Renier, cuando decide abandonar la misión.
En la película hay personas capaces de enfrentarse a su impotencia y de rehusar darse contra la pared. Todos podemos equivocarnos, partir de una mala idea, siempre y cuando seamos capaces de detenernos antes de pasar a la acción. Hay que tener cuidado con las ideas. Creo en el principio de la realidad; no nos hace poderosos, incluso nos hace más frágiles, pero es mucho mejor así.
Sin dejar de vender sus servicios a la organización, y habiendo escogido el cinismo, el personaje de Reda Kateb es totalmente consciente de la futilidad de la empresa. Un poco como si presentara un espejo a los protagonistas y su falta de responsabilidad.
Está más cerca de la vida que de la fantasía. Sabe que el mundo es complejo. No tiene nada de maniqueo, para él no todo es blanco o negro.
Se supone que Françoise, la periodista, interpretada por Valérie Donzelli, es el testigo moral e imparcial. Sin embargo, solo manda mensajes contradictorios.
Realiza el viaje para informar, pero las emociones pueden con ella. Pierde todo sentido crítico y deja que sus emociones ganen a la razón. A mi entender, encarna la difícil cuestión moral que viven los periodistas que son testigos de situaciones dramáticas.
Es la primera vez que realiza una película de tal envergadura, una cinta de aventuras, con escenas bélicas, secuencias de persecución en el desierto, con aviones...
En esta película todo era mucho mayor de lo que había rodado antes, los decorados, los desplazamientos, los movimientos de cámara. Me agarré a los personajes para seguirles en toda su complejidad hasta encontrar una precisión formal. Tenía en la cabeza la lección de Sidney Lumet, de los hermanos Dardenne o de Maurice Pialat: la autenticidad de los personajes hacen la película, hay que trabajar el bloque de piedra, esculpirlo, hasta hacer emerger la autenticidad.
Los Caballeros Blancos también es su primera película coral. ¿Se dirige de otro modo a 50 actores, más un centenar de figurantes y unos 60 niños?
No se puede contener un proyecto de esa importancia. Hay que fiarse de lo que uno ha engendrado. Reconozco que a veces me sorprendía, pero nunca sentí que perdía el hilo, al contrario, más bien tenía la sensación de tenerlo bien sujeto. Esto demuestra que el cine es un arte colectivo y que hay tantas formas de dirigir como actores.
¿Por qué decidió rodar en Marruecos?
Es muy complicado rodar en Chad. Para empezar, ninguna compañía nos habría asegurado, pero estaba empeñado en rodar con chadianos. Descubrimos que existe una comunidad chadiana en Marruecos y pasamos tres meses con ellos. Fue muy instructivo descubrir hasta qué punto se habían enfadado con el caso del Arca de Noé.
La música del grupo Apparat juega un papel muy importante.
Debía subraya la voluntad de poder de los personajes, golpear directamente en el inconsciente del espectador, agarrarle por las tripas. La música electrónica funciona más por pulsiones que a través de la emoción; era lo que convenía a la película.