LA ENFERMEDAD COMO CAMINO
El caminante rengo apura el paso. Algo lo persigue. Quizá, la muerte. El hombre va con cierta ventaja, porque su cojera siempre adelanta en el trajín cotidiano. Escapa de sí y de la sombra: la conciencia, que llega siempre en el momento menos oportuno. El tipo trabaja con el dolor y hasta convive con el dolor. Todo porque no le hicieron caso el día que expresamente pidió que lo dejaran tranquilo. La mala praxis es una bola de bosta que arrastra en su cuerpo de escarabajo encorvado y maltrecho: Pero un bastón, un báculo todopoderoso, lo aferra a la tierra.
No hay nada celestial a su alrededor, no hay epifanías o raptos de lucidez; no más que la propia perseverancia que, frente a su entorno débil, hipócrita y tan o más mentiroso que él, parece superioridad. Por libre asociación, se diría: el caminante que le escapa a la sombra es un émulo de Sherlock Holmes. A diferencia del famoso detective, a quien todos se refieren con nombre y apellido, a House, los telespectadores del mundo lo conocen como House. Lo de Doctor es pasajero, algo que se adhiere a sus emanaciones de arrogancia y a esa impronta lógica y deductiva, del detective adicto creado por Arthur Conan Doyle.
LA DOBLE HACHE
House y Holmes, la misma letra H del comienzo es muda y por serlo no dice, pero aspira y sugiere. Hay que descubrir si delante y detrás de la H habita algún rasgo de humanidad. Es decir, si algo pronunciable sucede o adviene. También en esta lógica, humanidad empieza con H. House, en inglés, significa casa y Holmes, en un juego libre de palabras, podría ser home, similar a un hogar, a un espacio de pertenencia. Ambos solemnes y solitarios, comparten el mismo refugio: la búsqueda racional de la verdad. En principio, una casa fría para los hombres, para estos hombres.
DE EXISTENCIA A EXISTENCIA
A la pregunta quién es filósofo respondió una vez Karl Jaspers: ” yo existo en compañía del prójimo; solo no soy nada, necesito (…) una comunicación que no se limite a ser de intelecto a intelecto, de espíritu a espíritu, sino que llegue a ser de existencia a existencia”
El otro siempre es el enigma, el acertijo desafiante. Pero el otro no existe como persona sino como conjunto indiviso de síntomas que ocultan una enfermedad. A Holmes le hablan los muertos cuando llega a la escena del crimen y busca el detalle en lo que falta. El cuerpo habla pero siempre del pasado. House, en cambio, no escucha a los vivos, son muy ruidosas las palabras en el desenfreno hacia el origen del desperfecto, hacia el punto que rompió la armonía del cuerpo humano: esa máquina imperfecta.
TODOS MIENTEN, NADIE COMO YO
¡Si lo sabrá House!, ese prepotente tullido que, a cada paso por los pasillos del hospital escuela, enseña más resentimiento que medicina. House escucha el silencio de los microbios y de las bacterias: los asesinos seriales de Holmes en sus esquemáticas escenas criminales. A House no le importa la muerte, tan rígida como la escena que confronta a Sherlock con el misterio. Pero el lúcido cojo sabe que esa es la única certeza: en el caso de la imperfecta máquina del cuerpo, el crimen perfecto sí existe.Del resto duda, porque todos mienten inclusive él.
SU MAJESTAD, EL DOCTOR
En un episodio de esta serie que llegó a sumar ocho temporadas, House le dice a un paciente “¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le ignore mientras mejora? Aunque yo creo que lo peor sería uno que te ignore mientras te mueres” . Así refuerza la distancia con el otro. Sentencias condimentadas con ironía, desde ese trono del saber y poder tan ligado al discurso médico dominante. Un discurso que choca con el coro de la bioética, donde la enfermedad está subordinada al paciente y el paciente decide con el médico cómo quiere vivir.
Ya en uno de los primeros episodios, los guionistas arremeten contra la imagen de los médicos televisivos y carilindos, como George Clooney en E.R. Así, queda bien clara la ruptura de un modo de pensar y de entender al otro y a su atención médica.
Foreman: ¿Y si hablamos con la paciente antes de diagnosticar?
House: ¿Es médica?
Foreman: No, pero…
House: Todos mienten.
Cameron (a Foreman): No le gusta ver a los pacientes.
Foreman (a Cameron): ¿No somos médicos para tratar pacientes?
House: No. Somos médicos para tratar enfermedades. Tratar a los pacientes es lo que amarga a los médicos.
Foreman: ¿Quiere eliminar la humanidad del ejercicio de la medicina?
House: Si no les hablamos, no pueden mentirnos ni nosotros a ellos. La humanidad está sobrevalorada
CONTIGO, A LA DISTANCIA
No hay nada menos exitoso en la disputa de saberes que ponerse en los zapatos del otro. Acatar las normas y las reglas de la convivencia no nos hace más humanos, no nos vuelve más buenos, porque muchas veces para hacer lo correcto hay que optar por no hacer lo que se debe. House y su laberinto de espejos deformantes conoce los límites del voluntarismo y practica la libertad como único sostén de su ética. El báculo guía , es el oráculo ciego que todo lo ve. No hay redención al final del túnel, sino el tiempo paliativo y su modo de eludir la red de los sentimientos.
¡Si lo sabrá House!, al tipo le extirparon un músculo y la mala praxis le regaló el dolor crónico de una pierna semi inútil, que le recuerda la falta y lo conduce a suplantar el vacío con la adicción a la Vicodina. Lo que no te mata te fortalece, piensa House, mientras engulle la pastillita mágica. El comprimido necesario para volverlo impaciente, vulnerable y dubitativo cuando las alucinaciones le ganen al esquemita de la razón.
ES LA DEPENDENCIA, ESTÚPIDO
Es en la sexta temporada donde el tablero cambia de piezas y el doctor fármaco dependiente deviene en paciente psiquiátrico. Así, el cuidado del otro se vuelva en sentido contrario. El cambio de roles hace entrar a escena a la Kriptonita que despoja al déspota del báculo que diagnostica.
Ser otro por un momento alcanza para encontrar en el espejo la forma que no es forma y el cuerpo que no es la suma de las partes. Por eso, la independencia absoluta es imposible. Siempre en la vida nos ata un placebo, como ese que House ingiere, crédulo de haberle ganado la partida a la dependencia. Tal vez la más amarga de las medicinas no sea otra que la aceptación de que nadie es del todo libre cuando no hay otro que le confirme su libertad. El contacto, la interacción nos permite reconocernos como personas: suficiente espejo para sabernos libres e irremediablemente necesitados.
El bastón ya no se aferra con tanta firmeza. El cansancio se escurre entre los poros y las moléculas desordenadas encierran un universo misterioso e incomprensible en el microscopio. El ojo observa siempre en el mismo espacio de la mirada, recorta con la precisión del bisturí y en una sala de operaciones ascética. La luz blanca enceguece como el saber que no cuida. ¿Hacia dónde va House, con su báculo que diagnostica y ciega su propia imagen en el espejo?
Tal vez a reencontrarse con su rasgo perdido, Con su hache, de humanidad en una cálida casa. El Anartista