No es exactamente una noticia que pueda resultar extraña que la marihuana pueda llegar a mezclarse de manera lo suficientemente adecuada con la televisión. Si los bares son el hábitat natural de los bebedores, entonces las salas de descanso de cada hogar (o cualquier habitación despejada lo suficientemente casual como para tolerar la siesta espontánea donde se pueda introducir una carpa indoor para recrear un habitat casero) pertenecen a los fumadores de marihuana. Impulsados por bocadillos y demás ejemplos de comida insana, y rodeado de amigos, el fumador estereotipado consume horas de programación divertida y alucinante, desde High Maintenance hasta Planet Earth, en una sola sesión. La televisión ha atendido, conscientemente y de otra manera, a esta audiencia durante décadas, y uno de sus máximos exponentes fue la emisión continuada de la exitosa y añorada Weeds. Por supuesto, en los últimos años con la proliferación de plataformas digitales, las series y documentales sobre el tema se han multiplicado con ejemplos como Fumados; El ingrediente secreto: cannabis o Buen viaje: aventures psicodélicas, pero todos coincident en presentar a Weeds como producción seminal.
Para todos aquellos que aún no hayan visto Weeds os diremos que nos hallamos ante una de las series más revolucionarias de los últimos años. Con un tono de comedia desenfadado, pero sin dejar de atender momentos dramáticos que enriquecen su desarrollo su emisión tuvo como resultado directo el aumento exponencial del cultivo de cannabis entre sus espectadores potenciales. Casualidad o no se trata de una rara avis dentro del mundo catódico, con una cálida incuestionable en la producción que le llevo a ganar quince premios en sus ocho temporadas (ciento dos capítulos) de emisión (entre ellos dos Emmy) y además obtuvo la friolera de novena y nueve nominaciones mientras se mantuvo en pantalla. La sinopsis corta nos presentó a Nancy Botwin (inigualable Mary Louise-Parker en uno de los mejores papeles de su vasta carrera), una madre suburbana que se dedico al cultivo y posterior trafico de marihuana después del óbito de su marido con el único objetivo de mantener su estatus privilegiado.
La sorpresa será morrocotuda cuando se de cuenta de que sus más allegados (vecinos y familiares) no son tan extraños a ese universo recién descubierto como ella se imaginaba. Pero lo realmente sorprendente es como una sucesión de capítulos corrosivos pudo llegar a influenciar de tal manera a la población para que la labranza del psicotrópico alcanzara cotas jamás vistes en aquellos lares, y es que el nivel de perfeccionismo a la hora de definir en que consistía ese universo desconocido para la mayoría con la aparición gradual de todas y cada una de las herramientas y accesorios para el cultivo de marihuana unido a una sucesión de problemas y circunstancias por las que atravesaban los protagonistas en las que se podían ver reflejados cualquier persona. Una suerte de intrigas en las que la familia –tanto la biológica como la creada por el amor o el cariño– fue tratada como núcleo indivisible. De ahí el éxito de audiencia obtenido.
Poco a poco palabras o términos como termohigrómetros digitales, pulverizadores a presión, soportes para ramas de plantes, redes de sujeción universal, medidores, las tijeras de manicurado, una luz verde para acceder a las plantas cuando están en periodo de noche, tutores para las ramas, el microscopio para comprobar el estado de la planta antes de cortarla, papel reflectante para las paredes, vaso medidor, jeringuilla de plástico... pasaron a formar parte del acervo popular, que se familiarizaron con dichos términos y decidieron probar la experiencia a partir de los “beneficios” tanto de salud como económicos que se podían obtener. Y por si fuera poco, los productores de la serie, al ver que su fama se cotizaba alto decidieron apostar por la industria y firmaron convenios de publicidad con fabricantes de insumos y equipamientos para el cultivo del cannabis.
