¡Qué viva México!
¡Que viva México!
Título original
- ¡Que viva México!
- Año
- 2023
- Duración
- 191 min.
- País
- México
- Dirección
- Guion
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Luis Estrada, Jaime Sampietro
- Música
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Nacho Mastretta
- Fotografía
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Alberto Anaya
- Reparto
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Damián Alcázar, Alfonso Herrera, Joaquín Cosío, Ana Martín, Ana de la Reguera, Angelina Peláez, Enrique Arreola, Sonia Couoh, Vico Escorcia, Marius Biegai, ver 17 más
- Compañías
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Bandidos Films. Distribuidora: Sony Pictures Entertainment (SPE)
- Género
- Comedia. Drama | Sátira. Comedia negra. Política. Familia
- Sinopsis
- Tras la muerte de su abuelo minero, Pancho viaja con su esposa y sus hijos a su pueblo natal, donde se desata el caos con sus familiares por la herencia.
- CRÍTICA
Nos guste o no, el cine de Luis Estrada es una parte importante de la cultura mexicana actual. Y decimos “nos guste o no”, no precisamente por la manera en la que realiza sus películas, sino porque estas basan su trama en los problemas estructurales más graves del país. Cual buen mexicano, se ríe de sus desgracias con el sello característico de las críticas tan agudas al gobierno en turno, la pregunta es: ahora que está en el poder el grupo político al que tanto ha defendido, ¿se mantiene firme o prefiere mirar para otro lado?.
Nos encontramos con Pancho Reyes, un hombre que tras crecer con carencias económicas y conseguir posteriormente un trabajo bien remunerado en el cual se encarga de despedir gente para complacer a su jefe, despierta de una pesadilla en donde su familia, a quien ignora desde hace mucho tiempo, cobra venganza y va por él. Tras el susto inicial, recibe llamadas de su padre para decirle que su abuelo falleció y que para poder leer el testamento, él tiene que estar presente.
Así, atormentado por sus fantasmas nocturnos y endeudado hasta el límite, emprende un viaje junto a su familia de revista en una camioneta último modelo para regresar a La Prosperidad, el pueblo que lo vio nacer. Al llegar, su familia lo recibe con los brazos abiertos para intentar rascarle hasta el último centavo al enterarse de que él es quien recibirá toda la herencia a pesar ser el único de todos que en apariencia logró “triunfar”. La pesadilla apenas comienza.
De esta manera nos encontramos con una película que brilla por la diversión que asegura a sus espectadores con chistes que a pesar de ser insultantemente groseros y burdos, hacen estallar la sala de cine a carcajadas cada dos minutos.
El (enorme) problema de la película es la respuesta a la pregunta inicial, ¿cuál es su postura en medio de una situación política, económica y social tan crítica? Pues la respuesta es la peor posible: no solo ignora de manera indiscriminada los principales problemas por los que atraviesa el país, sino que solo selecciona unos pocos para hacer alarde de su supuesta crítica política cuando en anteriores ocasiones esta lo era todo.
Pero es que aquí no queda la cuestión, si “el malo” en sus anteriores obras era el gobierno en turno, en esta ocasión en cambio es ¡la población más vulnerable!
Según la cinta, aunque de manera forzada intenta criticar a todos, el premio gordo se lo llevan las personas con menos oportunidades. De manera caricaturesca pinta al mexicano promedio como un holgazán sin aspiraciones que tiene la culpa de su propia situación. Los tacha de ladrones, avariciosos y oportunistas, estigmatizándolos aún más dándoles papeles estereotipados que nada aportan a la realidad. Ser artista conlleva una responsabilidad con la sociedad y con su tiempo, pero cuando más es necesario romper con esos esquemas, también nosotros como público fallamos al reírnos de chistes tan clasistas, racistas y homófobos.
Por último, a pesar de que la cinta cuenta con un elenco lleno de estrellas, la enorme duración de más de tres horas le juega en contra, ya que aunque la trama es bastante interesante gracias a sus giros inesperados y situaciones surrealistas, hay bastante relleno de por medio.
En conclusión, aunque todos sabemos que Luis Estrada siempre hace la misma película, en esta ocasión falló en lo fundamental, y es que cuando una crítica —ya sea política, económica o social— no tiene argumentos sólidos y se contradice a sí misma, en este caso echándole la culpa a la consecuencia en vez de a la causa, termina cayendo por su propio peso.