viernes. 22.11.2024
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Arthur Rambo

Cartelera España 22 de abril  

Arthur Rambo

Título original

Arthur Rambo
Año
Duración
87 min.
País
Francia Francia
Dirección

Guion

Fanny Burdino, Laurent Cantet, Samuel Doux

Música

Chloé Thévenin

Fotografía

Pierre Milon

Reparto

Productora

Memento Films Production, France 2 Cinema, Les Films de Pierre

Género
Drama | Redes socialesBasado en hechos reales
Sinopsis
¿Quién es Karim D.? ¿El nuevo escritor, joven y comprometido, del que los medios nunca tienen suficiente? ¿O su alias, Arthur Rambo, autor de mensajes alimentados por el odio que se escribieron hace tiempo y que se extrajeron, un día, de los sitios web de las redes sociales?.
 
CRÍTICA

El prurito literario del cine francés ha nutrido palmariamente muchos de sus mejores películas; también ha lastrado muchas otras.

El director de la aclamada y laureada La clase (2008) —un evidente ejemplo de un cine austero erigido sobre un férreo guion y una sobria, casi conductista, deudora del objetivismo del nouvou roman, puesta en escena— ha dado sobrados ejemplos de su incontrolable tendencia al verbalismo y a la logomaquia, a la profusión de diálogos trufados de palabras que sus protagonistas blanden como armas arrojadizas o como estiletes con los que cincelarse a sí mismos o, al menos, a su simulacro, a su imagen externa.

Ahí están su Regreso a Ítaca (2014), a partir de los textos del cubano Padura, o la más reciente y explícita El taller de escritura (2017). Para Laurent Cantet, como para el cine francés en general, la literatura es el artefacto ideal con el que urdir sus tramas e incluso su cosmovisión, pues aquella no sólo es función estética, sino también compromiso (Sartre).

En Francia se bebe tanto vino como libros se leen. Y si sus caldos presumen de calidad, su literatura y cine no desmerecen la misma vitola, aunque en este caso en concreto la desmesura y la incontinencia, provocadas por un irrefrenable afán de denuncia, de tesis, la malbaratan. Pues se tiene la impresión de encontrarse ante un filme panfletario, que persigue incidir directa y explícitamente en el curso de la política actual francesa, pero de la política ramplona y prosaica del más inmediato presente, de la más rabiosa actualidad (¡Huy, que Le Pen se aproxima paulatinamente a las mullidas alfombras del Elíseo!).

El Arthur Rambo que da título a la película de Cantet es un joven francés de veintiún años que acaba de alcanzar el éxito literario y la consiguiente proyección mediática (sí, parece ser que en Francia a los escritores se les concede patente de estrella) tras la publicación de una novela titulada Desembarco, novela de carácter autoficcional en la que el autor utiliza la odisea migratoria de su madre para urdir una trama que reivindica natural, sincera y emotivamente las dificultades que su progenitora hubo de arrastrar para conseguir un lugar en el sol de la sociedad francesa, aunque fuese en los suburbios, en la banlieue parisina.

Pues la madre es argelina y nuestro protagonista un (e)migrante de segunda generación, tan legalmente francés, galo, como física (¿y espiritualmente?) y externamente magrebí. De hecho, su verdadero nombre es Karim D., con el que ha firmado su éxito editorial.

La narración arranca con la grabación de un entrevista televisiva al novel y exitoso autor, grabación realizada sobre un escenario que muestra el telón de fondo del croma verde, todo un símbolo de la falsedad de la realidad televisiva (no adquiere carta de naturaleza real hasta que no se edite) y todo un anticipo alegórico de la falsedad sobre la que se edifica la multi-pluri-poli sociedad francesa, un edificio ficticio que sólo admite los prefijos anteriores cuando corroboran y ratifican la esencia de la francofonía, de lo más destilado de la cultura y del tópico político francés.

Ahí pues está ya la tesis implícita que el resto de la historia, de manera cada vez menos sutil y más fútil, de modo cada vez más tosco y pedestre se esfuerza por subrayar y explicitar, por si acaso alguien no ha entendido el mensaje.

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En paralelo a la entrevista y superpuestos sobre la pantalla aparecen una serie de tuits firmados por Arthur Rambo, tuits cuyo contenido son una enmienda a la totalidad de lo políticamente correcto: son antisemitas, homófobos, machistas...

Durante el primer tercio del relato, con un montaje y un ritmo vertiginosos, prácticamente en tiempo real; con una cámara dogmática, de pulso nervioso y acelerado, travellings de seguimiento, pegada al cogote y al rostro del protagonista que esboza una incontrolable sonrisa llena de irrefrenable vanidad e incontenible arrogancia; en esta primera media hora se nos muestra el ascenso al cielo del éxito, la fiesta organizada en su honor en la editorial, su magnético atractivo para productores y empresarios de la industria cultural, los amigos que surgen pululando a su alrededor como setas —aunque otra joven escritora francesa fetén le advierte cual Casandra de los peligros que le acechan—…

Los tuits de Arthur Rambo se siguen sucediendo hasta que, oh sorpresa, alguien denuncia que el repugnante y repelente Arthur Rambo y el fascinante y seductor y ejemplar Karim D. son... la misma persona real.

Y he aquí que, súbitamente, la caída en barrena del joven autor se inicia, con el rodaje cuesta abajo y sin freno del defenestrado Karim-Arthur Rambo, pues así lo quiere el director y así lo requiere la tesis, aunque se lleve por delante al personaje, a la historia y a la madre que lo... engendró, destruyendo la coherencia y la mesura dramática por la urgencia de la denuncia y del pasquín.

De la moderna sede de la editorial; del centro de la ciudad el personaje es expulsado, comenzando una especie de odisea calamitosa hasta regresar a sus orígenes en el extrarradio, perdiendo por el camino amigos, novia francesa —rubia, ojos claros, piel lechosa, entradita en carnes, pero compartida con un tal Guillaume—; intentando refugiarse en la sede de la emisora desde la que empezó y se catapultó a la fama, pero de donde es desalojado por sus antiguos y argelinos compañeros al grito de traidor y vendido; alcanzando el refugio aparente del  hogar, con su madre y su hermano consoladores, pero que también se verán arrastrados por el torbellino de odio que ha levantado Arthur Rambo; recalando en el hogar de una mujer cincuentona y escritora que se adivina su antigua profesora de literatura, que lo acoge y se convierte en cómplice de las amargas lágrimas de Karim, arrepentido del revuelo que ha causado.

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Huelga señalar que a estas alturas la película ya ha perdido el rumbo y navega a la deriva en una zozobra cada vez más verbalista, con unos diálogos y unas secuencias que provocan el sonrojo por su insistencia en remarcar lo más melodramático y en porfiar por extirpar las contradicciones que deben anidar en el interior del personaje.

De ahí, la segunda entrevista que concede Karim, ahora desde la más absoluta sinceridad, en el comedor del pequeño apartamento familiar, con un escenario repleto de verdad y realidad como telón de fondo y, sin embargo, qué falso que suena todo, qué fatuo, qué incongruente y qué hipócrita.

Al final, el director peca de aquello que quiere denunciar y resbala gozosamente sobre los lugares comunes asociados al extrarradio, a la inmigración magrebí y musulmana. Ay, cuando el hermano pequeño se sincera y se destapa gritando que los de Charly se lo tenían merecido por meterse con el profeta; o que a los judíos los respetan más que a ellos. Sólo ha faltado que Cantet le pusiera la cámara-pistola en la sien para hacerle cantar con más ahínco y mayor sinceridad.

Por supuesto, al final un acorralado, desesperado y hundido Karim D., que ha abjurado por activa y pasiva y perifrástica de su álter ego, de su heterónimo Arthur Rambo, lía el petate (literal) en mitad de la noche, furtivamente casi, escapa de su hogar, sube a un taxi o un cabify, se despide vía WhatsApp de su novia francesa y... fin.

¿Se convierte en un muyahidín que engrosará las huestes de la guerra santa? Ah, final abierto, pero no tanto. Ahora bien, quienes lo han empujado a tomar esa decisión hemos sido nosotros, hipócritas espectadores, hermanos franceses y occidentales que con nuestra falsedad no permitimos otra salida a la mentes más lúcidas de los suburbios…, cuya mirada nos ha interpelado mediante sendas entrevistas televisivas.

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Que sepa el cínico espectador que el director también le ha propuesto una reflexión sobre el poder de los medios, sobre las nuevas tecnologías y los peligros que las-nos acechan —y lo difícil que resulta convertir en diégesis, narrativizar, esos nuevos gadgets electrónicos—; sobre lo falsos que son los miembros de una izquierda biempensante y aparentemente integradora, que puede ser más castradora que el facherío presupuesto; que ahí está la terrible cultura de la cancelación.

Hala, reflexiona, espectador, cuando llegues a tu mullido sillón en tu cómoda casita.

Quizá lo mejor del guion y de la historia sea el calambur del título, a saber, la homonimia, la paronimia y la sinonimia que esconde, en un juego lingüístico conceptista y barroco. Pues Karim D. es un trasunto del modelo de escritor joven y genial por excelencia de la literatura francesa: Arthur Rimbaud, cuyo apellido se pronuncia como si remitiera al Rambo cinematográfico de Stallone, a su carácter insobornable y destructor.

Karim empezó a escribir los tuits a los dieciséis años, la misma edad a la que Rimbaud (Una temporada en el infierno) pergeñó su obra. Y también es bien sabido lo mal que terminó el joven y precoz poeta, vendiendo esclavos en África, alcoholizado, con una pierna cercenada... Ese modelo de escritor precoz tan caro a la galería, tan digno de emulación.

La sombra de Camus, al fin y al cabo un pied-noir, del Camus de El primer hombre, también parece asomar en la novela de Karim. Pero esto son suposiciones literarias. La verdad palmaria es que Cantet se pierde en el inextricable bosque de palabras que traza por culpa de su afán de denuncia y por el miedo a hablar de los problemas reales que acechan a la sociedad francesa. Lo reprimido acabará aflorando algún día.

Escribe Juan Ramón Gabriel | Imágenes Golem Revista Encadenados

Arthur Rambo: Una temporada en el infierno