Aunque pueda parecer una auténtica rareza porque no era nada habitual en el cine japonés de los años sesenta que se rodara una película sobre la opresión femenina estamos ante uno de los temas más comunes del reivindicable cineasta Mikio Naruse (Meshi, Nubes flotantes). La historia de Cuando una mujer sube la escalera es una reminiscencia de cualquier novela de Jane Austen: las mujeres son confinadas por las circunstancias, en su mayoría incapaces de ganarse una vida respetable sin un marido. En el Tokio de Naruse, son erotizadas por la fuerza por una sociedad patricarcal y luego condenadas por ella por someterse.
Keiko acaba de quedarse viuda y tiene que valerse por sí misma. Encuentra un empleo como anfitriona en un local de Tokio, pero además de cubrir sus propios gastos debe ayudar económicamente a un hermano enfermo y sin trabajo. Tras seducir a un rico cliente, una joven geisha deja el trabajo, cosa bastante habitual. En cambio, Keiko, que desea honrar la memoria de su marido, se niega a relacionarse con los ricos clientes de la casa.
El ojo agudo de la cámara del director sólo es comparable con la ternura y la atención con la que disecciona a sus personajes. Los carga de profundidad e incluso de humanidad. Las audiencias modernas, más acostumbradas al vértigo y a la acción desenfrenada, pueden encontrar el ritmo de la película un tanto lento, ya que la calma recorre cada fotograma y a Naruse no le duelen prendas a la hora de ralentizar una escena en pos de resaltar el silencio o cualquier mirada de sus protagonistas, pero la paciencia será recompensada mientras que el drama intensifica hacia el final el móvil de la película.
El guion es uno de los puntos fundamentales a tener en cuenta, ya que está escrito con mano férrea y se nota que ha habido una dedicación extrema a la hora de definir cada escena. El firmante del mismo, Ryuzo Kikushima, ya había dado muestras de su maestría a la hora de estructurar libretos en otras obras de referencia filmadas como Arashi, Trono de sangre o La fortaleza escondida (estas dos últimas dirigidas por el maestro Akira Kurosawa). Ya en 1996 el veterano guionista asomó su cabeza en el babilónico Hollywood para escribir el guion de El último hombre, cinta de cine negro protagonizada por Bruce Willis y Bruce Dern.
Uno de los aciertos de esta película es el hecho de que no todo es tan simple como parece. Naruse crea personajes reales luchando contra las identificaciones más o menos fáciles, frente a las ambiciones y parcelas de todos los destinos nos propone personajes tipos. Muchas veces Takamine (la protagonista) ofrece soluciones a los hombres, aunque eso conlleve la pérdida de su libertad. Es a la vez débil y fuerte. Ella va aprendiendo a marchas forzadas… ¡Pero qué difícil es subir las escaleras cuando eres una mujer! Al final sigue siendo dueña de sus decisiones, por lo que Naruse le concede ese poder.
Los personajes explican abiertamente su situación y sus intenciones, mientras que las traiciones y decepciones siguen produciéndose de forma esquemática y calculada, en lugar de fluir naturalmente en las situaciones. Algunos pueden llegar a pensar que algunos momentos puedan pecar de cierto tremendismo y énfasis melodramático, pero si se escarba un poco se puede llegar a palpar la complejidad expuesta, como es el hecho de tener siempre guardar las apariencias y no exteriorizar la infelicidad en ningún momento.
Una obra maestra que no debería pasar desapercibida para los amantes del cine japonés en particular y del cine “con mayúsculas” en general.