Estamos ante un libro que se puede devorar perfectamente en una tarde. Su lectura es tan adictiva y nos toca tan directamente a los que crecimos viendo series en los 80 y noventa que lo más normal es que nos lo ventilemos en un santiamén.
El autor, Alberto Rey, conocido crítico televisivo que trabaja en medios tan conocidos como El Mundo o Movistar + ya nos lo advierte desde las primeras páginas: aquí no se trata de un estudio enciclopédico donde se analicen datos ni se viertan reflexiones sesudas sobre la materia, sino que el único objetivo es el de pasar un buen rato apelando a la nostalgia más catódica.
Cada capítulo se centra en una serie mítica (acompañada de una frase lapidaria, tipo Sensación de vivir: los ricos también lloran), pero tan solo es la excusa para ir desmadejando muchos títulos más que tienen relación con el inicial. Así por ejemplo en el dedicado a La vuelta al mundo de Willy Fog se repasarán muchas series animadas que nos marcaron (y de qué manera) a base de divertidas anécdotas y ocurrentes disertaciones, o en el dedicado a MacGyver se establecerán paralelismos entre la pericia de éste y la del barbudo Kristian Pielhoff y su Bricomanía.
A pesar de que el objetivo marcado sea tan sólo el de entretener y el de apelar al imaginario colectivo (entonces sólo existían dos cadenas de televisión y, no nos engañemos, todos estábamos obligados a tragarnos lo que nos echaran) entre líneas podemos hallar algunas de las claves por las que títulos como El coche fantástico, Expediente X, Friends o nuestras Verano Azul, Farmacia de guardia o Al salir de clase se clavaron a sangre y fuego en nuestra mente y aún son recordadas con cariño: distracción clasista pura y dura (Falcon Crest, Dinastía); diversión a raudales (V; El equipo A); radiografía y evolución de ambas décadas (cómo hemos cambiado, que dirían los Presuntos Implicados); cargas de profundidad sociológica enmascaradas en comedias intrascendentes (la mala uva que destilaban Las Chicas de oro), y así podríamos seguir hasta decir basta.
Nos da la sensación de que el autor se lo ha pasado tan bien a la hora de escribirlo como nosotros a la hora de leerlo, y es en esa complicidad coetánea donde emerge el atractivo incuestionable de una obra que palpita mucha melancolía y añoranza y a la vez desparpajo y comicidad en su interior.
Desde aquí hacemos un llamamiento a los editores para que convenzan a Rey de que Aquellas maravillosas series se convierta en el primer volumen de muchos, y es que quedan tantas series míticas en el cajón de los recuerdos…