Animación | 66 min. | Francia-Suiza 2016
Título: El Sr. Henry comparte piso.
Título original: L'étudiante et Monsieur Henri.
Director: Ivan Calbérac
Guión: Ivan Calbérac (Obra: Ivan Calbérac)
Actores: Claude Brasseur, Guillaume de Tonquédec, Noémie Schmidt, Frédérique Bel.
Estreno en España: 03/03/2017
Productora: Mandarin Films / StudioCanal / France 2 Cinéma
Distribuidora: Karma Films
Sinopsis
El señor Henri acepta a regañadientes la idea de su hijo de alquilar una habitación para así no estar solo a su edad. La elegida es una joven estudiante, pero lejos de caer bajo el encanto de la chica, Henri la utilizará para crear un verdadero caos familiar.
Crítica
Últimamente cuando uno lee comedia francesa dan ganas de salir corriendo. Si bien otros géneros están tratados por la cinematografía gala desde un punto de vista de madurez que ya quisieran para sí otros paises, a la hora de hacer reir en Francia se suele optar por lo más chabacano y burdo. El humor tipo pedo, caca, culo pis triunfa y de qué manera entre un público al que imaginábamos más sutil. En ese aspecto la cosa se asemeja bastante al estado actual de la comedia española, mucho más cercana en su concepto al clan Ozores que a maestros como Berlanga o Buñuel desde ya hace unnos cuantos años.
Por eso de entrada las premisas de El Sr. Henri comparte piso podrían resultar más halagüeñas que de costumbre, sobre todo si atendemos a que el protagonista de la función, Claude Brasseur, es un vetereno actor que alcanzó fama y prestigio allá por los años 60 del siglo XX apareciendo en clásicos incombustibles del cine francés como Banda aparte de Jean Luc Godard, Los ojos sin rostro de Georges Franju o A Rienda suelta de Roger Vadim. Desde luego la carta de presentación de esta comedia de situación es inmejorable, y aún más si al elenco también se le une otro gran actor como Guillaume de Tonquédec, visto en films de la calidad de La doble vida de Verónica de Krzystof Kieslowski o La maison, de Manuel Poirier, y que aquí da vida al hijo de Brasseur.
Ambos cumplen con sus respectivos roles de una forma harto satisfactoria, sin alardes pero con la seguridad que da el oficio y las tablas adquiridas durante su vasta carrera filmográfica. Uno se pone en la piel de un viejo amargado e irritante a quien no le queda más remedio que compartir uno de los cuartos de su piso situado en el centro de París con una joven provinciana que llega a la capital con mochila Martínezsoriana y con el único objetivo de intentar sacarse una carrera con la que hacer feliz a sus pedres. El otro, como ya hemos citado antes, da vida al hijo del yayo cascarrabias, y lo cierto es que tampoco le va mucho mejor en la vida, casado con una mujer ultracatòlica que tan solo le aporta rutina y mal rollo familiar y con un trabajo alienante heredado de su padre que no le satisface en absoluto.
Por una serie de negocios turbios o acuerdos divertidos (según como se mire), la aparición de la lozana jovenzuela alterará la vida de los capitalinos, todo presentado de manera harto teatralizada (la película se basa en la pieza homónima escrita por Iván Calbérac, quien en un alarde de “yo me lo guiso yo me lo como” aquí también ejerce labores de director y guionista) salpicada de mínimes pauses musicales (el ruido atronador de la discoteca, las baladas embelesadoras interpretadas a piano por la chavala, quien tiene un don para la música que està pidiendo a gritos que se desarrolle...). El que haya visto la también reciente La família Belier encontrará en este film más de una similitud. El conflicto entre los protagonistas se establece entre la testarudez de las personas de más edad y las ganas de vivir y de triunfar de los más jóvenes. Esto ya está bastante trillado y el libreto tampoco ayuda a que atisbemos cualquier signo de originalidad.
Pero donde sí encuentra el desarrollo argumental su tono adecuado es en esos instantes donde cobra mucho más protagonismo la melancolia y la tristesa. La frustración de cada uno de los intérpretes se cuela entre frases de dialogo más o menos ingeniosas. La protagonista vaga sin rumbo fijo entre relaciones amoroses con Hombres que le sacan unos cuantos años, y cuando no puede más se agarra una botella de vodka y se pega unos cuantos lingotazos; el abuelo casero perdió a su mujer en un infortunado accidente y no ha levantado cabeza desde entonces, y el hijo simplemente es un frutrado de la vida de aquéllos que piensan: “así hemos vivido, y así se lo hemos contado, y hasta aquí hemos llegado”. ¿Una comedia donde los mejores momentos son los más tristes?. Pues en este caso pensamos que así es.
Con todo y con ello los pros ganan a los contras, y es que la simpatía y encanto trazada por unos personajes que desprenden calor de brasero dejan en el espectador un poso de felicidad y buenrollismo que nunca está de más para los nefastos tiempos que corren.