SEFF - DÍA 5
Jornada de miradas femeninas entre la obviedad, el misterio y la rareza
Nuestra primera sesión de hoy, Dios Existe, Su Nombre es Petrunya de la directora macedonia Teona Strugar es una muestra más de ese cine que mal entiende el feminismo y más que una igualdad de géneros necesita de su diferenciación y demostración de poder por parte de uno de ellos para articular esta historia de una joven al que todo el pueblo (mayoritariamente masculino) se le echa encima al encontrar una cruz en un río en un ritual ancestral.
La directora lo explicita todo de las formas más toscas y burdas posibles desde su inicio, donde la protagonista antes de encontrar esa simbólica cruz ya ha pasado por todas las penurias por las que puede pasar una joven y poder dar esa pena y falsa empatía a los espectadores más comprometidos con la causa y prosigue el relato sin el más atisbo no ya de metáfora sino de alguna intención cinematográfica en sus formas.
Por si todo esto no fuera poco, en su tramo final la directora se traiciona así misma y a su personaje haciendo ver que todo el asunto de la cruz no era más que una pataleta de joven rebelde y que lo que de verdad necesitaba la protagonista era encontrarse un novio que la quisiera (con todo lo que eso conlleva). Estallidos de aplausos en la sala que no comprendemos pero que nos hacen augurar que el palmarés este año no nos va a gustar en demasía.
Al mediodía es el turno para Little Joe, la nueva película de Jessica Hausner y un pequeño soplo de aire fresco para esta sección oficial del festival, no ya por ser un film sobre la falsa felicidad y lo que ocultamos bajo máscaras de apariencias sino también por tratarse de una obra que se mueve sin miedos por los terrores del cine de terror y ciencia ficción con cierto aroma a los años setenta. Algo poco habitual en festivales no especializados en el género y que suelen relegar este tipo de obras a secciones menores o no competitivas.
Así, con la historia de una planta creada genéticamente y que causa una felicidad egoista a todo aquel que la huele, la directora crea un ambiente frío y clínico, similar a aquella Antiviral de Brandon Cronenberg pero que a diferencia de esta se centra mucho más en los espacios y arquitecturas simétricas de ese laboratorio siniestro de experimentación genética, en el uso de unos colores saturados y en la interpretación enigmática y casi sin emociones de Emily Beecham con el que consiguió el premio de mejor interpretación femenina en Cannes.
Es a medida que la historia va avanzando que Hausner parece ir quedándose sin ideas y recurrir a la reiteración y cierto estancamiento de la trama para volver a coger algo de fuerza hacia su final de libertad y emancipación.
La tarde comienza con La Reina de Corazones, re-interpretación muy libre de May el-Toukhy de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carrol donde Anne (Trine Dyrholm muy presente este año en el festival) es una abogada experta en temas de abusos sexuales y maltratos a menores, con un sentido estricto de la justicia que se verá trastocada cuando el hijastro de su actual marido comience a vivir con ella y su familia y ella no pueda frenar unos deseos sexuales (consentidos y correspondidos) hacia él. El temor a ser descubierta le hará sobrepasar sus límites y pasar de ser esa heroína intachable al que todos admiran a la peor villana de un cuento.
La película funciona gracias a la interpretación de Dyrholm, que pasa del calor al frío en segundos y por la atmósfera enrarecida y agobiante que se crea alrededor de ella con cada movimiento que la va acercando irremediablemente a la locura.
Pero es en su último tramo y en ese alargamiento innecesario del final donde la directora parece no entender a su criatura y menospreciarla con unos remordimientos, una inferioridad y unos llantos que nada pintaban en la historia. Como suponíamos, al contrario que con la primera película de hoy, la respuesta del público ha sido el silencio total en la sala. Lo que nos hace preguntarnos si más allá de las cuestiones fílmicas, el público actual mide las películas por otras cuestiones más sociales-personales.
Y no abandonamos del todo a Dyrholm pues la volvemos a encontrar en Psykosia, debút en el largometraje de la directora Marie Grahtø en el que parece re-interpretar en clave psicoanalítica su mediometraje Teenland donde unas adolescentes recluidas en un sanatorio intentaban escapar del lugar usando los poderes paranormales que poseían. Así, cambia Carrie por Freud y una de estas adolescentes, ahora con tendencia al suicidio, es visitada y tratada por una investigadora con aspecto de institutriz a mitad de camino entre la protagonista de Otra Vuelta de Tuerca de Henry y la señorita Rottenmeier de Heidi y ante la atenta mirada de la inquietante enfermera encargada del lugar (Dyrholm) Su peculiar tratamiento la llevará a adentrarse en oscuros lugares de la mente con esa pulsión entre el deseo y la muerte siempre presentes.
Poblada de imágenes muy sugerentes y de una saturación de color que mezclada con el ambiente y arquitectura del lugar nos llevan a retrotraernos a Suspiria de Dario Argento pero que comienza a fallar cuando su autora se va alejando de ese psicoanálisis que sobrevuela la historia y va buscando puntos de salida en elementos comunes y vistos en este tipo de cine como Shutter Island de Martin Scorsese.