Penúltimo día del festival el cual parece que se estaba guardando la peor película de su programación de la sección oficial (diríamos que incluso de todo el festival) para el final, y es que hay poco o nada que salvar de Vaca, nueva película la británica Andrea Arnold donde seguimos la vida de una vaca en una de estas nuevas granjas modernas.
Arnold pega la cámara a la vaca, casi sin dejarla respirar siquiera, en un intento vacuo y en vano de captar su mirada que parece buscar y que más bien lo que produce es una gran molestia para el animal.
Para más inri parece torturar también sus oídos con una retahíla insufrible de canciones pop, fuegos artificiales donde el último gesto con la vaca para más un alivio o salvación para esta entre tanta pesadez.
Turno de la tarde para la nueva película de Rodrigo Cortés, una El Amor en su Lugar donde el director se aleja del cine de género para contar la historia de un grupo de actores, y una historia de amor a tres bandas, encerrados en un barrio judío situado de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial.
Cortés puebla de su película de cantidad de planos secuencia, de seguimiento, planificación en los múltiples números musicales que pueblan el relato, haciendo su película entretenida y pasable pero no memorable, sobre todo por ciertos gestos de cursilería fílmica o el intento de estar haciendo una película trascendente dotándola de demasiada seriedad en algunos momentos como la aparición de un grupo de nazis que parecen venir de una película de Tarantino.
Así, la película demuestra que Cortés se ha domesticado finalmente para el cine más comercial, miren si no su episodio para las nuevas Historias Para No Dormir, y lejos quedan ya esos gestos de autor más innovador.
Con La Guerra de Miguel de la directora libanesa Eliane Raheb acabamos nuestra jornada en el festival de hoy. Un largometraje, qué, al igual que ocurría con la interesante Flee, vista en el festival en días anteriores, nos habla de la huida de un joven homosexual, en este caso del líbano hace 40 años, que no puede vivir su identidad sexual tranquilo hasta llegar a la España post-franquista alejado de su familia y de la figura de una madre siria muy autoritaria.
De nuevo, el dispositivo cinematográfico como medio para sanar heridas y exorcizar demonios, y en este caso en particular en una especie de película-terapia donde se usa tanto una animación muy iconoclasta hasta unas representaciones donde el protagonista puede reflejarse. Él mismo nos contaba en un coloquio posterior que no fue sino después de la realización del filme donde pudo encontrar algo de paz con su vida interior a pesar de las diversas visitas infructuosas a varios psicólogos.
Resulta muy interesante en ese contexto cómo se va creando, y nosotros lo vamos viendo, todo un proceso de aceptación en el protagonista que en un principio se muestra jocoso y rivalizando con la directora pero que llegando al final podemos verlo más asertivo y calmado